Yuliya Stepanova fue una de los más de 1.000 atletas que se beneficiaron del meticuloso programa de dopaje que aseguran fue patrocinado por el gobierno Moscú y que impidió la participación de decenas de deportistas rusos de las pasada Olimpiadas de Río 2016.
Mientras en Londres el abogado Richard McLaren informaba este viernes sobre las conclusiones de la segunda parte de su investigación sobre el escándalo, Stepanova permanece en un lugar secreto en Estados Unidos, con miedo por su vida y la de su familia.
De no haber sido por ella es probable que el mundo todavía no tuviera conocimiento de lo que McLaren describe como un encubrimiento de Estado que pasó de ser «un caos descontrolado» a convertirse en una «conspiración institucionalizada y disciplinada para ganar medallas «.
O los detalles de cómo se manipulaban las muestras de los deportistas rusos o de la «corrupción a una escala sin precedentes» que hubo en el deporte entre 2011 y 2015.
Esta trama se descubrió después de que Stepanova decidiera convertirse en informante.
En un comunicado, el Ministerio del Deporte ruso confirmó que examinará el informe del abogado McLaren, pero insistió en la «ausencia de un programa del Estado en apoyo del dopaje en el deporte».
Agregó que continuará «luchando contra el dopaje desde una posición de tolerancia cero».
«Sabía que estaba prohibida»
Desde que reveló lo que estaba ocurriendo en Rusia, Yuliya Stepanova, de 30 años, vive escondida junto a su esposo Vitaly y su hijo de tres años, Robert.
Fue una decisión osada para una persona que había vivido por y para el atletismo la mayor parte de su vida.
Stepanova nació en el ocaso de la Unión Soviética y se crió en Kursk, ciudad que se encuentra a unas ocho horas en automóvil al suroeste de Moscú.
Su infancia la pasó en una zona aledaña a un complejo industrial. Maltratada por su padre, el atletismo fue su única vía de escape.
Una de sus primeras entrenadoras, Vera Ivanova, la recuerda como una chica «seria y enfocada» en lo que quería.
Pero no fue hasta que cambió el salto alto por las pruebas de media distancia que se produjo el punto de inflexión de su carrera.
Con 20 años, Stepanova comenzó a sobresalir y ganar pruebas regionales y fue en esa época cuando su entrenador, Vladimir Mokhnev, le sugirió darse inyecciones de testosterona para recuperar su fortaleza después de una grave infección de pecho.
«Sabía que estaba prohibida»
«Pero creo que mi entrenador me preparó bien porque me dijo era algo normal, que todos los atletas lo hacían«.
Poco tiempo después pasó a usar sustancias aún más poderosas, incluyendo esteroides anabólicos que en un principio le produjeron tanta rigidez a sus músculos que le costaba caminar.
Una vez ingresó al equipo ruso de atletismo, enviaron a Stepanova a ver al doctor Sergei Portugalov, un reconocido científico deportivo que en 2015 fue acusado en el informe de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) de ser «muy activo en la conspiración de encubrir las muestras de atletas que habían dado positivo a cambio de un porcentaje en sus ganancias».
«Él me dijo, ‘no te preocupes, si te hacen una prueba, me mandas el número de los resultados y yo lo arreglo, así puedes dormir profundamente'», recordó.
Voz de la conciencia
En una competencia de atletismo en 2009, en el río Volga, Stepanova conoció a una persona que formaba parte del sistema pero que no estaba dispuesta a cerrar los ojos. Se trataba de Vitaly Stepanov, un joven funcionario de RUSADA, la agencia antidopaje rusa.
La combinación de una atleta manchada y un idealista en defensa de un deporte sin dopaje parecía una mezcla similar al agua y el aceite.
Ella se burlaba de él por su ingenuidad y le contó que todos los atletas se dopaban y que en lugar de exponerlos, la agencia que él representaba ayudaba a encubrirlos.
La pareja se casó a los dos meses de la primera cita y pese a sus diferencias y a las frecuentes peleas por el dopaje de ella, la relación siguió adelante.
Stepanova fue suspendida dos años, después que las autoridades detectaron irregularidades en su pasaporte biológico, momento en el que se encontró en una encrucijada.
Pudo mantener un bajo perfil, seguir siendo parte del sistema, y regresar a las pistas una vez cumplida su sanción, pero en lugar de eso decidió escribir una carta de 10 páginas sobre todo lo que había experimentado y había visto.
El destinatario fue la AMA, que ignoró su confesión, así como había hecho con la correspondencia que había enviado durante años su esposo. Allí supo que necesitaba más pruebas.
Fue entonces cuando comenzó a grabar a sus entrenadores, doctores y otros atletas en su celular. Los audios, en los que aparecen muchas personas hablando sobre el uso de sustancias prohibidas, los envió a una productora alemana que los hizo públicos en un documental. Antes de que saliera al aire, Stepanova y su marido escaparon de Rusia.
Esa fue la prueba que desencadenó la serie de investigaciones que condujo a la suspensión de la Federación rusa de Atletismo y la prohibición de la participación de sus atletas en las Olimpiadas de río 2016.
Mientras que en muchas partes del mundo alaban su valentía, en Rusia hay muchos que la consideran una traidora.
Ella teme por su vida y sabe que nunca podrá regresar a su país. Pasó momentos de incertidumbre cuando hace unos meses se reveló el lugar donde vivía cuando un grupo de hackers ruso filtró los documentos de la AMA, obligándola a mudarse.
Hasta hace poco no había recibido dinero o apoyo para reconstruir la vida de su familia, pero en su mente no hay arrepentimiento.
«Yo no me considero una traidora, no revelé ningún secreto científico», explicó.
«Simplemente conté una verdad vergonzosa, que nuestro país no quiere confrontar, y la única razón por la que dije la verdad fue para tratar que se pusiera fin a eso».
fuente:bbcmundo