Si por algo será recordado 2016 es porque, en varios países de Occidente, votantes descontentos u olvidados por el «establishment» le dieron un contundente puntapié al tablero político.
Fue un año que sorprendió a numerosos observadores, pero no a muchos votantes alienados que se sintieron reivindicados en procesos democráticos tradicionales como elecciones y referendos, que anteriormente los decepcionaban o no les interesaban.
Y con una particularidad: «El descontento y la incertidumbre en un sector la población fue aprovechado por la derecha«, explica David Held, profesor de política y relaciones internacionales de la Universidad de Durham, en Reino Unido.
Dirigentes atípicos que antes hubieran sido considerados «políticamente incorrectos», como Donald Trump en EE.UU., Nigel Farage en Reino Unido y Beppe Grillo en Italia, se volvieron voces triunfantes de ese electorado.
«Claramente, estamos ante el inicio de una nueva era«, asegura Held, autor de numerosos artículos y libros sobre democracia y globalización.
«Es una era marcada por el triunfo del miedo y de la ira, una descarada falta de respeto por la verdad, la xenofobia, el debilitamiento de las ideas liberales y el rechazo a los logros de la globalización económica«.
Al punto que 2016 dejó una serie de preguntas de fondo y hasta incómodas: ¿está en crisis la democracia tal como la conocemos?, ¿dejó de funcionar esta forma de gobierno antiquísima? y, en último término, ¿debería ser replanteada en su forma actual?
«El peor año»
«La democracia ha tenido una mala década», le dice a BBC Mundo el profesor Brian Klaas, experto en políticas comparadas y democracia global de la London School of Economics, en Reino Unido.
Según él, desde 2006 múltiples indicadores han mostrado que, año tras año, el mundo se ha vuelto menos democrático; los regímenes autoritarios se han propagado y han echado raíces en sitios considerados democráticos, como en el caso de Filipinas con el presidente Rodrigo Duterte.
Y sobre este año que acaba, Klaas concluye sin dudar: «En la última década, 2016 fue claramente el peor año para la democracia en el mundo».
«Y no sólo por resultados individuales de elecciones y referendos, sino también porque un número cada vez mayor de personas está cuestionando a la democracia como la forma ideal de gobierno», precisa.
El shock del Brexit
El primer gran hecho que dejó perplejos a muchos en 2016 fue el referendo celebrado en Reino Unido el 23 de junio.
Al contrario de lo que habían pronosticado encuestas y analistas, la mayoría de los británicos votó a favor de abandonar la Unión Europea (UE), el llamado Brexit.
Hay consenso entre los analistas en que la victoria del «No» se debió a que la consulta se convirtió, más que en un referendo sobre la UE, en uno sobre inmigración, los temores de la gente por su futuro y la utopía de que Reino Unido sería más próspero de manera independiente.
«Lo increíble del referendo en Reino Unido es que muchos no respondieron a la pregunta que se hizo«, dice David Held, de la Universidad de Durham.
«Lo que pone de relieve el problema fundamental de este tipo de consultas: no son aptas para definir problemas complejos que son cruciales para el destino de un país».
Klaas coincide y añade: «La sencilla pregunta del referendo, si quedarse o abandonar la UE, implicaba toda una gama de cuestiones complicadas e interrelacionadas, y difícilmente podía decidirse sobre ellas con la información disponible en aquel momento y en un plazo tan limitado».
Y ambos académicos llaman la atención sobre el hecho de que muchos votantes decidieron su voto en base a una mentira: la promesa de la campaña por el «No» (reconocida a posteriori como falsa por sus promotores) de que se inyectarían unos US$430 millones extra al servicio nacional de salud.
Avance de la extrema derecha en Europa
También en 2016 se vieron los problemas en la democracia de España, que tuvo serios inconvenientes para formar mayorías y un nuevo gobierno.
Fuimos testigos, por otra parte, de la humillante derrota (y renuncia) del primer ministro de Italia Matteo Renzi en un referendo para reformar el sistema político.
En él -de manera similar que en Reino Unido- la derecha encabezada por Beppe Grillo sacó provecho de un discurso antisistema y de rechazo a la UE y sus «imposiciones» económicas y políticas.
