La intensidad y persistencia de las protestas continúa en Chile, en medio de sensaciones que transitan entre las esperanzas de cambio, la pena por lo destruido, la rabia ante el vandalismo, o sencillamente, la perplejidad.
Nada ha frenado la destrucción de las estaciones del metro de Santiago, el desafío al toque de queda impuesto por los militares, el extendido «caceroleo» incluso en los sectores más ricos de la ciudad, y la vandalización y saqueos en supermercados y farmacias de los últimos días.
La crisis se desató cuando, por recomendación de un panel de expertos del Transporte Público, el gobierno del presidente Sebastián Piñera decidió subir el precio del pasaje del Metro en 30 pesos, llegando a un máximo de 830 pesos (US$1,17 aproximadamente).
El caos se ha propagado a varias ciudades de Chile.
Pero para académicos como la sicóloga y doctora en estudios americanos Kathya Araujo, quien se ha dedicado a estudiar las formas de autoridad, el papel del mérito y, más recientemente, el transporte en el metro de Santiago, los signos que adelantaban la crisis en el país sudamericano se acumulaban hace tiempo.
«Había bastantes señales», dice Araujo, autora de una quincena de libros, entre ellos «Usos y abusos en la vida cotidiana en el Chile actual» (2009) y «El miedo a los subordinados» (2016), sobre el autoritarismo político y social.
Hace tres años, la sicóloga comenzó a estudiar la experiencia de los usuarios en el metro chileno.
En el estudio de campo, sus entrevistados repetían una misma frase: «el metro es el lugar donde nos tratan como animales».
El tren subterráneo, considerado uno de los más modernos de Latinoamérica, replica a diario las desigualdades de la sociedad, la brutal competencia y requiere los mismos esfuerzos extraordinarios que impone a sus ciudadanos un modelo económico y social que privilegia el individualismo y la libre competencia, plantea la experta.
El metro, primer objetivo de los manifestantes y hoy totalmente paralizado, se puede leer como una metáfora de Chile, dice Araujo.
A continuación, la conversación que mantuvimos con la académica.
¿Qué condiciones se dieron para que las protestas estallaran en Chile a raíz del alza del pasaje en el metro?
Es bien difícil saber por qué ahora, por qué hoy y no ayer, pero creo que hay algunos factores que uno puede tratar de reconstruir: uno tiene que ver con el transporte público.
Este no es el único caso en el mundo, ni en la historia de Chile en que el transporte público desata revueltas, porque tiene que ver con una cosa cotidiana.
En el caso chileno además representa una parte muy alta del presupuesto familiar: el efecto de un alza en su pasaje es directo, visible y toca a muchas personas.
Otro factor en juego en esta crisis es que, desde hace un buen tiempo, y lo decían los estudios y lo podías ver a simple vista, es que el metro se convirtió en una especie de metáfora de lo que sucedía en la sociedad.
En nuestros estudios las personas usaban el metro como metáfora extremadamente fuerte de la sociedad, con sus contradicciones, sus abusos, sus tensiones. donde las personas dicen ser «tratadas como animales» en la hora punta.
Es un sitio donde están obligadas a funcionar «como en una guerra contra los otros», donde para subir hay que pelearse todos contra todos, donde queremos que no nos empujen, pero estamos obligados a empujar.
El metro funciona además como una encarnación de la desigualdad cuando ves las estaciones de ciertas líneas respecto a otras.
Aún así, el metro de Santiago representa una gran mejora con la forma de transporte de hace unas décadas…
Exacto.
Y la experiencia del metro tiene momentos muy gratos, claro, pero también tiene otros momentos, que es en las horas punta, que son precisamente las horas en las que se transportan las clases trabajadoras y los estudiantes, en que es verdaderamente la jungla.
El metro es las dos cosas: un lugar querido, celebrado, que al mismo tiempo resolvió y no resolvió nuestros problemas, igual que el país.
¿De qué forma?
El metro es como nuestra sociedad: mejoramos las condiciones de vida, pero no la calidad de vida.
Y son mejoras que en Chile, en general, además han estado a cargo de las espaldas de las personas.
Entonces, claro, Chile está mucho mejor, pero no tienes tiempo para tus hijos, tienes que trabajar todo el tiempo, estás endeudado, estudias y no tienes dónde ejercer, es una permanente contradicción.
Son mejores condiciones, en general, pero no mejor calidad de vida.
Las cosas materiales mejoraron para todo el mundo, pero no la calidad.
Por eso insisto con la metáfora del metro: a la gente le gustan sus condiciones, pero no le gusta lo que todo eso ha implicado para su calidad de vida y se preguntan «¿tenemos que pagar un precio tan alto por lo que tenemos?».
Los salarios no han aumentado, el endeudamiento es muy alto, y no es un endeudamiento de consumo de lujo, sino para sobrevivir.
Es esencial entender que esa es la tensión en la que estamos en Chile.
Y el problema no es sólo el diagnóstico. El problema es qué vamos a hacer para adelante, que es lo esencial.
