SIRIA Y LA VERGÜENZA DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL

A cinco años del inicio de la guerra civil en Siria, y con casi 400 mil muertos, millones de desplazados y ciudades enteras devastadas, el mundo por fin empieza a ponerle atención a Siria.

¿Por qué hasta ahora? Es irracional de pies a cabeza. ¿Realmente se tiene que esperar a que la situación sea escandalosa para empezar a tomarla en cuenta?

En Enlace Judío hemos denunciado ese cinismo de la comunidad internacional prácticamente desde el inicio del conflicto.

Fuimos muy directos en explicar en ese entonces, cuando empezaba la falazmente llamada Primavera Árabe, que a Estados Unidos, Rusia, la ONU o la Comunidad Europea no les interesaban los problemas de fondo en Medio Oriente. Explicamos que el estallido de todos esos conflictos sociales en varios países al mismo tiempo (Egipto, Yemen, Siria, Libia, Marruecos, Túnez) evidenciaba que las sociedades árabes sufrían severos problemas internos, y que la obsesión internacional por el conflicto israelí-palestino había sido nociva y contraproducente, ya que lejos de apoyar e intervenir en los casos que sí requerían de acción, muchos organismos y varios países se habían limitado a presionar exclusivamente a Israel, como si eso fuera a resolver todos los problemas de Medio Oriente.

Gente infumable como Margot Wallstrom, canciller sueca y una de las más depuradas exponentes de la imbecilidad anti-israelí, se atrevió a decir en varias ocasiones que el terrorismo islámico era causado por la frustración de los árabes al no ver solución al problema palestino. La ONU, en un gesto menos inteligente aún, llegó a condenar a Israel como culpable de la violencia intrafamiliar palestina.

La realidad es que Israel es un asunto prácticamente irrelevante en la problemática de los países árabes. Sólo es un eslogan, un cliché, una consigna para apaciguar a las mentes mediocres. Los países árabes se están desmoronando desde adentro porque han sido gobernados bajo criterios feudales, con castas políticas corruptas, ineptas y que gozan de una absoluta impunidad.

Por ello, las “primaveras árabes” en diferentes países se saldaron con cambios nulos, en el mejor de los casos. Como en Egipto, que logró derrocar al faraón Hosni Mubarak, sólo para poner el gobierno durante un año a la terrible e insoportable Hermandad Musulmana, una organización literalmente terrorista. Los propios egipcios apoyaron el golpe de Estado que trajo al poder a Musri, un militar que no será muy diferente a Mubarak en su pragmatismo político.

A Libia le fue peor: destronaron a Kadaffi, un sátrapa cruel y tiránico, pero que por lo menos sabía cómo mantener bajo control a la compleja sociedad multi-tribal de su país. Muerto Kadaffi, Libia está sumida en el caos. Las cosas salieron peor.

Yemen no tuvo mejor suerte: Irán quiso aprovechar la inestabilidad política para llevar al poder a los huthies, una secta chiíta que le habría permitido a los Ayatolas extender su poder por toda la franja sur de Arabia Saudita, país que no tuvo más alternativa que intervenir militarmente. A la fecha, el conflicto no está resuelto y de cuando en cuando los bombardeos de la coalición saudí sacuden varias ciudades yemenitas.

Pero el peor caso fue el de Siria. Demasiados intereses en juego, lo cual resultó el combustible perfecto para prolongar indefinidamente el más cruel de todos los conflictos.

El más directamente afectado por la rebelión fue Assad, el propio presidente sirio. Perder el poder bien podía significar su sentencia de muerte, dada su ineptitud –tiene a su país sumido en la miseria desde hace décadas–, pero también por la brutalidad con la que intentó reprimir los primeros connatos de subversión.

A la par de Assad, los Ayatolas de Irán también se pusieron demasiado nerviosos. Desde la creación de Hizballá en 1985, el control del territorio sirio ha sido fundamental para que Irán mantenga sólida su influencia en la zona norte del Medio Oriente. El objetivo de la fundación de esta guerrilla chiíta fue preparar el escenario para una posible guerra en la que Israel fuese destruido. Sin embargo, aún con todo el apoyo recibido de Irán, Hizballá nunca estuvo en condiciones reales de lograr ese propósito. De todos modos, fue un gran éxito propagandístico durante 25 años. Pese a ser un grupo extremista del chiísmo, su perfil anti-israelí le ganó a Hizballá muchas simpatías en el mundo suní.

