Estimados amigos, ésta es mi carta de esta semana.
De acuerdo con la Ley de Retorno de Israel, una persona debe tener al menos un abuelo judío,
estar casado con un judío o haberse convertido en una comunidad judía establecida para ser
elegible para hacer aliá. Pero para ser definido como judío por la halajá (ley religiosa judía), los
criterios son mucho más estrictos: el individuo debe haber nacido de una madre judía o haber
sido convertido por un rabino ortodoxo reconocido por el Gran Rabinato de Israel. Sin embargo,
una persona no tiene que ser halájicamente judía para mudarse a Israel.
Sergio DellaPergola, ampliamente aclamado como una autoridad líder en la demografía judía,
estima que más de la mitad de los inmigrantes que llegaron en los últimos años de países del
antiguo bloque soviético no califican como halájicamente judíos. Éste no fue el caso, dice, en la
década de 1990, durante la ola masiva de inmigración de la ex Unión Soviética, cuando
aproximadamente un millón de hablantes de ruso se mudaron a Israel.
“Lo que estamos viendo es un patrón muy típico en la migración judía”, dice este profesor de la
Universidad Hebrea de Jerusalén. “Los que tienen una motivación más judía, tienden a ser los
primeros en aprovechar la oportunidad de ir a Israel; y éstas son las personas que normalmente
encontramos en la primera ola. La segunda es cuando se observa un grupo más diverso, lo que
significa que la proporción de familias mixtas en él tiende a crecer”.
En 2017, Rusia y Ucrania juntas representaron el 49 por ciento de todos los inmigrantes; en 2018
el 57 por ciento; y en la primera mitad de 2019, el 68 por ciento. En otras palabras, dos de cada
tres inmigrantes que llegaron a Israel el último año provenían de uno de esos dos países (un poco
más de la mitad sólo de Rusia).
El reciente aumento en la inmigración de Rusia se ha atribuido a dificultades económicas,
mientras que se cree que el éxodo de Ucrania está más relacionado con los disturbios políticos.
Según el último cálculo de DellaPergola, la población judía “central” de Rusia – la cifra se refiere
a individuos que se identifican como judíos y no se afilian a ninguna otra religión, y que se
superponen a los judíos halájicos –totalizaron 172,000 en 2018; mientras que su población de la
Ley de Retorno (ciudadanos rusos elegibles para hacer aliá) ascendió a más del triple: 600,000.
La población judía “central” de Ucrania totalizó 50,000, mientras que su población de la Ley de
Retorno fue el cuádruple de esa cifra. Y si estos dos países continúan como fuentes principales
de aliá en los próximos años, es probable que la tendencia actual se intensifique aún más.
LOS “SIN RELIGIÓN”
Según la última estimación de DellaPergola, un total de 426,700 ciudadanos israelíes, algo menos
del 5 por ciento de la población total, caen actualmente en la extraña categoría demográfica
conocida como “otros” o “sin religión”, tal como los definen la Oficina Central de Estadística y el
Registro de Población. Estas personas son elegibles para la ciudadanía, bajo la Ley de Retorno,
pero no aceptadas como judías por las autoridades religiosas del país. Como resultado, se les
niegan ciertos derechos básicos.
En primer lugar, no pueden casarse legalmente porque todos los matrimonios en Israel son manejados por las autoridades religiosas; el Rabinato, que autoriza los matrimonios entre judíos, no los reconoce como tales. Si el llamado “otro” resulta ser una mujer, sus hijos tampoco pueden casarse en Israel. Además, “otros” no pueden ser enterrados en cementerios judíos.
Dadas las tendencias recientes de aliá y las tasas de reproducción, se espera que este
subconjunto de ciudadanos israelíes, no exactamente judíos, pero tampoco no judíos, alcance el
medio millón en una década o dos.
“Muchos de estos inmigrantes vivieron y se identificaron como judíos en Rusia y Ucrania, pero
aquí, en su patria nacional, no son aceptados”, señala Ksenia Svetlova, ex miembro de la Knesset
por la Unión Sionista, de centroizquierda e inmigrante de la antigua Unión Soviética. “¿Cómo
pueden no sentirse ciudadanos de segunda clase cuando pagan sus impuestos y van al ejército
como todos los demás, pero se les niegan derechos básicos como el de casarse?”.
JUDAÍSMO, ¿POR LÍNEA PATERNA O MATERNA?
En la antigua Unión Soviética, el origen étnico estaba determinado por el padre y no por la madre.
Como resultado, muchos de estos inmigrantes se encontraron con un duro golpe cuando
aterrizaron en Israel y descubrieron que las reglas en el Estado judío eran totalmente opuestas.
Un artículo publicado el año pasado por el Israel Democracy Institute, con sede en Jerusalén,
señala la amarga ironía de la difícil situación que enfrentan estos inmigrantes. “En algunos casos,
en sus países de origen se les consideraba judíos e incluso sufrían de antisemitismo porque su
condición estaba determinada por la religión del padre”, escriben los autores Yedidia Stern y
Netanel Fisher. “Así que fueron discriminados en el extranjero debido a su judaísmo, mientras que aquí son discriminados, o al menos no reconocidos como parte del colectivo, debido a su carácter dudoso”.
