Son sencillas, pesadas, algunas de ellas oxidadas, pero no son simples pedazos de metal.
Cada año, en el día de la Nakba, los palestinos salen a las calles empuñando una de las reliquias más preciadas que guardan muchas familias y que han logrado conservar de generación en generación: las llaves de las casas de las que fueron expulsados hace 75 años y a las que nunca pudieron regresar.
«Guardaron las llaves porque queda la esperanza y el deseo de volver, son el símbolo de aquellos hogares, da igual si siguen en pie o fueron destruidos, y del derecho a regresar a sus casas que les prometió la legislación internacional», explica desde Ramala, Cisjordania, Lubnah Shomali, miembro de la directiva de BADIL, el Centro Palestino de Recursos para los Derechos de la Ciudadanía y los Refugiados.
Más de 750.000 palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares después de que Israel proclamara su independencia del Mandato Británico de Palestina el 14 de mayo de 1948 y durante la guerra árabe-israelí que se inició al día siguiente y se extendió durante 15 meses.
Es lo que los árabes conocen como la Nakba o «catástrofe», que se conmemora cada 15 de mayo en manifestaciones donde las llaves tienen un papel predominante.
Los palestinos que vivían en los territorios que se convirtieron en Israel acusan a los soldados israelíes y a las milicias sionistas de haberlos expulsado. Nunca se les permitió regresar.
Oficialmente, sin embargo, las autoridades israelíes defendieron entonces que fueron los países árabes los que pidieron a los palestinos que abandonaran sus tierras y hogares para no sufrir las consecuencias de la guerra una vez que invadieran el recién nacido Estado de Israel.
Hoy, la ONU reconoce a más de 5,9 millones de refugiados palestinos, muchos de los cuales viven en campamentos en Jordania, Gaza, Cisjordania, Siria, Líbano y Jerusalén Este.
«Había mucho miedo entre las comunidades palestinas, por lo que muchos huyeron con aquello que podían cargar y se llevaron, por supuesto, las llaves. Cerraron sus casas pensando en que, cuando la violencia amainara, podrían regresar a ellas y retomar sus vidas «, relata Shomali.
Pero aquello nunca sucedió.
Geografía de la memoria
En muchos casos, tampoco quedó nada a lo que retornar, como ocurrió con Al-Birwa, el pueblo natal de Mahmud Darwish, el gran poeta palestino.
Cuando los soldados israelíes llegaron el 11 de junio, en Al-Birwa, a unos 10 kilómetros de Acre, vivían unas 1.500 personas. Hoy solo queda en pie lo que un día fue el colegio.
«El día que aparecieron los soldados, mis padres agarraron algunas de sus cosas y se fueron a un pueblo cercano, donde pasaron varios días bajo unos olivos junto con mis abuelos y mis dos hermanos mayores», relata desde su casa de Yudeidi al Makr, en la Galilea, Mohamed Kayyal, cuya familia también tuvo que huir de Al-Birwa.
Sus padres, Abdul Razik y Amina, poseían grandes extensiones de terreno, donde tenían plantados frutales, olivos y otros cultivos. «Llevaban una buena vida, no les faltaba de nada», señala Kayyal, periodista y traductor, quien recuerda que a menudo iban a Haifa al cine o a conciertos de las estrellas árabes del momento, como Umm Kulzum o Mohamed Abdel Wahab.
Esa vida de comodidades se terminó de un día para otro. Solo 50 personas quedaron en Al-Birwa, refugiados en la iglesia del pueblo con el párroco, relata Kayyal. Días después, ellos también fueron expulsados tras violentos enfrentamientos.
La familia Kayyal empezó su peregrinación por los pueblos cercanos, donde fue acogida, a lo largo de los años, primero por una familia drusa, luego por una cristiana y finalmente por una musulmana.
Abdel Razek empezó a trabajar en una fábrica, de peón de día y de guardia de noche, con lo que pudo ahorrar para comprar un pequeño terreno en Yudeidi, a unos 2 kilómetros de su pueblo natal, y edificar un cuarto para vivir de forma independiente. Allí nació Mohamed y ha residido sus 67 años de vida aunque, como tantos otros palestinos, si le preguntan de dónde es, siempre responderá «de Al-Birwa».
«Mis padres nunca perdieron toda la esperanza de poder regresar a Al-Birwa, aunque nunca volvieron a poner los pies en el que fue su pueblo», cuenta Kayyal con amargura.
Cuando fallecieron, sus restos tampoco pudieron reposar en la tierra que les vio nacer. Los cementerios del pueblo fueron profanados y nadie volvió a ser enterrado allí después de 1948, ni siquiera el que fuera su vecino más célebre, Mahmud Darwish, que yace en Ramala.
La de Darwish o la de los Kayyal es una más de las cientos de miles de historias de exilio que han tejido la conciencia nacional palestina.
«Los palestinos saben que muchos de esos pueblos y esas casas ya no existen», explica el historiador palestino-estadounidense Rashid Khalidi, «pero la llave sigue siendo un símbolo del deseo de retorno a Palestina«, explica desde su despacho en la universidad de Columbia, donde ostenta la cátedra Edward Said de Estudios Árabes Modernos.
«Infiltrados» y «ausentes»
Como Al-Birwa, unos 400 municipios palestinos se vieron afectados.
Según el profesor Khalidi, cuando empezaron los enfrentamientos, a finales de 1947 (después de que la ONU anunciara su plan para la partición de Palestina, que dividía el territorio en dos Estados, uno judío y uno árabe) y hasta la proclamación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, «unos 300.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares por las milicias sionistas».
