La Administración de Trump se enfrenta a la comunidad académica al negar el carácter judío de la Shoá.
Donald Trump eligió el Día de Recuerdo del Holocausto para firmar el decreto que prohíbe la entrada en EEUU a ciudadanos de siete países de mayoría musulmana. Pero no fue la única medida incendiaria que su Administración adoptó el pasado viernes. Por primera vez en décadas, el comunicado de la Casa Blanca sobre el Holocausto no mencionaba explícitamente a los judíos. Hablaba de “víctimas, supervivientes y héroes”. Era un olvido incomprensible, porque bordea el negacionismo, así que la mayoría de los expertos esperaron, pensando que se debía a una torpeza. Sin embargo, tanto el portavoz, Sean Spicer, como el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Reince Priebus, dejaron claro este fin de semana en diferentes medios de comunicación que no se trataba de un despiste —algo que sería extraño en un tema tan delicado—, sino de una política.
Negar el carácter judío del Holocausto es un disparate desde el punto de vista histórico y abre un debate absurdo porque no existe en la comunidad académica. Los nazis persiguieron y asesinaron en masa a numerosos grupos –enfermos mentales, gitanos, homosexuales, socialistas, republicanos españoles–, pero lo que llamaron la Solución Final del Problema Judío iba dirigida, como su propio nombre indica, a los judíos. El Museo del Holocausto de Washington en un comunicado en respuesta a la Casa Blanca recordó una frase Elie Wiesel, el superviviente de Auschwitz y premio Nobel de la Paz fallecido este año: “No todas las víctimas de los nazis fueron judíos, pero todos los judíos fueron víctimas de los nazis”.
“El Holocausto representó el asesinato sistemático, dirigido por el Estado, de seis millones de personas por la Alemania nazi y sus colaboradores. La ideología nazi describe el mundo como una lucha racial y en su núcleo central se encuentra la destrucción de todos y cada uno de los judíos. Millones de civiles inocentes fueron perseguidos y asesinados por los nazis, pero la eliminación de los judíos se encontraba en el mismo centro de la política de los nazis”, señalaba el comunicado del Museo del Holocausto.
El documentalista e historiador británico Laurence Rees, que se ha pasado la vida estudiando la II Guerra Mundial, entrevistando a víctimas y perpetradores y que es autor de uno de los mejores estudios sobre Auschwitz, acaba de publicar en inglés un volumen titulado The Holocaust. A new history. El corazón de su libro retoma precisamente el mismo argumento: comienza con una carta de Adolf Hitler de 1919 en la que ya mostraba su odio desatado a los judíos y su tesis es que en el centro del nazismo se encontraba primero el odio a los judíos y luego la voluntad de exterminarlos totalmente.
Muchos pueblos eran considerados inferiores en el delirio racista nazi, destinados a convertirse en esclavos, pero sólo dos debían sufrir la exterminación absoluta: los judíos y los gitanos. Para los judíos se emplea la palabra Holocausto o Shoah; para los gitanos, porraimos (destrucción en romaní). Pero el mayor esfuerzo organizativo para el asesinato masivo estuvo dirigido a los judíos, porque el antisemitismo formaba parte del corazón mismo del nazismo, como dos caras de la misma moneda. La conferencia de Wannsee, el 20 de enero de 1942, durante la que se organizó el exterminio masivo, estaba dedicada solamente a los judíos.
De los pogromos se pasó a las estrellas amarillas, luego a la deportación, al trabajo forzado y a la política de guetos y, desde el mismo momento en que empezó la II Guerra Mundial, al asesinato masivo y los campos de exterminio (el 90% de las víctimas de estos campos nazis en territorio polaco dedicados solo al exterminio, Chelmno, Belzec, Treblinka, Sobibor, Maidanek y Auschwitz-Birkenau, fueron judíos). No importa el libro sobre el Holocausto o el nazismo que se consulte —KL de Nikolaus Wachsmann por citar uno de los últimos o los ya clásicos de Raoul Hilberg, Martin Gilbert, Richard Hass, Yehuda Bauer, Claude Lanzmann, Christopher Browning o Richard J. Evans– es un debate que no existe. Planean muchas otras preguntas —¿Cómo pudo ocurrir? ¿Qué sabían los alemanes comunes? ¿Cómo personas aparentemente normales pudieron matar a millones de seres humanos?—, pero esa no. Nadie se plantea si el Holocausto fue o no un crimen contra los judíos de un régimen criminal y racista responsable de millones de muertos.
Las explicaciones de Reince Priebus en el programa Meet the Press de la BBC no hicieron más que desatar las críticas en vez de aplacarlas. “No lamento las palabras que utilizamos. Quiero decir: todo el mundo que sufrió en el Holocausto, incluyendo claro a todo el pueblo judío afectado por ese miserable genocidio, es algo que consideramos extraordinariamente triste”, señaló. Spicer, por su parte, aseguró que las críticas contra el comunicado de la Casa Blanca eran “patéticas” y “decepcionantes”.
El columnista de The Guardian y director de un programa de historia de la BBC, Jonathan Freedland, escribió que “llamar ‘triste’ al Holocausto es el primer paso antes de decir que no ocurrió”. Jonathan Greenblatt, director de la Liga Antidifamación (dedicada a denunciar el antisemitismo), recordó en la CNN que muchos países, desde la URSS bajo Stalin hasta Irán, se negaron siempre a reconocer la especificidad de la persecución de los judíos “optando por hablar de forma genérica del sufrimiento antes de reconocer lo que de verdad representó ese catástrofe: el intento de genocidio del pueblo judío”. El columnista conservador John Podhoretz, editor de Commentator, que redactó discursos para Ronald Reagan, aseguró que “universalizar el Holocausto a todos los que sufrieron bajo en nazismo representa arrancarle su sentido” y calificó de “abominable” la actitud de la Casa Blanca.
En EE.UU. se acaba de estrenar una película británica, Denial, que relata el enfrentamiento judicial entre Deborah Lipstadt, una experta en negación del Holocausto, con David Irving, un negacionista que la llevó a los tribunales por llamarle mentiroso y manipulador. El caso, sobre el que Lipstadt escribió un libro, plantea muchas cosas, una de ellas es que la negación del Holocausto adopta muchas formas, no sólo decir que no existieron las cámaras de gas sino que Hitler no tuvo nada que ver (la teoría de Irving). Pero el filme también plantea un asunto importante: hay cosas sobre las que no se puede debatir, no es un problema de libertad de expresión, sino de respeto a la verdad, a la historia, a los datos proporcionados por miles de testigos y por documentos escrutados por historiadores que se han dedicado toda la vida a eso. En Historia no existen los hechos alternativos.
Fuente: El País