«Mamá, ya estoy libre, estoy bien», dice por teléfono un joven inmigrante haitiano que acaba de ser admitido legalmente en Estados Unidos.
Espera que le den acceso al refugio de Del Río, la pequeña ciudad en la frontera con México que en las últimas semanas se ha visto desbordada por la llegada de migrantes haitianos.
El joven sostiene con la mano izquierda el celular con el que habla con su madre. Con la derecha inserta los cordones de sus zapatos, arrebatados por la policía tras su arresto y entregados ahora que vuelve a ser libre.
Son las 8:30 de la mañana del martes 21 de septiembre. Tres vehículos se detienen frente a la entrada del refugio. Un funcionario de la Patrulla Fronteriza se baja de una de las unidades, abre la puerta corrediza para que, uno por uno, salgan migrantes que fueron detenidos en la frontera y que ahora son puestos en libertad.
Mujeres, hombres y niños descienden del vehículo que los trae desde algunos de los centros de detención ubicados en las cercanías de la ciudad.
«Bienvenidos, por favor hagan una fila del lado derecho», indica una de las voluntarias y todos comienzan a formarse a la puerta del refugio Val Verde Border Humanitarian Coalition Center.
Se sienten afortunados. Sus peticiones de asilo en Estados Unidos pueden empezar a ser procesadas y mientras, tienen permiso para quedarse en el país. Han tenido mucha más suerte que los cientos de compatriotas que han sido y serán deportados.
Del Río es una ciudad que hasta hace unos años era reseñada por la gran represa de La Amistad, también porque fue ambientada en la película No Country for Old Men (2007) de los hermanos Coen, con la que Javier Bardem se ganó el Oscar al mejor actor de reparto.
En junio de 2021 era un pueblo aburrido, según algunos de sus habitantes. Aquel mes, el evento del siglo fue la grabación de un episodio del reality show de drag queens We’ re, de la cadena HBO.
Dos meses y medio después, en septiembre, este lugar, que también es sede de una base aérea del Ejército, es el centro de la atención en Estados Unidos porque estalló lo que ya venía ocurriendo a cuenta gotas: el ingreso por el Río Grande de miles de migrantes.
Para la segunda semana de septiembre, según estimaciones de las autoridades, acampaban bajo el puente internacional que conecta con México unas 14.000 personas, la mayoría de ellas haitianas.
Esto representa casi 40% de los habitantes de Del Río, que de acuerdo con el Censo de 2020 cuenta con 34.673 residentes, el 85% de ellos es de origen hispano.
El Val Verde Border Humanitarian Coalition Center es un refugio para migrantes que entre enero y marzo abría sus puertas tres veces a la semana y atendía a poco más de 100 personas al mes. Ahora recibe a más de 300 por día.
Ya son las 9:30 de la mañana, y ya han llegado al menos tres vehículos más e incluso un autobús con más de cincuenta migrantes, en su mayoría haitianos.
Al llegar a este sitio las personas pueden contactar a sus familiares por primera vez desde que están en suelo estadounidense y también se pueden bañar y comer.
Uno de los momentos más importantes del día es poder amarrarse los zapatos por primera vez en mucho tiempo.
Cuando los migrantes son detenidos por la Patrulla Fronteriza reciben tres órdenes: quitarse las prendas, sacar los cordones a los zapatos y guardar los teléfonos celulares.
«Solo pueden tener a mano su documentación y la dirección de su familiar», grita en español uno de los oficiales a las personas recién llegadas a territorio estadounidense.
Luego de pasar varios días detenidos y siendo entrevistados por las autoridades, los migrantes pueden ser liberados y admitidos en suelo estadounidense para iniciar sus trámites de solicitud de asilo.
Es en este momento cuando son enviados al refugio de Val Verde y comienzan a dar los primeros pasos de su nueva vida.
Su situación contrasta con la de aquellos que han sido deportados inmediatamente y la de los que han sufrido las impactantes escenas de arresto a caballo por la patrulla fronteriza.
Este jueves, el enviado especial a Haití del gobierno de Joe Biden dimitió por lo que considera un trato «inhumano».
De venezolanos a haitianos
En junio de 2021 cerca de 1.600 personas, la mayoría venezolanos, pasaron por este refugio. Pero esto cambió entre agosto y septiembre. El número que maneja la administración del sitio para el mes de agosto es de unos 3.300 migrantes y en lo que va de septiembre la cifra ya supera las 4.000 personas.
Esto se debe al incremento del paso de migrantes haitianos por la frontera de Del Río, situación que alcanzó su clímax entre el 16 y el 18 de septiembre cuando más de 12.000 haitianos cruzaron desde México por esta ciudad. Solamente entre el 14 y el 22 de septiembre, los voluntarios del refugio Val Verde recibieron a unas 300 personas por día, principalmente migrantes haitianos.
