Muchas personas ya están acusando que Israel, o los judíos sionistas, estamos haciendo un berrinche injustificado por la resolución tomada este viernes en la ONU, respecto a los asentamientos judíos en “territorios palestinos”.
Les voy a explicar de manera sencilla por qué es al revés: la infamia, el crimen, la vergüenza, se ha cometido en la ONU.
Empecemos por un ejercicio simple: imaginemos que la situación fuera al revés. Que Israel se presentara ante la Asamblea General de la ONU, su Consejo de Seguridad o su Consejo de Derechos Humanos, con una propuesta para criminalizar la presencia árabe y palestina en territorio israelí, apelando a que sus “asentamientos” son un obstáculo para la paz. Imaginemos que a la par de esta propuesta, hubiera toda una campaña para etiquetar y boicotear los productos árabes producidos en Israel, y programar un sistemático acoso diplomático, cultural y hasta futbolístico contra todo lo que pueda recibir el apodo de “palestino”.
Seamos honestos y directos: ardería Troya. Israel inmediatamente sería acusado de racista, la medida inmediatamente sería señalada como ilegal, y en el improbable caso de que algún país la presentara en la ONU (como hicieron Nueva Zelanda y Senegal con la propuesta anti-israelí), todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad inmediatamente ejercerían su derecho a voto para mandar el asunto al bote de la basura.
Esa sería la situación si la propuesta fuera israelí y su contenido fuera anti-palestino. ¿Alguien me puede explicar por qué al revés tiene que ser diferente?
Es obvio que no. Nadie lo puede explicar razonablemente, a menos que asuma que hay una absoluta postura judeófoba por parte de la ONU y de la diplomacia internacional (voluntaria o no).
Sigamos con un argumento de tipo sentimental, pero que retrata muy bien la situación: en el último año y medio, más de 35 israelíes han muerto en ataques terroristas perpetrados por palestinos; Hamas ha seguido construyendo túneles para infiltrarse a Israel y cometer ataques terroristas; la Autoridad Palestina sigue usando el dinero que recibe de la comunidad internacional para fomentar el terrorismo anti-judío. Los diversos líderes políticos y religiosos palestinos siguen anunciando que todo el territorio debe ser “liberado”; es decir, que Israel debe dejar de existir. Sistemáticamente insisten en que nunca reconocerán el derecho del pueblo judío a tener su propio hogar nacional. No tienen empacho en señalar que la solución de dos estados es provisional, y que el objetivo final es que sólo haya uno: el palestino.
Pero nadie se queja. No he visto al infame y repulsivo Barack Obama decir que todo eso (o algo, por lo menos) es un obstáculo para la paz. No he visto a la comunidad internacional movilizarse para crear conciencia respecto a que los palestinos tienen que abandonar en absoluta toda esa política de incitación.
Para ellos, lo único que pone en riesgo la paz es la construcción de casas para judíos. Ese es el crimen que hay que perseguir en la ONU; ese es el delito al que hay que responder con boicots comerciales, culturales y deportivos.
No es un secreto que los palestinos no quieren una solución de dos estados. No es un misterio el hecho de que los palestinos quieren destruir al Estado Judío. Curiosamente, eso no es un riesgo para la solución de dos estados. Departamentos y casas para judíos, sí.
Pero dejemos lo sentimental y los ejercicios teóricos y vamos a los argumentos de fondo. Y comencemos por donde hay que comenzar: la naturaleza jurídica de un Estado y su razón de ser.
Un Estado es una construcción jurídica que puede y debe definirse como arbitraria en relación a sus fronteras y a sus ciudadanos. Me refiero a esto: México como Estado no es un reflejo –ni por asomo– de lo que fue el antiguo reino mexica (azteca); las fronteras son completamente diferentes, y al interior del país viven y conviven muchos grupos étnicos que hace 600 años rivalizaban o hasta eran abiertos y feroces enemigos de los mexicas. En consecuencia, para ser ciudadano mexicano no es necesario pertenecer al grupo étnico-cultural mexica. Basta cumplir con los requisitos jurídicos establecidos por las leyes mexicanas, y eso lo puede hacer cualquier persona en el mundo. Por ello, habemos muchos habitantes que somos descendientes de inmigrantes y que, pese a tener un bagaje familiar distinto al de la mayoría de las personas de este lugar, somos mexicanos y ya. Iguales ante la ley, con los mismos derechos y las mismas obligaciones que cualquier otro mexicano.
Esta situación se da exactamente igual en todos los países del mundo. No hay uno solo que esté estructurado en función de un solo grupo étnico cultural. En ese sentido, se dice que los Estados son multi-nacionales, bajo la premisa (hoy casi en desuso) de que una “nación” es un grupo de personas que se identifican como similares por tener los mismos antecedentes históricos, y por compartir idioma, religión, prácticas culturales y expresiones folclóricas.
