Para la Unesco y el Museo Metropolitano de Arte, la capital de Israel es cualquier cosa menos judía.
Esta semana en París, la junta ejecutiva de la Unesco, la entidad de Naciones Unidas encargada de ocuparse de cuestiones relativas a educación, ciencia y cultura, votará sobre una resolución llamada “Palestina Ocupada”, la cual intenta redefinir a la capital de Israel como una ciudad supra-nacional a la cual musulmanes, cristianos y judíos tienen derecho por igual.
Tal vez no por casualidad, una exhibición actualmente en el Museo Metropolitano de Arte en la Ciudad de New York plantea el mismo caso. Por el bien de Jerusalem, ambos tienen que ser expuestos como los intentos de revisionismo histórico que son.
Jerusalem ha sido un parche de tierra ocupado a lo largo de su historia y un imán para gente de muchos credos—primero judíos, luego cristianos, luego musulmanes—convirtiéndose con los milenios en un lugar de fascinación cultural. La exhibición “Jerusalem 1000-1400: Todo Pueblo Bajo el Cielo” en el Metropolitano es un ejemplo de ello. La muestra destaca los objetos espectaculares producidos dentro y alrededor de la ciudad medieval que continúan dando forma a su estética moderna. Es en muchas formas una demostración de fuerza curatorial y debe haber conllevado toda forma de forcejeo diplomático reunir tantos préstamos de tales objetos delicados e irreemplazables.
Pero hay un elefante en esta galería curada con buen gusto. En su corazón, esta es una muestra sobre la identidad de Jerusalem, un tema tan controvertido hace mil años como lo es hoy, como queda evidenciado por la resolución de Unesco. La premisa de la exhibición, como está encapsulada en su título, es que durante el período medieval, todos los derechos a la ciudad eran iguales y los habitantes eran definidos en forma uniforme por medio de su participación en esta comunidad singular.
Esta interpretación es proyectada en forma implícita sobre la Jerusalem moderna mientras aparecen fotografías de la ciudad contemporánea en los muros de la galería al lado de los textos explicativos. El visitante es alentado a concluir que si tan sólo los adherentes de las tres religiones principales—Cristiandad, Judaísmo e Islam—se comprendieran a sí mismos como ciudadanos de Jerusalem, una ciudad que trasciende las fronteras nacionales, podría ser recapturada esta utopía. Los organizadores son cuidadosos de mezclar el orden de las tres religiones enumeradas en los materiales escritos para evitar la aparición de tratamiento preferencial.
Un subtexto incómodo de “Todo Pueblo Bajo el Cielo” es que durante el marco de tiempo de la exhibición Jerusalem estuvo dominada por completo por cristianos y musulmanes, sucesivamente. Estos cuatro siglos abarcaron una de las presencias judías más escasas en la historia de Jerusalem, comenzando como lo hicieron ellos con la matanza al por mayor de judíos a manos de los Cruzados en el año 1099, después de lo cual su población mermó a tan pocos como 200. La conquista del año 1260 mejoró marginalmente las condiciones, pero un aumento significativo en la población judía tendría que esperar al siglo XVIII.
Esta realidad es evidente en la conformación de la muestra, con los objetos judíos siendo confinados en gran medida a libros y joyería, y las cuestiones judías a su anhelo por el Templo de Salomón “ausente”, un anhelo que es tratado como un anacronismo en cierta forma “pintoresco” y no como una expresión de la conexión espiritual perdurable de los judíos con Jerusalem. Los judíos, se nos cuenta, rezaban fuera de los muros de la ciudad vieja. Ocasionalmente un judío aparece en las etiquetas para los objetos cristianos o islámicos, como cuando una “Stella” declaró según se informa que el Domo de la Roca y la Mezquita Aqsa son “tan radiantes y puros como los mismos cielos”, como para dar el sello judío de legitimidad a las estructuras construidas sobre el Monte del Templo.
Nuevamente, los visitantes pueden bien preguntarse a partir de esta evidencia el motivo por el cual no podemos simplemente llevarnos bien hoy tanto como parecemos haberlo hecho entre los años 1000 y 1400.
Y ahí es donde “Todo Pueblo Bajo el Cielo” hace un mal servicio a sus bellos contenidos haciéndolos peones de una agenda política contemporánea para deslegitimar a Israel. La Jerusalem medieval no era un crisol armonioso y multicultural que inspiró grandes obras de arte. Es de hecho muy notable que fueran creadas allí grandes obras de arte en medio de la violencia endémica e intolerancia religiosa que caracterizaron el período. Lo que es diferente ahora es la composición de la Jerusalem moderna, la cual, como la capital de Israel, tiene una mayoría judía—pero también, en cierta forma destacable, tiene números crecientes de cristianos y musulmanes. Hay desafíos inherentes a esta dinámica, pero no son lo mismo que las circunstancias de Jerusalem en la Edad Media.
En última instancia, “Todo Pueblo Bajo el Cielo” funciona como un barniz intelectual sobre el movimiento para definir a Jerusalem como cualquier cosa menos judía, y debilitar así la soberanía de Israel. Un enfoque más agresivo estará en exhibición en la Unesco el jueves durante la votación sobre la resolución que define a Jerusalem como una ciudad global con una identidad universal en vez de nacional.
Pero ambos intentos son igualmente ilusos. Imaginar el pasado como queremos que sea el presente no es una solución práctica para Jerusalem—o cualquier otra cosa. Sería más productivo intentar aprender de las realidades dolorosas de la Jerusalem medieval, no revisar su historia. El progreso verdadero para la ciudad llegará sólo cuando enfrentemos nuestra propia realidad, lo bueno tanto como lo malo, en la cual Jerusalem es la capital de Israel.
*Gardner Coates, historiadora de arte, es autora de “La Honda de David: Una Historia de Democracia en Diez Obras de Arte” (Encounter Books, 2016).
Fuente: The Wall Street Journal