Al llegar al refugio las personas deben ponerse en contacto con sus familiares y pedirles que compren uno o varios pasajes para que puedan llegar a su lugar de destino.
La ruta habitual es la siguiente: el migrante toma un autobús desde Del Río hasta San Antonio, aún en Texas. Una vez allí toma un avión hasta el lugar donde se reunirá con sus familiares. La mayoría de los haitianos van hacia Florida. Son pocos los que mencionan otros destinos como California, Houston y New Jersey.
El trabajo de los voluntarios en el refugio no para. Reciben y asisten a los migrantes, que pasan unas pocas horas allí porque no se les permite pernoctar.
La espera en el puente
Fafane Bien Aime es haitiana y tiene 24 años. Es una mujer alta, de piel negra, tiene una camisa blanca y una barriga prominente que muestra lo avanzado de su embarazo.
Se tapa la cara cuando le hacen fotos porque dice que no le gusta que la vean despeinada. Se lleva las manos al rostro y se ríe. Fafane caminó por casi dos meses en una ruta que la llevó desde Chile hasta la frontera estadounidense.
Cuando llegó al Río Bravo (México), lejos de alegrarse se dio cuenta de que había miles de personas como ella atascadas entre el río y la reja que marca la entrada hacia Estados Unidos.
Fafane llegó a la frontera el 16 de septiembre y permaneció debajo del Puente Internacional Acuña-Del Río Texas por cinco días. Fue liberada este martes 22 de septiembre y trasladada por la Patrulla Fronteriza al refugio.
«Debajo del puente fue bastante difícil e incómodo. Con la barriga fue súper difícil», recuerda Fafane.
Ella, así como la mayoría de los haitianos que llegan a Estados Unidos, ha vivido en más de un país. Su primer destino fue Chile, en 2019. Decidió irse a este país para reencontrarse con su mamá, pero tras dos años de estar en el sur decidió emprender un nuevo camino hacia el norte.
«Me fui para Chile porque tenía muchos años sin verla (a su madre), pero en realidad cuando uno sale de su país para otro uno está buscando una mejoría».
«Pero cuando llegas a este país y no encuentras lo que esperas, entonces hay que buscar más para adelante. Hasta encontrar realmente lo que uno busca», reflexiona Fafane mientras aguarda el bus que la llevará a San Antonio y luego a California, lugar donde se reunirá con otros familiares.
Un recorrido por todo el continente
La ruta de los migrantes haitianos es sumamente larga. La mayoría de las personas iniciaron su recorrido en Chile y les tomó hasta tres meses llegar a Estados Unidos. Desde Chile pasan por Perú, Ecuador y Colombia antes de llegar a Centroamérica a través de la temida y selvática región del Darién.
«Lo más complicado es Panamá», resalta Frantz Schiber Luberisse cuando se le pregunta sobre la ruta que le tomó casi mes y medio.
«En Panamá los oficiales no tienen corazón. Los mafiosos nos hacían daño y los funcionarios no hacían nada. Vi con mis ojos cómo violaron mujeres, niñas y hombres. A mí me revisaron hasta mi ano para sacarme dinero. Hay gente muy mala ahí», denuncia Luberisse.
«Yo salí de Chile, pasé por Perú, Ecuador, Colombia y Panamá… muchos países», recuerda el hombre nacido en Puerto Príncipe hace 28 años.
Luberisse rememora lo complicado que fueron los tres días que pasó en el puente, que se ha convertido en símbolo de la reciente crisis migratoria.
No sabía si iba a lograr ser admitido en Estados Unidos o si lo iban a deportar. Tan solo comía pan y lo compartía con su esposa, que ya tiene casi ocho meses de embarazo.
«Yo tengo a una mujer embarazada y no tenía nada para comer. Yo pensaba que me iban a deportar. Abajo del puente nada estaba bien. Todo estaba sucio, todo mal, pero ahora estoy mejor. Estoy mucho mejor», dice entre sonrisas ya camino hacia una nueva vida en West Palm Beach, Florida, junto a su esposa.
Wideline Saint Fleur tiene 35 años y se ríe cuando le toca hablar español, pero logra hilar varias palabras.
Wideline lleva una gorra del Club América de México y una camisa larga que disimula un poco sus siete meses de embarazo y también salió desde Chile hacia Estados Unidos. Su viaje inició hace dos meses y recuerda los días que pasó debajo del puente fronterizo.
«Un día solo tomé sopa. Un día no comí nada. Otro día solo caminaba mucho. Fue muy complicado», relata junto a su esposo.
Wideline todavía no sabe si en su vientre tiene a un niño o a una niña, pero espera que esté bien de salud. «Cuando salí de Chile estaba bien, ahora después del viaje no sé», afirma.
Wideline viajó en compañía de su esposo y de otros dos familiares que fueron deportados hacia Haití. Solo fueron admitidas ella y su pareja.
fuente:bbcmundo