La elección presidencial en Estados Unidos se presenta como un duelo en blanco y negro: una mujer frente a un hombre, una demócrata versus un republicano, una política experimentada de discurso elaborado contra unoutsider magnate de lengua afilada.
Las diferencias entre Hillary Clinton y Donald Trump parecen bastante claras, incluso desde antes que surgieran contra él las acusaciones de abusos sexuales que comprometen sus posibilidades de ganar el mes próximo.
Un abismo parece separar a los candidatos en temas como inmigración, aborto, beneficios sociales, regulación financiera o alianzas con otros países.
Además, ambos se han encargado de oponerse uno al otro para definirse a sí mismos.
«Tengo mucho mejor juicio que ella», sostuvo Trump en su primer debate con Clinton. «También tengo mucho mejor temperamento que ella».
«No estoy de acuerdo con casi todo lo demás que él dice o hace», dijo Clinton sobre Trump en el segundo debate, al elogiar la capacidad y dedicación de sus hijos.
Los expertos coinciden en que el contraste es fuerte, al menos en términos personales.
«No es necesariamente la (elección) más polarizada en ideología, pero es personalmente más polarizada», dice Bruce Oppenheimer
Sin embargo, esta confrontación ha relegado a un segundo plano las coincidencias que tienen los candidatos en asuntos importantes.
A continuación, cuatro temas en los que el blanco y negro de las elecciones estadounidenses tiende a transformarse en gris:
Comercio exterior
Tanto Clinton como Trump han indicado que promoverían políticas comerciales más restrictivas o menos abiertas que durante los ocho años de presidencia de Barack Obama.
El punto donde eso se nota más claramente es en la oposición de ambos candidatos al Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés) negociado por el gobierno de Obama con otros 11 países, incluidos México, Perú y Chile.
Además, ambos candidatos se manifestaron dispuestos a imponer aranceles a competidores desleales del exterior, aludiendo de forma más o menos directa a China: Trump llegó a decir que esos aranceles alcanzarían hasta 45% para los bienes provenientes de ese país, algo que Clinton ha evitado prometer.
Todo esto ocurre cuando aumenta la preocupación en algunos sectores de la sociedad estadounidense sobre el efecto de la apertura comercial en el mercado laboral doméstico.
De hecho, Trump ha acusado a Clinton de cambiar su opinión sobre el TPP para asemejarse a él, recordando que, como secretaria de Estado de Obama, lo definió como el «patrón oro» de los acuerdos comerciales.
Oppenheimer cree que el cambio de Clinton responde a las «circunstancias electorales, y es una pregunta aparte si esa será su posición siendo presidenta: es más probable verla renegociar ese acuerdo comercial antes que declararlo muerto».
Pero recuerda que lo que Trump plantea tampoco era la «posición predominante» en su partido Republicano, tradicionalmente más proclive al libre comercio.
Armas y listas de terror
La cuestión de la tenencia de armas de fuego y la posibilidad de establecer restricciones es otro de los temas calientes en Estados Unidos que enfrentan a Clinton y Trump.
Clinton se ha manifestado dispuesta a aumentar los controles para la venta de armas que se hacen, por ejemplo, por internet, sin una verificación de los antecedentes del comprador.
Trump, en cambio, rechaza la mayoría de las restricciones propuestas para la adquisición de armas, señalando que este es un derecho consagrado en la Segunda Enmienda de la Constitución que hay que defender en las urnas.
De hecho, el republicano ha logrado el apoyo de la influyente Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés).
Sin embargo, Trump y Clinton han coincidido en la idea de prohibir la venta de armas a personas que figuren en la lista del gobierno como impedidas de volar en avión por presuntos vínculos con el terrorismo.
«Si eres demasiado peligroso para volar eres demasiado peligroso para comprar un arma», dijo Clinton en su primer debate con Trump el 26 de septiembre.
«Estoy de acuerdo contigo», indicó poco después Trump, en una llamativa sincronía. «Hay que mirar muy firmemente las listas de no-vuelo y de vigilancia».
Esto le valió al magnate críticas de algunos que cuestionan su defensa de la Segunda Enmienda y recuerdan que esas listas son consideradas imprecisas incluso por organizaciones de derechos civiles.
Guerra de Irak
La polémica guerra de Irak iniciada en 2003 por el entonces presidente estadounidense George W. Bush sigue siendo un tema de discusión electoral en este país.
Trump recuerda cada vez que puede que Clinton, siendo senadora, votó a favor de la resolución del Congreso que en 2002 autorizó a Bush a usar la fuerza contra Irak.
La candidata niega que eso haya dado un «cheque en blanco» a Bush para ir a la guerra o respaldar su política de ataques preventivos (algo que dijo expresamente en el Senado) y admite que poco después se arrepintió de haber dado ese voto.
Pero que Trump se haya opuesto a la guerra de Irak, como él mismo repite en esta campaña, está lejos de ser algo comprobado.
La evidencia sugiere más bien lo contrario.
En ese mismo año de 2002, el conductor radial Howard Stern le preguntó si apoyaba la eventual invasión de Irak y Trump respondió: «Sí, supongo que sí».
Clinton le recordó esto durante el primer debate.
Trump respondió que ese había sido un comentario «a la ligera» y que en privado le había dicho a un presentador de Fox News que la guerra iba a desestabilizar Medio Oriente, pero no hay pruebas claras de eso.
Sí es un hecho que, después del comienzo de la guerra, Trump comenzó a expresar dudas, del mismo modo que lo hizo Clinton.
Gasto en infraestructura
Este es otro de los raros puntos de acuerdo entre Clinton y Trump: la idea de que el gobierno federal aumente sus inversiones en infraestructura, desde carreteras hasta aeropuertos, pasando por escuelas.
Ambos ven esto como una forma de impulsar un crecimiento económico mayor al que Estados Unidos ha tenido desde la crisis de 2008.
Clinton ha prometido enviar al Congreso un plan de infraestructura por US$275.000 millones, financiados en buena medida con una revisión de los impuestos comerciales.
Y Trump ha dicho que al menos duplicaría esa inversión, impulsando un plan de reconstrucción de hasta un billón de dólares. El dinero provendría de impuestos a una nueva producción energética actualmente restringida.
La idea de aumentar el gasto gubernamental en infraestructura cuenta con el apoyo de sectores industriales y de expertos.
Pero esto tampoco genera unanimidad: Edward Glaeser, un profesor de economía de Harvard, ha advertido que el dinero podría acabar en proyectos y lugares donde menos se necesita, por decisiones equivocadas tomadas por políticos.
fuente:bbbcmundo