CÚCUTA, COLOMBIA — Rosalba Vera es una colombiana que decidió abrir las puertas de su casa a los migrantes venezolanos que llegan a la ciudad fronteriza de Cúcuta en busca de alimentos, medicamentos y otros productos para cubrir sus necesidades básicas.
Los fines de semana, Rosalba deja su faena cotidiana y luciendo su delantal se alista a elaborar su “olla comunitaria”, para dar de comer a cerca de 500 migrantes venezolanos que llegan tocando a su puerta en busca de comida.
Mientras el sol se pone sobre las montañas y la temperatura llega a los 37 grados centígrados en Cúcuta, Rosalba pone manos a la obra con los insumos que su liderazgo le ha permitido recolectar a través de organizaciones nacionales e internacionales que se han unido a su causa.
¿El fin? Brindar apoyo a quienes hoy lo necesitan, -dice-, y recuerda que el proyecto comenzó “en la calle”.
Mujer muy dispuesta
La hermana misionera de la Nueva Vida, Neil María Toro, quien fue una de las mujeres líderes de este proyecto, invitó a Rosalba, quien describe como una “mujer muy dispuesta”.
Neil María recuerda que en misiones dedicadas a entregar refrigerios a niños, comenzaron a aparecer migrantes venezolanos que esperaban al final para saciar el hambre con los alimentos que quedaban después que los pequeños desgustaban.
Su corazón misional, -explicó en entrevista con la Voz de América– la llevó a buscar apoyo en Rosalba para iniciar lo que llamaron una “olla comunitaria”.
Han transcurrido tres años de dar de comer a migrantes venezolanos, gestionando dentro y fuera de Colombia cómo conseguir los insumos para seguir ofreciendo un plato de comida a los cientos de necesitados que llegan, en un acto que busca además llenar los corazones en este lado de la frontera con Venezuela.
El liderazgo de una venezolana
Entre las mujeres líderes de este proyecto en Cúcuta está Mariela Palacio, una venezolana que ejerció como docente y comerciante en Venezuela, según contó a la VOA.
Ahora establecida en Cúcuta, se dedica a las “labores de la casa”, y a dado un nuevo vuelo a su vida apoyando en el proyecto que se enfoca en sus coterráneos.
Dijo que está “contenta” de poder ayudar a otros que al igual que ella decidieron salir de Venezuela en busca de oportunidades. En la casa de Rosalba no hay espacio para el rechazo del que algunos venezolanos se quejan.
Por el contrario, son recibidos con cariño y afecto, como cuenta Carmen, quien llega al comedor buscando seis almuerzos los fines de semana: “Donde estamos nos han acogido bastante bien”, asegura.
Historias como la de Rosalba, Neil, Mariela y Carmen, se repiten en Cúcuta y Norte de Santander. Estas mujeres tienen un sueño común: contar un día con un comedor más amplio y los recursos necesarios para ofrecer más raciones de alimentos a los venezolanos que atraviesan situaciones difíciles.