Qué está pasando con la sociedad, qué está pasando con los políticos.
Algunos ministros del presidente Piñera llamaron a las personas a levantarse más temprano si querían pagar un boleto más barato, o que salieran a comprar flores porque estaban más baratas. Esos comentarios representan gran distancia de la élite con la ciudadanía chilena, pero esa distancia no explicaría la crisis, pues es común a otros países latinoamericanos.
La separación, la distancia de la élite política chilena es una parte de la explicación ante esta crisis, seguro, pero la arrogancia de la élite en Chile es algo que no es sólo de la élite política, es de la élite en general: es como si no se hubieran dado cuenta de que están en otro país, con otros individuos que tienen ideas mucho más fuertes que antes, que tienen otras expectativas de trato, más expectativas de horizontalidad.
Es como que no se enteraron cómo cambió la gente
No se dieron cuenta de la magnitud del cambio, y como no se dan cuenta, sigue con estos tics de responder como si le estuvieran hablando al inquilino de hacienda.
¿En qué momento cree que empezó esta demanda de más horizontalidad de parte de chilenos y chilenas?
Yo hice trabajo de campo del 2004 al 2007 para el libro «Usos y abusos en el Chile actual» y las personas allí ya estaban saturadas del abuso y esperaban situaciones más horizontales, ya no soportaban ser «mirados en menos».
Y la élite tuvo reacciones pragmáticas, pero sin darse cuenta de que los fundamentos de su autoridad se estaban transformando.
Y hoy puedes aplicar incluso un toque de queda y tienes gente que sale igual a la calle.
Hay algo que se produjo allí, que no notaron, que el país estaba cambiando, que pedía más horizontalidad, que tenía más conciencia y que las bases de su propia autoridad tenían que ser distintas.
¿Cómo evalúa la decisión de sacar a los militares a controlar el orden?
No sé cómo se les ocurrió la verdad, porque el peso simbólico de una medida como esta en Chile es altísimo.
Solo puede encender llamas, como lo ha hecho real y metafóricamente: sólo podía encender a la sociedad.
Había que recurrir a las fuerzas de orden, cierto, hay que proteger a las personas, porque aquí se empezaron a mezclar muchas cosas, algunas delictuales.
Pero sacar a los militares considero que fue apresurado y fue un error.
En el momento que el gobierno lo hizo, cómo lo hizo, avivó el conflicto.
Esto fue construir un escenario de la guerra.
Han llamado mucho la atención los saqueos…
Creo que hay un sector de personas que de ninguna manera iría a hacer saqueos, ni incendios, ni vandalismo.
Pero creo que hay un sector que cruza las fronteras.
Creo que no tenemos información para saber quiénes son, o cómo son, o de qué edad, o de qué sector.
Sin embargo, estos no son los primeros casos de vandalismo, y eso quiere decir que hay un grupo de personas que no comparte ciertas normas comunes.
Ahí hay un síntoma que hay que seguir investigando, porque hay una cosa muy fuerte con la cuestión de los saqueos, representan que algunos principios de la vida en común parecen no funcionar para un sector de la población.
Lo mínimo que dices cuando esto no es un fenómeno único, sino repetido.
Había irritación en Chile…
Yo creo que la gente en Chile está demasiado exigida y el nivel de exigencia en algún momento tiene que parar.
Esto no es un estallido que viene de la nada, la sociedad chilena está muy irritada y eso uno lo veía hace varios años atrás.
Ya el 2009, el 2012 se mostraba que la sociedad estaba crecientemente enojada y con una tendencia cada vez mayor a sobrerreaccionar a los eventos que tiene que enfrentar.
Y eso emergió con toda su potencia esta vez.
Porque esta irritación, esta violencia se fue instalando en distintos lugares de la sociedad: en las poblaciones con las «balas perdidas», en liceos, en universidades, en el saqueo económico a las clases menos pudientes del país.
Hay una violencia que está instalada hace mucho tiempo con muchos focos y creo que tenemos que recuperarnos de eso.
Eso no explica que esto ocurra hoy, pero sí que ocurra.
Así como el metro se veía como uno de los más modernos en Latinoamérica, Chile también se ve como un país moderno…
Y es así. Esa es la contradicción: el país es uno de los países más ricos y más estables en Latinoamérica.
Pero hoy tienes que explicar por qué las personas están en la calle y por qué hay «cacerolazos» en toda la ciudad.
Y creo que todo esto tiene que ver también con que las élites empresariales y políticas, aplicando una cierta lógica capitalista en el país, apretaron la tuerca más de lo que tenían que apretar.
Porque claro, te ponen una linda oficina, pero te hacen trabajar por un sueldo miserable.
¿Cree que es el fin del «modelo chileno»?
No creo que sea el fin del modelo chileno si con eso quieres decir del capitalismo.
Pero sí espero que sea una inflexión mayor, o al menos un buen estímulo para repensarlo a la luz de los efectos del neoliberalismo chileno más de 40 años después.
fuente.bbcmundo