Aún el Estado de Israel, pese a su identidad como Estado Judío, es un lugar en donde esta pluralidad se desarrolla de manera perfectamente normal. Todo aquel que cumple los requisitos para gozar de la identidad jurídica ofrecida por este Estado, es israelí. No importa si es árabe, cristiano, africano, europeo o latino. Lo israelí, en tanto identidad jurídica, no está (ni puede ni debe estar) delimitado por la identidad judía.
Llegar a esta situación no ha sido sencillo. Se trata de una de las expresiones más depuradas de los valores democráticos, y el proceso histórico para que la humanidad (por lo menos en occidente) acepte estos paradigmas ha costado siglos y siglos de confrontaciones, violencia, luchas sociales y esfuerzos enormes.
El proyecto de Estado Palestino rompe y violenta toda esta noción. Exige de entrada que sea un Estado exclusivo para un solo grupo “nacional” o étnico-cultural. Pide al mundo que se le conceda el derecho de llevar a cabo una limpieza étnica (en los términos usados por la propia ONU, un genocidio) contra un tipo de población específico, única y exclusivamente por su identidad histórica.
El razonamiento oficial de la administración Obama para exigir el fin de los asentamientos judíos en los “territorios palestinos” es simple. Partiendo de la noción –correcta, sin duda– de que si palestinos y judíos vivieran en un solo Estado sería cuestión de tiempo para que los judíos nos viésemos rebasados demográficamente y, por lo tanto, el control institucional quedara en manos árabes, el posicionamiento estadounidense actual dice lo siguiente: “… El único camino para que Israel sea un Estado Judío democrático es la solución de dos estados. Y ustedes no pueden lograr una solución de dos estados si la construcción y expansión de los asentamientos continúa. No hay un solo buen argumento para justificar la expansión y construcción de asentamientos, excepto el religioso (entiéndase: supersticioso)”.
La primera parte tiene sentido: para que los judíos no nos veamos rebasados por los árabes en nuestro propio estado, es preferible que esos árabes tengan su propio estado. Por cierto: la política oficial israelí siempre ha aceptado esta premisa, justo por la obviedad que conlleva.
Pero la segunda parte es irracional por completo: ¿por qué no se puede lograr una solución de dos estados mientras haya judíos viviendo en lo que se pretende sea el Estado Palestino?
Yo conozco a muchos judíos viviendo en México. Soy uno de ellos. Conozco a muchos que se dedican al ramo de la construcción, y hay ciertas zonas de la Ciudad de México en donde cada vez que se construye un edificio, de inmediato varias familias judías ocupan un elevado porcentajes de las viviendas, al grado de que llegan a adaptar algunos espacios como sedes para rezar o estudiar Torá.
Curiosamente, jamás he escuchado que alguien del gobierno se queje de que “estamos colonizando” la Ciudad de México. Menos aún he escuchado que “las viviendas judías” sean definidas como “asentamientos”, y todavía menos aún que “su expansión” ponga en riesgo la relación que tienen México e Israel como dos estados. Llegando al más extremo, irracional y absurdo punto, tampoco he escuchado que alguien quiera elevar una queja en la ONU por esta situación, y no se hable de promover una resolución de la comunidad internacional en contra de los judíos que construyen casas en “territorio mexicano”.
Paréntesis cultural: ¿Ven lo absurdo que es la postura palestina y su eco en la ONU? Basta trasladar la situación jurídica a otro país para que se evidencia como una absoluta ridiculez.
Por supuesto, hay una objeción por parte de los enemigos de los “asentamientos”. La base es que estos asentamientos trastornan por completo la vida de los palestinos y, por lo tanto, hacen inviable la posibilidad de que tengan un Estado propio. En la versión más radical de la objeción, se insiste en que los asentamientos son un proyecto israelí para “seguir quitándole tierra a los palestinos”.
Hay un severo error en esa apreciación. Vamos por partes: es cierto que, dadas las condiciones actuales, los asentamientos provocan una serie de condiciones irregulares en las dinámicas sociales de israelíes y palestinos. Eso se debe a que, para la protección de los “colonos”, el gobierno israelí –por medio del ejército– tiene que establecer una serie de controles que, efectivamente, alteran la vida de muchos palestinos.
Sí, es cierto. Pero pregunto: ¿por qué se da esa intervención militar para proteger a los “colonos”? Porque están en riesgo. ¿Por qué? Basta. Digamos las cosas como son: porque los palestinos exigen el derecho de exterminar a los judíos en “sus territorios”.
¿Cuál es la diferencia entre los “territorios mexicanos” y los “territorios palestinos” que hace que Israel no tenga que enviar su ejército a alterar la vida de los mexicanos?
