La semana pasada, durante una hermosa mañana primaveral, me detuve en una esquina en las afueras del oeste de Tokio. Cientos de metros en ambas direcciones, la calle se veía llena de rostros ansiosos y excitados.
Luego, casi sin previo aviso, una gran limusina negra con motocicletas a ambos lados se acercó por un puente. Cuando el auto pasó, pudimos ver por unos breves momentos al emperador Akihito y a la emperatriz Michiko, inclinados en sus asientos y saludando.
Poco después de una ola de aplausos y un hondeo de banderas de plástico por parte de la multitud, ambos se habían marchado.
Pensé que la escena había sido un poco decepcionante y no fui el único. Cerca de allí, una anciana le recriminaba a un policía.
«¿Por qué se marcharon tan rápido?», exigía saber. «Por lo general, conducen mucho más lento que esto. Casi no tuvimos oportunidad de verlos».
El policía sonrió con paciencia. Estaba claro que él no tenía control sobre la velocidad de la caravana.
Yo esperaba ver a unos escasos cientos de fanáticos asistir a esta última visita de la pareja real a las tumbas imperiales. Sin embargo, en el lugar había unas 5.000 personas o más.
Algunos de ellos se secaban las lágrimas cuando la multitud comenzó a dispersarse.
«Estoy agradecida por lo que han hecho por los japoneses», dijo una dama que vestía un exquisito kimono de primavera. «Los saludé con un sentimiento de profunda gratitud por todos estos años».
«Estoy realmente emocionada», dijo su amiga. «Espero que el emperador pueda descansar y tener una vida pacífica después de tantos años de servicio».
Kaoru Sugiyami, que llevaba un gran sombrero de sol, también había venido con un grupo de amigos.
«No pertenezco a la generación que vivió la guerra», dijo. «Pero cuando miras hacia atrás, es el emperador quien ha mantenido la paz en Japón durante su reinado. Así que quería venir a verlo en su última visita, para mostrarle mi gratitud. Quería decirle ‘gracias'».
Pero, ¿qué ha hecho el emperador Akihito para inspirar tales sentimientos?
Un emperador distinto
En enero de 1989, tras la muerte de su padre, el emperador Akihito asumió el Trono del Crisantemo.
Japón atravesaba una época de optimismo. El país era rico y se encontraba en pleno auge económico después de la guerra.
Sony estaba a punto de comprar Columbia Pictures y Mitsubishi estaba a punto de comprar el Rockefeller Center en Nueva York.
De lo que se hablaba, en gran parte del mundo, era de Japón como la nueva «superpotencia».
Pero un año después de su reinado, la calamidad golpeó al país. La burbuja de activos estalló y el mercado de valores de Tokio se derrumbó, perdiendo el 35% de su valor.
Casi 30 años después, las acciones japonesas y los precios de la tierra aún están por debajo de los niveles que estuvieron en 1990.
Para la mayoría de los japoneses, la era Heisei, cuyo nombre significa «lograr la paz», estuvo marcada por el estancamiento económico. También por la tragedia.
En enero de 1995, un terremoto de magnitud 6,9 arrasó la ciudad de Kobe, derribando edificios, viaductos de autopistas y provocando incendios que duraron varios días. El cielo sobre la ciudad se volvió negro. Alrededor de 6.000 personas murieron.
En 2011, un terremoto aún más devastador golpeó la costa noreste del país. Con una magnitud de 9, fue el cuarto terremoto más grande jamás registrado en Japón. El fenómeno natural también desató un tsunami gigante que se estrelló contra la costa del norte de Japón, arrasó ciudades enteras y mató a casi 16.000 personas.
Fue después de ese segundo desastre que el emperador Akihito hizo algo que ninguno había hecho antes. Se sentó frente a una cámara de televisión y habló directamente con los japoneses.
Dos semanas después, el emperador y la emperatriz llegaron a un centro de evacuación en un estadio en las afueras de Tokio.
La gente había acampado en el suelo, con sus escasas posesiones apiladas alrededor. La mayoría había huido de la nube de radiación que emitió la planta nuclear de Fukushima.
Esos japoneses lo habían dejado casi todo atrás, sin saber si podrían regresar a sus lugares de origen. El emperador y la emperatriz se arrodillaron en el suelo con cada familia, hablando con ellos en voz baja, haciéndoles preguntas y expresando su preocupación.
Los japoneses nunca antes habían visto a un emperador comportarse así. Para los conservadores fue un shock, pues no es así como se supone que se comporte un descendiente directo de la diosa del sol, Amaterasu.
Pero fueron muchos más los que se sintieron profundamente conmovidos por la muy humana muestra de empatía del emperador.
«Akihito tiene autoridad moral», comenta el profesor Jeff Kingston, de la Universidad de Temple, en Tokio. «Y se la ha ganado. Es el consolador en jefe. Conecta con el público de una manera que su padre nunca pudo».
«Así que visita los refugios y no como un político que va a tomarse una foto, saludar y marcharse. Se sienta con la gente, toma té y conversa de una manera impensable en la era anterior a 1945″, dice.
Los pecados del padre
El emperador Akihito no tiene la apariencia de un revolucionario. Es pequeño, modesto y de voz suave.
Sus palabras y acciones están estrechamente limitadas por la constitución de posguerra de Japón y, a diferencia de la reina Isabel II de Gran Bretaña, no es el jefe de Estado del país.
En cambio, su rol se define mucho más vagamente como «símbolo del Estado y la unidad del pueblo». Al emperador le está prohibido expresar cualquier opinión política.
Y sin embargo, dentro de la estrecha camisa de fuerza de su papel ceremonial, Akihito ha logrado hacer algunas cosas notables.
