LA TRAICIÓN DE DESPEDIDA A ISRAEL DE BARACK OBAMA

El viernes pasado, en la víspera de Janucá y Navidad, Barack Obama apuñaló a Israel. El presidente saliente rechazó vetar la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –una medida que aparente ser sobre las políticas de asentamientos israelíes, pero con la clara intención de inclinar el proceso de paz hacia los palestinos. Su adopción no fue algo agradable. Pero, tristemente, era predecible.

El rechazo de Obama a usar el veto de Washington fue más que un gesto de despedida sin elegancia. Sus consecuencias presentan retos importantes para los intereses de Estados Unidos. El Presidente electo Donald Trump debe repetir la respuesta desafiante y resonante dada en 1975 del Embajador Daniel Patrick Moynihan a la Resolución “Sionismo es Racismo” de la ONU: “Que Estados Unidos no reconoce, no acatará, nunca cederá en este acto infame”.

Obama argumenta que la Resolución 2334 es una política estadounidense bipartidista hacia el Medio Oriente. La Casa Blanca ha abandonado cualquier pretensión que las partes reales del conflicto deben resolver sus diferencias. En su lugar, el presidente ha respaldado esencialmente la narrativa político-legal palestina sobre territorio que estaba anteriormente bajo mandato de la Sociedad de Naciones, pero no ya bajo control israelí luego de la guerra de independencia de 1948-1949.

La Resolución 2334 repele implícitamente la icónica Resolución 242, la cual afirmó, a raíz de la Guerra de los Seis Días de 1967, que todas las naciones afectadas, incluyendo obviamente a Israel, tenían “derecho de vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas, libres de amenazas o actos de fuerza”. Previó además que Israel debe retirarse “de los territorios ocupados en el conflicto reciente”–pero no requirió la retirada de “los” o “todos” los territorios, tolerando por lo tanto una retirada menor que total. En esta forma, la Resolución 242 encarnó la teoría central de “tierra por paz” para la política de Estados Unidos en el Medio Oriente desde entonces.

Por el contrario, la Resolución 2334 rechaza “reconocer cualquier cambio a las líneas [de 1967], incluidos aquellos con respecto a Jerusalem, en vez de los acordados por las partes a través de negociaciones.” Este léxico define efectivamente las fronteras de Israel, aun cuando afirma en forma superficial las negociaciones directas. La palabrería sobre negociaciones israelí-palestinas no es más que un truismo, aplicable igualmente a Estados Unidos y Canadá, o a cualquier otra nación que está resolviendo disputas fronterizas triviales.

No puede haber ningún trato de “tierra por paz”–con Israel cediendo territorio a cambio de paz, como en el Acuerdo de Camp David de 1979 con Egipto– si la tierra no es legítimamente de Israel como para ser cedida, en primer lugar. Los imagineros anti-Israel han usado este jujitsu lingüístico como su táctica central desde 1967, intentando crear “hechos en el terreno” en los pasillos de la ONU en vez de negociar realmente con Israel. El Sr. Obama les ha dado un pase libre indefinido.

La administración Trump podría vetar medidas futuras del Consejo de Seguridad que extiendan la Resolución 2334 (ejemplo, reconocer un supuesto Estado Palestino). El Sr. Trump podría vetar también los intentos por implementar la Resolución 2334 (por ejemplo: sanciones para lo que llama “violación flagrante en virtud del derecho internacional” por parte de Israel). Sin embargo, hay peligros importantes. Otros organismos de la ONU, tal como la Asamblea General y las numerosas agencias especializadas donde Estados Unidos no tiene veto, pueden llevar adelante la Resolución 2334.

Aún más peligroso es que naciones individuales, o la Unión Europea, puedan legislar sus propias sanciones en virtud de la disposición de la Resolución 2334 de que “todos los estados” deben “distinguir en sus tratos relevantes” entre el territorio de Israel “y los territorios ocupados desde 1967.” Esta es una licencia de caza para excluir a Israel del sistema económico internacional, exponiéndola a ella y a sus ciudadanos a riesgos personales y financiero incalculables.

Una vez en el cargo, el Presidente Trump debe actuar en forma urgente para mitigar o revertir las consecuencias de la Resolución 2334. El Sr. Obama ha hecho esto significativamente más difícil al hacer a Estados Unidos cómplice en atacar a Israel. No obstante, manejado en forma apropiada, hay un escape tanto de la zona actual de peligro como del desierto en el cual la búsqueda de paz en el Medio Oriente ha vagado durante mucho tiempo.

En primer lugar, debe haber consecuencias para la adopción de la Resolución 2334. El gobierno de Trump debe moverse para repeler la resolución, dando a los 14 países que la apoyaron una posibilidad de corregir su error. Las naciones que afirman sus votos deben tener ajustadas en forma acorde sus relaciones con Washington. En algunos casos esto podría involucrar vigorosas protestas diplomáticas. Pero los perpetradores principales en particular deben enfrentar consecuencias más tangibles.

En cuanto a Naciones Unidas en sí, si esta equivocación no es arreglada, Estados Unidos debe retener al menos sus contribuciones adjudicadas a la ONU –las cuales equivalen a unos 3 mil millones de dólares anualmente o a entre el 22 y 25% de sus presupuestos regulares totales y de tropas de mantenimiento de paz. Mientras tanto, Washington debe continuar financiando a agencias especializadas tales como la Organización Mundial de la Salud y la Agencia Internacional de Energía Atómica, aunque sea sólo para disuadirlas de no ingresar en el pantano de la Resolución 2334.

En segundo lugar, el Sr. Trump debe rechazar sin ambigüedades la visión de Obama que la Resolución 2334 está justificada para salvar la “solución de dos estados.” Ese objetivo, en el mejor de los casos, ha estado con apoyo vital durante años. Después de la provocación del Sr. Obama, su expectativa de vida podría ahora ser apenas hasta el 20 de enero. Y bien hecho. Esta visión de callejón sin salida, conjurando un estado imaginario con cero viabilidad económica, ha dañado no sólo a Israel sino también a los palestinos, los presuntos beneficiarios principales.

Mucho mejor ensayar una “solución de tres estados”, devolviendo Gaza a Egipto y dando aquellas partes de la Margen Occidental que Israel está preparada a ceder a Jordania. Adjuntando las tierras palestinas a economías reales (no a una inventada), los palestinos promedio (no su élite política) tendrán una posibilidad verdadera de un futuro mejor. Deben ser consideradas también otras alternativas al enfoque de dos estados.

El Sr. Obama adora utilizar la palabra “pivote” para sus prioridades siempre cambiantes.

Ahora depende del Sr. Trump alejarse de las políticas desastrosas de su predecesor con respecto a Israel. Asumir el desafío será difícil, pero bien vale la pena el esfuerzo para Estados Unidos y sus amigos en el mundo.

El Sr. Bolton es un miembro principal en el American Enterprise Institute y autor de “Rendirse No Es Una Opción: Defender a Estados Unidos en Naciones Unidas y en el exterior.” (Simon&Schuster, 2007)

Fuente: The Wall Street Journal

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