Que la presencia de judíos en México no es vista como una invasión. Legalmente, somos mexicanos. Los judíos que construimos, compramos y habitamos casas en México, en realidad sólo somos mexicanos que construimos, compramos y habitamos casas en nuestro propio país.
Pero eso no es posible en el futuro Estado Palestino. Abierta y descaradamente, la Autoridad Palestina ha declarado que ningún judío debe estar presente allí, que la nueva nación debe estar “libre de judíos” (así, en terminología nazi al cien por ciento: judenrein). De hecho, el mundo está tan acostumbrado a esta lógica retorcita, que pareciera que lo absurdo es preguntar ¿por qué los judíos que viven en los asentamientos no pueden pasar a ser palestinos?
La pregunta suena irracional porque estamos acostumbrados a una falaz diferenciación entre “judío” y “palestino”. Pero eso no tiene lógica: si el proyecto es un Estado Palestino, entonces lo palestino no puede ser una identidad histórica (que, siendo honestos, ni siquiera tienen), sino que debe evolucionar hacia una identidad jurídica exactamente igual que en todos los estados modernos del mundo. Así, si una pareja de franceses se establece a vivir en el eventual Estado Palestino, sus hijos por nacimiento deberían ser ciudadanos palestinos. O, en una palabra, palestinos. Tan palestinos como cualquier pariente de Mahmoud Abbas o de Yasser Arafat.
No se necesitan dos dedos de frente para entender que en el hipotético momento de creación del Estado Palestino, todos los que vivieran dentro de él pasarían a ser considerados ciudadanos palestinos. Aunque fueran judíos. En el marco de dos estados conviviendo en paz, no existe ninguna razón para que los habitantes judíos adquieran la identidad jurídica de “palestinos”, y todas sus propiedades sean parte del patrimonio demográfico palestino.
Pero no. No es posible porque el proyecto de Estado Palestino es abiertamente genocida: se basa en eliminar por completo a un tipo de población de un sitio específico, única y exclusivamente porque son judíos.
Y la ONU votó a favor de eso.
Cuando la ONU apela a que los asentamientos judíos en los “territorios palestinos” son un obstáculo para la paz, asume que al Estado Palestino se le debe conceder el derecho de imponer políticas racistas y xenófobas, según las cuales diversos tipos de población (por lo menos, los judíos) queden relegados de toda protección jurídica y sean reducidos a la condición de intrusos e invasores.
Vuelvo a mi primer ejercicio, ahora que he ampliado el punto: volteemos la situación. ¿Qué pasaría si Israel declarara a todos los árabes como “intrusos” e “invasores”, personas no gratas en el Estado Judío, y “obstáculo para la paz y la solución de dos estados”?
Usted, querido lector, conoce la respuesta. No se la tengo que dar.
La única razón por la que la “rutina” palestina se ve alterada por la presencia militar israelí para proteger a sus “colonos”, es porque el proyecto palestino es genocida y se basa en la perversa y grotesca noción de que hay una zona en la que un grupo no puede ni debe estar presente, por el puro hecho de ser judíos.
La verdadera solución de dos estados pasa por reconocer los derechos jurídicos de todos. Si los árabes en Israel van a ser protegidos y reconocidos como israelíes, los judíos en la eventual Palestina deberían ser protegidos y reconocidos como palestinos, exactamente del mismo modo que los judíos en México somos reconocidos y protegidos como mexicanos.
En el nivel jurídico, no existe ninguna razón para que esto no sea así.
Lo único que existe es el prejuicio criminal de los palestinos, y el prejuicio atávico del resto del mundo, según el cual los judíos somos los únicos seres del mundo a los que se nos pueden negar los más elementales derechos –como el de ser ciudadano en el lugar en donde vivimos, aunque se llama “Palestina”–, y que dicha negación debe ser la base para cualquier negociación, o que incluso se puede oficializar y aprobar en la ONU.
Y si los judíos sionistas nos quejamos, carambas, somos lo peor del mundo. Cómo se nos ocurre exigir derechos para otros judíos.
Esa es la lógica del mundo: siempre que querramos encontrar una solución civilizada y negociada, los judíos tenemos que partir del hecho aparentemente incuestionable de que somos un problema por el puro hecho de existir. Que los arreglos legales deben aceptar que somos indeseables por ser judíos. Que nosotros tenemos que ceder a cualquier cantidad de exigencias, pero que no podemos exigir nada, salvo tiempo para abandonar aquellos países en donde la condición de judío automáticamente te convierte en un ilegal, un intruso, un invasor.
Y si no negociamos desde esa posición, estamos saboteando las soluciones y merecemos la censura de la comunidad internacional.
Eso fue lo que se votó en la ONU este viernes.
Es una vergüenza. Una infamia. Un atropello. Y nosotros no nos vamos a cansar de gritárselo al mundo. No nos vamos a doblegar. Menos aún en nuestro hogar ancestral.