ESCONDER SU JUDAÍSMO VS COMPRAR Y COMPROBAR SU JUDAÍSMO
Hace apenas 70 años ocurría lo contrario. Lo único que querían los judíos era esconder su religión.
Muchos se escondieron para evitar ser capturados por los nazis y sus colaboradores. Algunos,
sólo ocultaron su identidad judía y continuaron viviendo públicamente, utilizando documentos
de identidad falsos. Otros se escondieron físicamente en áticos, bodegas u otros refugios. Para la
mayoría, esconderse era una decisión difícil que implicaba riesgos extraordinarios. Muchas
familias, como la de Anne Frank, intentaron esconderse juntas. Pero a menudo los niños fueron
escondidos primero, porque más personas estaban dispuestas a acoger a un niño que a un adulto.
Casi todos los judíos que se escondieron confiaron en los demás para que los ayudaran, y a
menudo sintieron que dependían totalmente de ellos: para la comida y el agua, para las noticias
del mundo exterior y, especialmente, para que estuvieran dispuestos a seguir guardando su
secreto. Por lo general, los que estaban escondidos les daban a sus ayudantes dinero para pagar
alimentos y otros suministros, y así recompensarlos por hacer un compromiso tan peligroso.
A veces, los judíos o exempleados ocultaban a otros judíos, a quienes conocían, y a veces los
ayudaban extraños. Pero en muchas ocasiones los riesgos de ocultarse cambiaron la naturaleza
de las relaciones más cercanas y confiables.
Miles de niños judíos sobrevivieron al Holocausto porque fueron protegidos por personas e
instituciones de otras religiones. Docenas de conventos católicos en la Polonia ocupada por los
alemanes, acogieron independientemente a jóvenes judíos. Los católicos belgas escondieron a
cientos de niños en sus hogares, escuelas y orfanatos; y los protestantes franceses de Le
Chambon-sur-Lignon y sus alrededores, albergaron a varios miles de judíos. En Albania y
Yugoslavia, también algunas familias musulmanas ocultaron a jóvenes judíos.
Los niños rápidamente aprendieron a dominar las oraciones y los rituales de su religión
“adoptada”, para mantener oculta su identidad judía incluso a sus amigos más cercanos. Muchos
jóvenes judíos recibieron el bautismo cristiano, con o sin el consentimiento de sus padres.
Encontrar un “rescatador” era bastante difícil, especialmente uno que se hiciera cargo de ellos
por un período de años. Algunas personas se aprovecharon de la desesperación de una familia
perseguida recolectando dinero y luego incumplieron su promesa de ayuda o, peor aún, los
entregaron a las autoridades para obtener una recompensa adicional. Más comúnmente, el
estrés, la angustia y el miedo llevaron a los benefactores a expulsar a los niños judíos de sus
hogares.
Con frecuencia, los grupos de rescate organizados trasladaban a los jóvenes de una familia o
institución a otra, para garantizar tanto la seguridad del menor como de los padres adoptivos. En
los Países Bajos ocupados por los alemanes, los niños judíos permanecieron en un promedio de
cuatro lugares diferentes; algunos cambiaron de escondite más de una docena de veces.
Entre los recuerdos más dolorosos para los niños ocultos estaba la separación de sus padres,
abuelos y hermanos. Por una variedad de razones, muchos niños judíos se escondieron solos: la
falta de espacio, la incapacidad o falta de voluntad de un rescatador de acoger a una familia
completa, o la decisión de los padres de no abandonar a otros miembros de la familia en el gueto.
En Francia, por ejemplo, la OSE (Oeuvre de Secours aux Enfants, “Sociedad de Ayuda Infantil”)
pudo sacar de contrabando a niños, pero no a sus padres, de campos de internamiento. La
separación atormentó a padres e hijos. Cada uno temía por la seguridad del otro y no podía hacer
nada al respecto.
El joven y los padres a menudo tuvieron que soportar su dolor en silencio, para no poner en peligro la seguridad del otro. Para muchos niños ocultos, la separación de los tiempos de guerra se hizo permanente.
La seguridad de un niño escondido exigía un secreto estricto. Las familias de acogida crearon
explicaciones elaboradas para la presencia de una nueva cara en su hogar, identificando al niño
como un pariente lejano, amigo o sobreviviente de un hogar bombardeado. Conventos y orfanatos ocultaron las identidades judías de los jóvenes en sus documentos, y ante sus compañeros y el personal.
Los grupos de rescate organizados trasladaban con frecuencia a los niños y mantenían registros en código para evitar su descubrimiento. En algunos, no se les permitía a los padres contactar a sus hijos ni saber su paradero.
Los niños mismos entendieron bien la necesidad de ese tipo de seguridad. Se mantuvieron
alejados de situaciones en las que su verdadera identidad pudiera quedar expuesta, se aferraron
a su religión y a sus nombres falsos, y evitaron gestos y expresiones que pudieran interpretarse
como de “judíos” o extranjeros.
¡Cómo cambian las cosas en un lapso tan corto de tiempo! Ahora los nuevos inmigrantes a Israel tienen que comprobar su judaísmo, comprando inclusive papeles falsos para demostrar que son
judíos auténticos.