Lo primero que es necesario recordar es que Akihito es el hijo de Hirohito, el emperador divino que reinó en Japón durante los más de 15 años de violencia en Asia, entre los años 1930 y 40.
Akihito tenía 12 años cuando la guerra terminó con el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki.
En algún momento de su educación, algunos dicen que bajo la influencia de su tutora estadounidense, Elizabeth Gray Vining, Akihito se convirtió en un pacifista confirmado, y sigue siéndolo hoy.
El emperador dice que su mayor satisfacción proviene de saber que, durante su reinado, ni un solo soldado japonés ha muerto en la guerra o en un conflicto armado.
Akihito se esforzó por tender el brazo a los antiguos enemigos y víctimas de Japón. Desde Pekín hasta Yakarta, desde Manila hasta Saipán, ha tratado de curar las heridas infligidas por su padre.
«Él creó un nuevo rol para el emperador. Se convirtió en el principal emisario del país para la reconciliación, traspasando la región, haciendo gestos de reparación y arrepentimiento. Básicamente, tratando de curar las cicatrices de las guerras pasadas», dice el profesor Kingston.
En la década de 1990 esto no era particularmente controversial. Los políticos japoneses incluso alentaron al emperador, organizando un histórico viaje a China, en 1992.
Pero a medida que el tiempo ha pasado, la política japonesa se ha movido dramáticamente hacia la derecha.
La vieja «diplomacia de la disculpa» pasó de moda, así como el pacifismo. El actual primer ministro, Shinzo Abe, prometió librar a Japón de su constitución pacifista.
Él y otros políticos de derecha quieren recuperar la educación patriótica y eliminar lo que llaman el «masoquismo histórico» de la era de la posguerra.
De manera sutil, pero determinada, el emperador Akihito ha mostrado repetidamente su desdén por los revisionistas. En 2015, al cumplirse el 70 aniversario del final de la guerra, el primer ministro Abe pronunció un discurso.
«Básicamente, dijo que la paz y la prosperidad que disfrutamos hoy se debe al sacrificio de los tres millones de japoneses que murieron durante la guerra», recuerda el profesor Kingston.
«Al día siguiente, Akihito dijo algo distinto. Pronunció un discurso asegurando que la prosperidad que disfrutamos hoy depende del trabajo duro y el sacrificio de los japoneses después de la guerra«.
Los millones de japoneses que miraban el discurso se dieron cuenta de que se trataba de una inconfundible bofetada.
En otra ocasión, durante una fiesta en el jardín real de Tokio, un miembro de la derecha del gobierno metropolitano de la ciudad le dijo con orgullo al emperador que estaba a cargo de asegurarse de que todos los maestros estuvieran de pie y de cara a la bandera cuando cantan el himno nacional.
El emperador amonestó gentil pero enfáticamente al burócrata.
«Estoy a favor de la elección individual», dijo.
El largo adiós
A lo largo de su reinado, el emperador ha sido inseparable de su compañera y consejera más importante, la emperatriz Michiko.
La emperatriz nació plebeya y, a veces, la vida en la casa imperial le ha resultado extremadamente difícil. En 1993, su salud colapsó debido al agotamiento mental y perdió la capacidad de hablar por dos meses.
La emperatriz comentó recientemente su asombro ante la decisión de su esposo de abdicar.
«Los deberes requeridos de él son la máxima prioridad en todo momento y los asuntos personales ocupan el segundo lugar», escribió, «y así es como él ha vivido estos casi 60 años».
Durante algún tiempo, el emperador Akihito ha experimentado un declive en su salud. Sufrió cáncer y tuvo que someterse a una cirugía cardíaca.
Quienes están cerca de él aseguran que el emperador ha vivido con la creciente preocupación de incumplir con sus obligaciones oficiales, debido a sus problemas de salud.
Ya en 2009, el emperador había comenzado a hacer esfuerzos silenciosos para que le permitieran entregar el trono a su hijo, lo cual no es una tarea fácil.
La constitución de la posguerra deja claro que los emperadores deben servir «de por vida». Por eso, según el profesor Takeshi Hara, los políticos ignoraron las peticiones del emperador.
«En el transcurso de nueve años, ninguno de los gobiernos simpatizó con la situación del emperador«, dice. «Sentían que si cumplían con su deseo de abdicar, esto demostraría que el emperador tiene poder para tomar decisiones importantes, y eso está en contra de la Constitución».
Es un enigma muy japonés, pero debido a la creciente desesperación, el profesor Hara dice que el emperador y la Agencia de la Casa Imperial elaboraron un plan.
«El emperador y la Agencia se estaban volviendo cada vez más impacientes», dice. «Así que alguien de la institución filtró la información a NHK (la emisora nacional de Japón). Luego esta emisora transmitió la solicitud del emperador».
Fue una gran noticia para la emisora nacional de Japón y ayudó a solucionar el problema. Un mes más tarde, el emperador acudió a la televisión para apelar directamente a los japoneses, explicándoles su deseo de renunciar y entregar el trono a su hijo.
Las encuestas de opinión mostraron que la abrumadora mayoría de los japoneses apoyó el deseo del emperador. Shinzo Abe y los conservadores no tuvieron más remedio que estar de acuerdo.
Desde ese momento han pasado casi dos años más, pero ahora el emperador Akihito finalmente podrá disfrutar de su retiro.
El país comenzará oficialmente una nueva era este 1 de mayo, cuando el príncipe heredero Naruhito ascienda al Trono del Crisantemo como el nuevo emperador de Japón.
fuente:bbcmundo