Pero con la guerra civil siria todo se descompuso: Irán tuvo que movilizar a Hizballá a favor de Assad, y las masacres contra poblaciones sunitas comenzaron. El resultado fue el inevitable: el prestigio de Hizballá en el mundo sunita (el 90% del islam a nivel mundial) se hizo polvo, y sus capacidades militares (logísticas y humanas) se vieron severamente afectadas y disminuidas. Hoy, más que nunca, Hizballá no tiene la mínima capacidad de enfrentarse a Israel. La aviación del Estado Judío ha destruido varios embarques de armas para Hizballá, que se ha resignado a no tomar ninguna represalia real debido a que tiene las manos atadas en el conflicto en Siria.

También hubo una importante influencia de los intereses rusos en el problema. La caída de los precios del petróleo le dio al traste a la economía rusa, que de por sí no era demasiado próspera. Rusia no tuvo más remedio que jugar sus cartas rudas, presionando para obtener ventajas por medio de agresiones sistemáticas en Crimea y Ucrania. Pero su mayor éxito, sin duda, fue en Siria.

Desde un inicio se puso del lado de Assad e Irán, aunque es evidente que no lo hizo por afinidad ideológica (lo demuestra el hecho de que las tropas rusas no han evitado ninguno de los ataques israelíes contra el ejército sirio o contra Hizballá), sino por mera conveniencia económica. Y es que los rusos no van a regalar su apoyo. Cada bala, cada asesoría recibida por Irán, Siria y Hizballá tendrá que ser pagada en efectivo por los Ayatolas, que en su afán por conservar su poder en Siria no han escatimado en los gastos.

Por eso, desde un principio se notó –y también lo señalamos en Enlace Judío– que Rusia iba a apostar por la extensión del conflicto. Las tropas de Putin habrían podido resolver la situación a favor de Assad desde hace mucho, pero entonces la mina de oro se habría cerrado. Por ello, Putin sólo ha soltado el apoyo suficiente para mantener a Assad en el poder y que la guerra siga.

Otro factor que complicó la situación hasta lo indecible fue la torpe y nefasta influencia de Turquía, Estados Unidos y la Unión Europea. En el caso de Turquía, por querer jugar en todos los bandos para sacar provechos personales; en el de Estados Unidos y la Unión Europea, por su nula capacidad para entender el problema, situación que trajo como consecuencia acciones destinadas a no aportar nada. Absolutamente nada.

Erdogan –presidente turco– lleva años soñando con convertirse en el nuevo sultán de un Imperio Otomano renacido. Y uno de sus objetivos más caros ha sido arrebatar el control de Siria a los Ayatolas de Irán. Pero tiene un problema: carece de escrúpulos y más aún de la capacidad de prever las consecuencias de sus acciones.

En su afán de aprovechar cualquier oportunidad para extender su dominio, Erdogan no tuvo reparo en apoyar a Estados Unidos, a la Unión Europea, pero también al Estado Islámico –un enemigo de todos surgido en la zona fronteriza entre Siria e Irak–. Esa conducta desleal hacia todos terminó por desprestigiarlo y aislarlo políticamente. En su momento de mayor torpeza, Turquía derribó un avión ruso y estuvo a punto de sufrir represalias severas por órdenes de Putin. Contrario a lo que hubiera sucedido en otras circunstancias, Erdogan no recibió ningún apoyo de la OTAN, y le quedó claro que si se iba a pelear con Moscú, lo haría solo. Es decir, que estaba sentenciado a ser aplastado.

Erdogan no tuvo más remedio que recular, retraerse hacia un postura gris e intrascendente, y se rumora que él mismo planeo el tibio y nada convincente intento de golpe de Estado que le permitió lanzar una purga contra los disidentes turcos, para recomponer su poder personal.

