Las malas noticias sobre el COVID-19 van de la mano con el aumento de las cifras en el ámbito mundial. Los índices de muertes, infecciones, rebrotes y escaladas de los contagios en el mundo son un preocupante indicador, mientras las curas, las vacunas, los anticuerpos, los medicamentos son aún promesas que deben administrarse en conjunto con las medidas de prevención emitidas por las instituciones, pero que cada país aplica a su buen saber y entender o según sus propias capacidades y disponibilidad de recursos y servicios básicos.
Las últimas cifras no pueden ser más alarmantes. Los casos registrados en el mundo ya alcanzaron los ocho millones y la cantidad de muertes llegó a 434 mil.
En el continente americano EE. UU. encabeza la lista mundial de infectados, abrogándose el 25% del total mundial de casos reportados —unos dos millones de personas—. Sudamérica registra el mayor foco de rebrote mundial, con 21% de todos los casos.
En el otro lado del espectro, la OMS reporta que se han recuperado poco más de 4 200 000 personas. Sin embargo, China y EE. UU. se están enfrentando a nuevos brotes, mientras que Brasil ostenta la penosa segunda posición en el mundo.
El ministerio de Salud de Israel reporta que, a pesar de haber mantenido a raya la pandemia, la semana pasada se registró un preocupante repunte en la aparición de infectados, mostrando hasta 182 casos reportados en un lapso de 24 horas. El conteo en el Estado judío hasta la fecha es de 19 338 casos diagnosticados; 302 fallecidos; 27 pacientes en estado grave y 15 438 recuperaciones.
Mientras tanto, Netanyahu informa que la economía del país se encuentra en estado de recuperación y funcionamiento casi pleno. Como dato, tanto curioso como importante, se pudo conocer que el número de infectados en el mercado Levinsky de Tel Aviv representa el doble del promedio nacional.
En Latinoamérica la situación es variopinta, con algunos países que representan distintos estados en las cifras, sin embargo, vale la pena destacar la lastimosa situación de Venezuela. El régimen de Maduro, desconocido por una amplia cantidad de naciones, ha sumido el país en una situación en la que los servicios más básicos como el de electricidad o agua corriente llegan, si es que lo hacen, de manera esporádica y milagrosa a los hogares venezolanos, situación de la que no escapan los hospitales y centros de salud, públicos y privados, donde el sencillo acto de lavarse las manos es una maniobra complicada.
Diariamente Maduro y sus voceros, como los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, usando técnicas goebelianas, anuncian cifras, bajas de infecciones y altas en los esfuerzos y éxitos oficiales, ambas inverosímiles e improbables, dadas las paupérrimas condiciones socio-económicas en las que se encuentra sumido el país. Entre las joyas comunicacionales acuñadas por el régimen y sus asesores cubanos, para evadir las responsabilidades, se encuentra la definición de “casos importados”, para etiquetar y disgregar los casos de los migrantes venezolanos que abandonaron el país para buscar trabajo y comida en el resto de Sudamérica, muchas veces recorriendo a pie miles de kilómetros y obligados por la pandemia a retornar a Venezuela, trayendo consigo casos de infecciones y potenciales contagios.
Muchos especialistas reportan oscuridad en Venezuela en relación con las cifras de la COVID-19, y han advertido que la verdadera situación pudiera convertirse en un riesgo para todo el continente.