Kaminsky dedicó gran parte de su vida a ayudar a otros a escapar de las atrocidades del mundo.
Adolfo Kaminsky nació en Argentina en 1925, pero cuando aún era un niño sus padres decidieron mudarse a Francia, en donde comenzó a trabajar desde muy joven.
A los 17 años Adolfo comenzó a trabajar como tintorero en donde encontró su pasión por la química y los colorantes. Más tarde creó su propio laboratorio en casa de su tío y trabajó en una tienda como asistente de un químico, quien le enseñó los conceptos básicos de la ciencia.
En 1943, y con solo 17 años, Kaminsky y su familia se toparon de lleno con el Holocausto nazi. Los tres fueron detenidos y enviados a Drancy, un campo de internamiento para judíos y última parada de los reclusos antes de ser enviados a Auschwitz. Pero tuvieron suerte, gracias a que poseían un pasaporte argentino, su país intervino por ellos y fueron liberados.
En ese punto de su vida, Kaminsky aprendió lo que significaba tener un pasaporte de un país u otro. La diferencia de un papel que dice si eres ciudadano de primera o de segunda categoría.
Después de su liberación, entendieron que para sobrevivir durante la guerra debían pasar a la clandestinidad. El padre de Kaminsky contactó con un grupo de resistencia judía y les pidió papeles falsos. Cuando su hijo fue a recogerlos, le informaron que había una mancha de tinta azul que no podían eliminar. El chico les aconsejó usar ácido láctico, un truco que aprendió en la tintorería.
Milagrosamente, el truco funcionó y con apenas 18 años, Adolfo se convirtió en un miembro de la resistencia.
Instalado con otros tres compañeros en un piso parisino bajo la identidad de pintores, el equipo de jóvenes partisanos se dedicaba día y noche a falsificar documentos. Desde partidas de nacimiento hasta pasaportes, pasando por registros matrimoniales, todo lo susceptible de ser falsificado acababa siéndolo.
Pero los casos que más motivaban a Kaminsky eran también los más urgentes. Los niños que estaban a punto de ser enviados a Drancy se convertían automáticamente en su prioridad. Era cuestión de vida o muerte.
En una ocasión, a Kaminsky se le encargó la falsificación de más de 900 documentos para salvar la vida de 300 niños. Había que hacerlo en apenas 3 días, la orden era inabordable. No había margen de error. “Era un cálculo sencillo: en una hora puedo hacer 30 documentos; si duermo una hora, 30 personas morirán”, declaró alguna vez a las cámaras de New York Times que convirtió su historia en un minidocumental.
Sin embargo, Kaminsky lo consiguió. Y a lo largo de su vida consiguió muchas cosas más. Se estima que las redes de resistencia judías en Francia salvaron entre 7.000 y 10.000 niños pero a pesar de finalizar la guerra, el joven nunca abandonó su labor humanitaria.
Durante mucho tiempo usó sus dotes de falsificador para salvar a personas de España, Portugal, Nicaragua, Perú, Sudáfrica e incluso soldados estadounidenses que no querían ir a la guerra de Vietnam. Todo esto lo hizo sin cobrar un solo centavo, sin revelar su oficio a sus familiares o amigos, a los que les decía quera fotógrafo, y sin buscar reconocimiento.
La historia de este argentimno está relatada en el libro Adolfo Kaminsky, el falsificador, una biografía publicada en francés por su hija Sarah.
“Actué por convicción, en apoyo a los pueblos víctimas de la opresión, en nombre de la libertad y siguiendo lo que mi conciencia me dictaba”, declaró alguna vez Kaminsky.