Estados Unidos, Brasil y la India son los otros tres países que han llegado a esta cifra. En México únicamente se realiza la prueba a personas con síntomas graves, y se han efectuado apenas unas 2.5 millones de estas en un país con 130 millones de habitantes.
México rebasó el jueves la marca de los 100,000 fallecimientos por coronavirus, convirtiéndose en apenas el cuarto país del mundo en alcanzar esa cifra, únicamente detrás de Estados Unidos, Brasil y la India.
José Luis Alomía Zegarra, director de epidemiología del país, anunció que México tiene 100,104 fallecimientos confirmados por coronavirus. La marca se alcanzó menos de una semana después de que el gobierno mexicano informara que se habían rebasado el millón de infecciones registradas, aunque las autoridades coinciden que la cifra probablemente sea mucho más alta debido al bajo número de pruebas diagnósticas que se realizan.
Pero los sobrevivientes también han quedado marcados: Además de perder a amigos y familiares, muchos de los pacientes recuperados de COVID-19 en el país aseguran que la psicosis provocada por la pandemia es uno de los efectos más duraderos.
México se ha mostrado como un país dividido, en el que algunas personas se niegan a utilizar mascarillas, mientras que otras están tan asustadas que se encuentran al borde de la paranoia a la menor falta de aliento.
Con un reducido número de análisis de diagnóstico y un temor generalizado a los hospitales, muchos en México recurren a remedios caseros y a ser cuidados por sus familiares. Tal es el caso en el barrio de escasos recursos de Ampliación Magdalena, en el este de la capital mexicana, donde la mayoría de las personas tienen trabajos informales en la central de abastos.
Ese enorme mercado fue escena de uno de los primeros brotes en gran escala en la zona metropolitana de la Ciudad de México, con 21 millones de habitantes, por lo que en los primeros meses de la pandemia los cementerios se vieron rebasados por el número de cadáveres.
La funeraria local “se parecía a una panadería, todos formaditos, las carrozas todas formadas”, dijo el líder comunitario Daniel Alfredo López González. El propietario de la funeraria le dijo que algunas personas esperaban su turno para embalsamar, y otros para incinerar los cuerpos de sus familiares.
La falta de pruebas — en México únicamente se realizan análisis diagnósticos a personas con síntomas graves, y se han efectuado apenas unas 2.5 millones de pruebas en un país con 130 millones de habitantes —, la falta de hospitales en muchas zonas y el miedo a acudir a los que existen, ha creado un terreno fértil para la ignorancia, la sospecha y el miedo.
El mismo López González enfermó. A pesar de que se recuperó, el miedo fue devastador.
“Hay una psicosis tremenda. ¿Por qué? Porque al final de cuentas a veces la enfermedad por sí misma puede no ser tan complicada, pero sí la psique de la persona”, dijo López González. “Es decir, el saber que tú tienes cierta enfermedad te puede matar más que el hecho de tener la enfermedad”.
La trabajadora de salud Dulce María López González — hermana de Daniel Alfredo — cuidó a cuatro de sus familiares que enfermaron de COVID-19, valiéndose de recomendaciones vía telefónica y de los medicamentos que recibió de un doctor que atendía a sus propios familiares.
Su primer encuentro con los efectos psicológicos de la pandemia fueron sus propios temores de que su trabajo como empleada de salud pudiera haberla expuesto al virus.
“Me faltaba el aire”, recuerda haber pensado. “También es cuestión psicológica”.
Logró tranquilizarse pensando: “Si yo me altero, si yo pienso que voy a morir, que yo ya tengo la enfermedad, pues también me va a atacar a mi corazón porque me lo acelera y puedo provocar yo misma que me pueda dar hasta un infarto”.
Su segundo encuentro giró en torno a la decisión de sus familiares de recuperarse de la enfermedad en casa. Desesperadamente tuvo que encontrar la manera de obtener equipo médico, costoso y escaso.
“Yo les decía: ‘Es que no puedo, yo sola no puedo’”, contó López González.
La gota que derramó el vaso fue cuando su esposo, quien no enfermó durante la primera ronda de contagios, sufrió un aparente ataque de pánico a bordo de un taxi, pensando que se había infectado y no podía respirar.
“Él empezaba a entrar en un esta psicosis de que ya tenía esa enfermedad, y que pues era probable que le pudiera haber dado un infarto”, declaró.
De igual forma, seguían aterrados de acudir a un hospital del gobierno.
“Fue un ciclo así como de terror realmente”, declaró. “Teníamos el miedo de ir a un hospital y escuchar todo, en redes sociales, de que se salían los pacientes, que se escapaban, que los mataban. Entonces era una psicosis enorme”.
Pero López González, cuyo trabajo involucra entregar mascarillas quirúrgicas gratuitas a los residentes, también ha visto el otro lado de la tormenta psicológica: Aquellos a los que no les importa.
“Llega el caso de una persona a la que yo misma le entregué el cubrebocas y le comentaba que no tenía por qué andar afuera sin el cubrebocas”, recordó. “Ella me hace el comentario que a ella no, a ella no le va a pasar eso ya. A los 15 días nos enteramos que la persona muere por COVID”.
El subsecretario de Salud y principal funcionario en el combate a la pandemia, Hugo López-Gatell, se molestó cuando le preguntaron sobre el hecho de que el país rebasó las 100.000 muertes.
Criticó a los medios de comunicación por ser alarmistas y enfocarse en la cifra, de la misma manera en que ha criticado a los que insinúan que el gobierno no informa cifras reales, a los que cuestionan la baja tasa de pruebas diagnósticas en el país o las recomendaciones gubernamentales contradictorias sobre el uso de mascarillas.
“La epidemia es terrible en sí, no hay que agregarle dramatismo”, dijo López-Gatell, insinuando que algunos medios se enfocan en el número de fallecimientos para vender periódicos o desatar una “confrontación política”