Y en Francia y Alemania los movimientos de extrema derecha populista de Marine Le Pen y Alternativa por Alemania (AfD) ampliaron su base de apoyo, igualmente con un programa anti-establishment y de rechazo a lo foráneo, y podrían consolidarse en las elecciones que se celebrarán el año próximo.
En Austria perdió al candidato presidencial de esa misma tendencia política, Norbert Hofer, pero dejó en claro que representa a una fuerza en ascenso.
Pero quizás lo más llamativo del año fue lo que ocurrió en EE.UU., la democracia más poderosa del mundo.
La carta ganadora de Trump
Allí el magnate Donald Trump no sólo impresionó al ganar las primarias republicanas, sino también al lograr una cómoda victoria en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre.
Y lo hizo protagonizando una campaña que años antes no hubiera llegado muy lejos.
Bajo el lema «Hacer a EE.UU. grande otra vez«, atacó frontalmente al establishment de Washington, al que acusó de corrupto y alejado de las necesidades del electorado.
Presentó a los inmigrantes como criminales (los mexicanos «son violadores») y como una amenaza para la seguridad del país, e incluso prometió construir un muro entre EE.UU. y México.
Calificó el cambio climático como un «engaño chino» y prometió anular grandes tratados comerciales de su país con otras regiones del mundo, favoreciendo el proteccionismo, mientras elogiaba a un líder cada vez más señalado por su autoritarismo, el presidente ruso Vladimir Putin.
Ello en medio de acusaciones de abuso sexual que él negó, comentarios misóginos, insultos directos a su rival demócrata Hillary Clinton («Qué mujer desagradable») y su resistencia a hacer pública su declaración de impuestos al tiempo que definía como «listos» a los que eludían el pago de tributos.
Además, las constantes idas y vueltas de sus afirmaciones.
«El caso de Trump significó la consolidación de una nueva tendencia en la política», afirma el académico británico David Held. «Demostró que se podía decir cualquier cosa en público sin sufrir consecuencias«.
Pero no sólo eso: en su ascenso internet estuvo en el centro de la escena: hubo acusaciones -rechazadas por la campaña del magnate- de que noticias falsas diseminadas por Facebook contribuyeron a su triunfo y de que hackers rusos realizaron ciberataques en EE.UU. con ese mismo fin.
Motivos históricos
Según explicaron los analistas consultados las razones que explican el triunfo de Trump y del Brexit, por citar los casos más relevantes del año, son más profundas y globales de lo que uno podría pensar.
Para empezar, «la crisis financiera de 2008 ha tenido un impacto negativo en los pobres y las clases trabajadoras, que han pagado el precio de la debacle», dice Held.
Asimismo, la globalización ha enriquecido a las ciudades, pero grandes zonas desindustrializadas y rurales han quedado al margen.
«El sistema global en el que hemos vivido en los últimos 30 y 40 años ha producido inequidad social y desempleo», le explica el historiador italiano Federico Romero, del Instituto Universitario Europeo (EUI, por sus siglas en inglés).
«Y en muchos países occidentales esto ha erosionado, en algunos sectores de la población, el sentido de identificación con el orden democrático».
A lo que se suma la inestabilidad en Medio Oriente, que «ha impulsado la migración y alimentado los fantasmas del terrorismo en Europa y Estados Unidos», según Held.
El politólogo británico añade: «Otro factor igualmente importante es el ascenso de las sociedades en red, donde internet ha dado voz al disenso pero también ha creado círculos diferenciados de información en los que el contenido está hecho a medida de determinadas ideologías, lo que contribuye a reducir la visión personal del mundo».
¿Democracia en crisis?
En vista de todo lo que ha ocurrido en el terreno político, las grandes preguntas que deja 2016 son si la democracia está en crisis en Occidente y, de ser así, qué es exactamente lo que anda mal.
En cuanto a la primera interrogante, los analistas consultados por no se ponen de acuerdo sobre si es el concepto mismo de democracia es lo que está en problemas.
Brian Klaas, de la London School of Economics, dice que sí: «Las investigaciones han encontrado clara evidencia de que ha habido una erosión en la idea de democracia en las sociedades occidentales».
Federico Romero, del EUI, cree que no: «El principio democrático está enraizado en muchas sociedades y no hay nadie que la esté cuestionando abiertamente. Lo que sí se observa son tendencias más autoritarias dentro de ese sistema de gobierno».
