CRUZAN EL MAR MUERTO NADANDO POR PRIMERA VEZ PARA SALVARLO

Samuel Morán (40) está exhausto pero aún con las suficientes fuerzas para expresar su satisfacción por haber participado en un evento sin precedentes: cruzar a nado el Mar Muerto desde Jordania a Israel. Una manifestación de orilla a orilla. Siete horas en las que 28 valientes nadadores de varios países pidieron la salvación de una de las maravillas de la naturaleza. 17.6 kilómetros de sal y sacrificio para que el Mar Muerto no sea engullido por el cambio climático y la mala gestión humana.

“Ha sido muy duro especialmente en el centro del mar. La densidad del agua te machaca los músculos y la salinidad te destroza la piel. Estás constantemente ardiendo”, relata el nadador español a EL MUNDO al llegar a la costa israelí Ein Gedi mientras dos ancianas flotan en unas aguas diez veces más saladas que el Mediterráneo.

El reto en el lugar más bajo de la Tierra-423 metros por debajo del nivel del mar- era despertar la conciencia regional y mundial para evitar la muerte del Mar Muerto. Cuando uno se encuentra en las orillas de Ein Gedi no necesita datos para entender la gravedad de la situación. Los ojos son suficientes. No necesita que le repitan que el Mar Muerto ha perdido 25 metros en los últimos 30 años. Es decir, un tercio de su superficie. O que las 300 dolinas creadas cada año entierran gradualmente el lugar dañando una zona donde se levantaron Sodoma y Gomorra.

“Hace cuatro años, cuando llegué a Israel, no podríamos estar aquí donde hablamos. En este periodo, la profundidad del mar ha bajado cinco metros. Según he oído, le quedan unos 30 años”, avisa Morán.

A las 6 de la mañana, y a bordo de siete barcos, los nadadores salieron de Ein Gedi a la vecina Wadi Mujib jordana donde se iniciaba el trayecto. La paz entre Israel y Jordania, firmada en 1994, es más fría que el agua que comparten.

Tras nadar con máscaras especiales contra la amenaza salada, el grupo fue recibido por un admirado aplauso. “Es lo que pasa cuando reúnes a 28 locos para cruzar el Mar Muerto. Fue peligroso porque uno puede morir pero el objetivo lo justifica”, comenta casi sin aliento la nadadora de Nueva Zelanda, Kim Chambers.

Fue una fiesta agridulce. Alegría por la bendita locura cumplida y tristeza porque la misión de salvar el Mar Muerto es complicada. El codirector de EcoPeace, Gidon Bromberg, no tira la toalla. Su ONG reúne a ecologistas israelíes, palestinos y jordanos. ¿De quién es la culpa?, le preguntamos. “El cambio climático es clave, pero si buscamos causas podemos repartirlas en porcentajes. El 60% a la falta de asistencia del Río Jordán que era la principal fuente de alimentación. El 95% de sus aguas han sido desviadas por Israel, Siria y Jordania. El 40% restante se debe a que las industrias minerales israelíes y jordanas han convertido el área meridional del Mar Muerto en estanques de evaporación que contribuyen significativamente a la reducción de la cuenca norte”, contesta.

Llegar a la meta es tan importante como la forma de hacerlo. Por ejemplo, judíos, musulmanes y cristianos uniendo sus brazos, piernas y voces para lanzar un llamamiento en defensa del Mar Muerto. Incluso el conflicto israelopalestino se aparca por momentos. A sus 61 años, Yussuf Matari está como nuevo. Como si no hubiera completado un trayecto tan duro. Este habitante de una aldea cercana a Ramala es socorrista en el norte del Mar Muerto. “Llevo 30 años trabajando en esta zona y cada año se nos va un metro. Si los gobernantes quisieran, se podría arreglar esto”, nos explica el nadador palestino. Y reconoce: “Si la paz dependiera de nosotros y no de los políticos, sería más fácil”.

A su lado, el israelí Luc Chetboun. Otro veterano infectado por el virus de la natación y la naturaleza. “No teníamos experiencia en nadar tanto tiempo en aguas saladas. Todo el cuerpo quema pero la experiencia es espectacular”, resume. “¿Se puede salvar el Mar Muerto? Sólo si todos los involucrados se ponen manos a la obra. No se trata sólo del Gobierno israelí sino también de otros países, las fábricas, etc.”, opina.

Es también una valiosa fuente de turismo y peregrinación en busca de curas medicinales. Un don terapéutico dado por la naturaleza. “El Mar Muerto dio su cuerpo al ser humano y ahora es el momento que se lo demos a él. Cada año pierde 120 centímetros. Hacemos lo que podemos para alentar a los gobiernos de Israel y Jordania a que lideren un proyecto que traiga agua”, comenta el responsable del consejo regional Tamar, Dov Litvinoff. Con una expresión de su Argentina natal, el considerado alcalde del Mar Muerto apunta: “Al final todo es dinero. Quizá alguien crea que desalinizar agua y traerla es tirar el dinero. Pero desde aquí nosotros les decimos que si el Mar Muerto se seca, el mundo se seca. Es un reto internacional como ha sido cruzarlo a nado”.

El alma mater del histórico evento, el nadador israelí Oded Rahav concluye con optimismo: “Si es posible hacer lo imposible, cruzar nadando el Mar Muerto, entonces es posible salvarlo”.

Fuente: cciu.org.uy

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