Estados Unidos no lo hizo mejor. Nunca en la historia se había visto a un presidente –me refiero a Obama– tan distanciado de la realidad en el panorama internacional. Rodeado de gente profundamente inepta (especialmente Kerry), Obama sólo se dedicó a empeorar las cosas durante sus ocho años de gestión. Entó en conflicto abierto con sus antiguos aliados (Israel, Egipto, Arabia Saudita y Jordania), le concedió cualquier cantidad de beneficios a Irán a cambio de absolutamente nada, y perdió toda su capacidad de influir en la zona, dejando el territorio libre para que Rusia hiciera y deshiciera a su antojo.

La Unión Europea no fue más inteligente. Asfixiada por un problema colateral a los conflictos en Medio Oriente –me refiero a los millones de refugiados que han llegado a territorio europeo, entre los cuales hay muchos militantes terroristas–, las medidas de represalia que se llegaron a tomar (principalmente, bombardeos al Estado Islámico) fueron tan caras como inservibles. Ninguna de las acciones europeas trajo cambios sutanciales en el panorama.

Más sorprendente aún fue la postura que Estados Unidos (concretamente la presidencia; con el Congreso fue distinto) y la Unión Europea tomaron hacia Israel. El acoso se intensificó como nunca. Pareciera que desde la perspectiva de los funcionarios de Obama y de Bruselas la causa de todos los conflictos en Medio Oriente era la construcción de casas en el este de Jerusalén. Podían mantenerse callados cuando Assad o el Estado Islámico se lanzaban armas químicas, pero que no se le ocurriese a Netanyahu la ampliación de un barrio en Israel, porque entonces comenzaban las condenas y las amenazas de que esas medidas unilaterales israelíes “ponían en riesgo la paz”.

No es un misterio la psicología de esos políticos de pacotilla, como Obama o Hollande. Es la perversa lógica de que “hay que complacer a los extremistas islámicos para mantenerlos contentos y que no nos ataquen, así que hay que presionar a Israel”. Para muestras, basta un botón: ante el reciente atentado en Berlín, en el que un refugiado pakistaní lanzó un camión contra una multitud en un bazar navideño, provocando 12 muertos y casi 50 heridos, Aurora Mínguez, corresponsal de la Radio y Televisión Española, tuiteó que “el camión tiene matrícula polaca. Propietario Ariel Zurawski (Ariel es nombre hebreo)”.

Es otra vez la enferma obsesión que pudre a la política europea: embarrar a Israel o a los judíos para no tener que admitir que se trata de terrorismo islámico, y con ello intentar llevar las cosas lo más tranquilo posible con los terroristas islámicos (absurdo por sí mismo, porque el evento fue un atentado terrorista islámico).

¿Resultado? Los extremistas islámicos siguen atacando en Europa y Estados Unidos. Es lógico: si un extremista percibe debilidad en sus enemigos, no importa lo que estos hagan o dejen de hacer. Los extremistas atacarán.

La política blandengue de Obama y Europa sólo se ha traducido en el peor nivel de inseguridad que occidente haya sufrido ante el extrmismo islámico. La situación es, simplemente, desastrosa.

Lo indignante es que no es una situación nueva. Tiene cinco años que llegó a este clímax.

En estas últimas semanas, por fin, todo mundo ha puesto su ojo en Siria. Se requirió la destrucción total de Aleppo para que la gente por fin percibiera que algo grave está pasando allí, y que no tiene nada que ver con Israel.

Sin embargo, no he visto a multitudes manifestarse en Europa, Asia o América en contra de la violencia de Assad y Rusia, que está dejando a miles de inocentes muertos. Eso sólo lo hacen cuando se trata de atacar a Israel.

Ha sido tal la obsesión judeófoba de gobiernos, periodistas, intelectuales y ONGs por igual, que han dejado que un conflicto grave se convierta en un absoluto infierno.

Y no tiene para cuándo acabar. Quien gane Siria, al final sólo va a ganar destrozos.

Mientras, el mundo sigue sumido en su hipocresía e indiferencia. Apenas ahora que la situación es más que escandalosa, opinan. Lamentablemente, muchos de los comentarios son tan estúpidos como mal intencionados. Ya he visto publicaciones donde culpan a Estados Unidos de la situación en Aleppo, pese a que los bombardeos más brutales son única y exclusivamente rusos.

Me temo que se trata de una humanidad que no quiere entender, que no quiere pensar.

Que, en resumidas cuentas, no tiene interés alguno en el sufrimiento de los sirios.

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