Tras el inicio de la guerra, «el ejército israelí inició una expulsión más sistemática de los palestinos» y otros 450.000 fueron forzados a abandonar sus casas y sus tierras, señala Khalidi, autor de «Palestina, cien años de colonialismo y resistencia».
Las cifras son aproximadas, pero se cree que un 80% de los palestinos sufrieron la expulsión, según los datos que manejan organismos internacionales como la ONU, explica Lubnah Shomali. Los que intentaron regresar fueron recibidos a tiros, encarcelados o forzados a volver al exilio porque se los catalogaba de «infiltrados».
«Solo los que se quedaron y fueron registrados por Israel en su primer censo fueron considerados ciudadanos israelíes. A todos los demás se les declaró ausentes y sus propiedades fueron confiscadas, aunque estuvieran, por ejemplo, en Jerusalén Este y su casa a tan solo unos pocos metros en la otra parte de la ciudad», explica Khalidi.
En algunos lugares donde la población se resistió, los historiadores han documentado masacres como la de Deir Yassin, donde un centenar de palestinos fueron asesinados, o la de Tantura, poco después del inicio de la guerra, donde algunos testigos aseguran que hasta 200 hombres desarmados fueron asesinados y que ha sido protagonista de un reciente documental israelí.
En 1948, solo un tercio de la población del Mandato Británico de Palestina era judía, unas 600.000 personas, según el consenso de los historiadores. Pero esta comunidad, asegura el profesor de Columbia, «solo poseía en torno al 6%, 7% de las tierras, que además no estaban en manos privadas sino fundamentalmente en las de organismos sionistas como el Fondo Nacional Judío o la Agencia Judía de Colonización, mientras que la gran mayoría de la tierra pertenecía al Estado o a propietarios árabes».
«Política sistemática»
«Las expulsiones no fueron un hecho fortuito de la guerra, sino de una política sistemática. No se puede convertir un país mayoritariamente árabe en un Estado judío sin cambiar la demografía. Los líderes sionistas entendieron desde la década de los 30 que no era posible crear una mayoría judía simplemente con la inmigración, tendrían que transferir a los árabes», señala Khalidi, que también es codirector de la prestigiosa revista académica «Journal of Palestine Studies».
Los primeros gobernantes israelíes tejieron, sin embargo, un relato muy distinto.
«La narrativa que se consolidó en Israel en los años 50 y en el que aún hoy creen muchos judíos en el mundo es que Israel no tuvo responsabilidad alguna en la huída de los palestinos, que fue voluntaria o respondía a órdenes de los árabes y que, de hecho, los israelíes hicieron todo lo posible entonces por que los árabes no se marcharan», explica Derek Penslar, profesor de Historia Judía en la Universidad de Harvard.
Hoy en día, la visión entre los historiadores ha cambiado.
«Existe un consenso entre los historiadores israelíes, ya sean de izquierdas o de derechas, en que los palestinos no se fueron por voluntad propia, que hubo casos claros de expulsiones, como los que se produjeron (en las localidades) de Ramla y Lod, y en cuanto a las cifras, esos 750.000 (que se vieron desplazados)», señala Penslar, autor de obras como «The Origins of Israel 1882-1948: A Documentary History» (Los orígenes de Israel 1882-1948: una historia documental).
En lo que no se ponen de acuerdo los investigadores israelíes, sin embargo, es en las alternativas a aquellas expulsiones. «El debate hoy está en qué otra cosa podían haber hecho los israelíes entonces, en si era o no viable un Estado judío con esos 750.000 árabes», añade Penslar.
Los desplazados de 1967
El drama no terminó en 1948.
Tras la guerra de los Seis Días, en 1967, otras 300.000 personas fueron desarraigadas, según cifras de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA por sus siglas en inglés).
Miles de palestinos que se encontraban esos días en el extranjero trabajando, visitando familiares o estudiando, como le ocurrió al marido de Lubnah Shomali, se encontraron con que no pudieron regresar a sus hogares. «Se convirtieron en refugiados de facto», explica la activista de BADIL.
Desde entonces, Israel ha permitido la construcción de 140 asentamientos en los territorios palestinos, en los que viven cerca de 600.000 judíos y que la comunidad internacional considera ilegales.
El derecho de retorno de esos desplazados, ratificado por la resolución 194 de Naciones Unidas aprobada el 11 de diciembre de 1948, es una de las reivindicaciones clave de los palestinos y sus líderes. Esta resolución resuelve que «debe permitirse a los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos, que lo hagan así lo antes posible». También señala que «los que decidan no regresar» deberán ser indemnizados por sus bienes.
Los sucesivos gobiernos israelíes han considerado que la resolución 194 de la ONU no reconoce un «derecho» específico de los palestinos a retornar sino que recomienda que «debería permitirse» que los refugiados regresaran.
«Ni bajo las convenciones internacionales, ni bajo las principales resoluciones de la ONU, ni bajo los acuerdos relevantes entre las partes, los refugiados palestinos tienen derecho a regresar a Israel», puede leerse en la página oficial del ministerio de Exteriores israelí.
«El relato del gobierno en los años 50 fue que los árabes empezaron la guerra y, por lo tanto, debían asumir sus consecuencias, y esta es una narrativa que aún existe hoy», sostiene Derek Penslar.
Esto, lógicamente, se ha convertido en uno de los principales escollos en la búsqueda de una salida al conflicto árabe-israelí.
Israel, con una población de algo más de 9 millones de personas, asegura que no puede dejar regresar a más de 5 millones de refugiados porque significaría el fin de su existencia como Estado judío.
fuente:bbcmundo