Es la calidad de la democracia lo que está en entredicho»
En lo que sí concuerdan los expertos es que la democracia no está funcionando adecuadamente.
«En Occidente, el sistema democrático no le está dando resultados a mucha gente; no logra solucionar sus mayores preocupaciones», explica Klaas.
A lo que David Held, de la Universidad de Durham, agrega: «Que tengamos elecciones y referendos no significa que la democracia esté resolviendo los problemas de los ciudadanos. Es la calidad de la democracia lo que está en entredicho».
Pero, ¿por qué falla ahora el sistema político creado en la antigua Grecia? ¿Qué engranajes y palancas dejaron de funcionar?
Qué marcha mal
Los académicos consultados por BBC Mundo estuvieron de acuerdo en que hay tres grandes mecanismos que no están funcionando bien en las democracias occidentales.
Primero, la desconexión de los partidos políticos tradicionales con el electorado.
Según Held, estas agrupaciones «han cortado sus lazos con los votantes por su incapacidad de cambiarles la vida y han perdido fuerza frente a las organizaciones sociales y al poder de las redes sociales».
«Son dinosaurios de la política; carecen de la vitalidad necesaria para movilizar una gran cantidad de votos».
Según los expertos, el electorado ya no tiende a seguir partidos institucionalizados, sino que optan por una alternativa más directa: vota por quien le ofrezca lo que necesita sin importar mucho el signo político.
Lo que nos lleva al segundo elemento que anda mal, según los analistas: a las democracias cada vez les cuesta más construir mayorías.
«En muchas sociedades occidentales hay una creciente polarización en la política. En ellas el compromiso se ha convertido en una mala palabra y el consenso en un recuerdo distante», afirma Brian Klass, de la London School of Economics.
Como consecuencia, prosigue Klaas, las grandes decisiones democráticas parecen descansar en un gran número de «votantes fluctuantes» que pueden decidir una votación reñida en uno u otro sentido.
«De hecho, las grandes elecciones de 2016 se resolvieron por un estrecho margen«, precisa.
Claro que esto entraña un peligro, advierte a Federico Romero, del EUI. «El riesgo de que la democracia se reduzca al dominio de una mayoría que no respete a las minorías, y se vuelva más autoritaria y menos plural».
Mentiras verdaderas
En un escenario así, la información -el tercer elemento disfuncional, según los expertos consultados- juega un papel más crucial que nunca.
«Para funcionar adecuadamente, la democracia requiere de un consentimiento informado de los gobernados», explica Klaas.
«Hoy en día tenemos una gran cantidad de medios para elegir, pero las personas tienden a encerrarse en recintos ideológicos que les son afines, en los que escuchan su propio eco».
Según Klaas, si a esto se añade el hecho de que las redes sociales facilitan la difusión de noticias falsas, «la democracia sufre aún más».
«Los gobiernos se enfrentan al problema de que los ciudadanos no pueden discernir entre hechos verdaderos y fabricados. Y en una democracia así, los resultados de las votaciones pueden volverse impredecibles, como sucedió en parte con Trump y el Brexit».
¿Y el futuro?
Teniendo en cuenta las dificultades que enfrentan las democracias occidentales en la actualidad, los tres investigadores consultados por coinciden en que esta antigua forma de gobierno debe ser replanteada.
Y aunque no tienen en claro el camino exacto por seguir, sí pueden definir los principales requisitos.
La democracia debe ser defendida enérgicamente como principio fundamental y, sobre todo, repensada en muchos aspectos»
«La democracia debe ser defendida enérgicamente como principio fundamental y, sobre todo, repensada en muchos aspectos», afirma Federico Romero, del EUI.
Según Romero, para sobrevivir y prosperar nuevamente debe volver a ser capaz de resolver de manera más efectiva problemas como la pobreza, la inequidad y el desempleo.
El profesor David Held, de la Universidad de Durham, coincide. En su opinión, el principal reto de las democracias occidentales es «lograr resultados concretos para los sectores alienados en un mundo globalizado, donde las multinacionales, los lobbies e internet tienen cada vez más poder».
Para Held, sería «estúpido» no escuchar a aquellos que en 2016 votaron por el Brexit y por Donald Trump.
«Su irrupción en la escena política es una lección que debemos aprender en vista de los comicios que se celebrarán en 2017 y en años posteriores».
fuente:bbcmundo