Una década después, un proyecto para salvar una de las aves en mayor peligro de extinción del mundo ha dado sus frutos con el nacimiento de dos pichoncitos. Sin embargo, con aproximadamente un millón de especies en riesgo, ¿cómo hacen los conservacionistas para elegir cuáles rescatar?
«Me temo que tienes que usar uno de estos», me dice de forma simpática Tanya Grigg al darme un gorro azul poco favorecedor.
«Cualquier cabello suelto podría enredarse en las paticas de las aves y lesionarlas. Son muy delicadas». Me lo dice de una forma tan gentil que es fácil imaginar su voz tranquilizando a las aves más asustadizas.
En este gran aviario hay dos pájaros nerviosos en el interior, ambos con picos en forma de pala en miniatura y patas zancudas. Saltan uno cerca del otro y nos miran, aparentemente sospechosos ante mi intrusión.
Tanya se sienta y esparce comida en su dirección. Inmediatamente se ponen a comer.
Estos son los únicos correlimos cuchareta que existen en Reino Unido. Son dos valiosas muestras de la especie avícola que probablemente más en riesgo está en el planeta.
Sus padres fueron incubados de huevos cuidadosamente transportados desde el lejano este ruso. En ese momento, con centenares de esas aves que quedaban en el mundo, la Wildfowl y Wetland Trust (WWT) -en español, la Fundación de Aves Silvestres y Humedales- concluyó que se quedaban sin tiempo para salvar a las especies.
La misión de rescate de estas aves tomó casi una década. ¿Valía la pena el esfuerzo? ¿Cómo se puede determinar lo que vale la pena o no cuando se trata de prevenir la extinción?
«Ocho años y mucho dolor en el corazón»
En 2019 se ofrecieron cifras de la crisis de extinción que estamos viviendo: un millón de especies se encuentran bajo amenaza de acuerdo al reporte global de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas. Y gran parte de la culpa la tienen los humanos.
Cada historia de una especie «rescatada» implica años, muchas veces décadas, de personas que se machacan en una batalla cuesta arriba contra la extinción. En el caso de los correlimos cuchareta, la batalla parece, siendo optimistas, ganada.
Los correlimos cuchareta fueron una de las afortunadas especies elegidas para una misión de rescate.
Siempre he tenido debilidad por las aves que pueblan humedales. Sus picos y patas están diseñados para tamizar, alimentar y atravesar todo tipo de lodo. Muchos de ellos también son grandes viajeros. Su ruta migratoria ocupa alrededor de 8.000 kilómetros por la costa este asiática.
Además, con esos picos que parecen más instrumentos musicales que bocas, son bastante adorables.
En 2011, cuando comenzó la misión para rescatarlas, nunca había escuchado hablar de ellas. He seguido el proceso desde entonces y me ha sorprendido cuánto tiempo ha transcurrido desde que se les trajo a Reino Unido hasta que se reprodujeron.
Pero como explica la profesora Debbie Pain, «hacer algo que jamás se ha hecho puede tomar mucho tiempo».
Pain es una científica conservacionista que ha colaborado con el proyecto Correlimos. Ahora es investigadora asociada de la Universidad de Cambridge y recuerda que en su momento esto fue una «crisis de conservación». Un equipo tuvo que acudir hasta Rusia para rescatar a las aves antes de que fuese demasiado tarde.
«Muy preciado»
Las aves pertenecen a la categoría más urgente de rescate y conservación. Junto a otras 4.000 especies, incluyendo auténticos iconos de la crisis de conservación como el leopardo de las nieves y el rinoceronte blanco, son clasificadas en «peligro crítico».
Al comienzo, la población de correlimos estaba en caída libre. De casi 3.000 parejas reproductivas en 1970, la cifra descendió a 1.000 en el año 2000 y después pasó a menos de 250 en 2012. La actividad humana estaba detrás de esas pérdidas.
Los cazadores capturaban aves, de forma accidental, y estaban perdiendo su hábitat de forma crítica.
Una misión a Chukotka, Rusia, se organizó rápidamente y un equipo comenzó a recolectar suficientes huevos para establecer un lugar donde criarlos en cautiverio. Eso significaba buscar en nidos sombríos e infestados de mosquitos.
Nigel Jarret, miembro de WWT, ha pertenecido al proyecto desde el comienzo. Pasó varias semanas en Rusia buscando huevos y con cuidado los trasladó en cajas acolchadas y aisladas a incubadoras en instalaciones especiales donde fueron empollados.
En una grabación del viaje, se pudo escuchar a Jarrett susurrando al huevo mientras lo ponía en la incubadora: «Tan preciado», murmuró para sí mismo o posiblemente para el minúsculo habitante del huevo que estaba colocando con el mayor cuidado.
Una vez estaban lo suficientemente fuertes, los pichones rescatados fueron transportados por casi 6.500 kilómetros hasta un aviario de bioseguridad en una sede de WWT en Gloucestershire, al oeste de Inglaterra.
El equipo pasó cinco años modificando la biología de las aves, acostumbradas por la evolución a un clima más extremo y remoto. Desarrollaron un alimento especial rico en proteínas de insectos, les dieron suficiente espacio e incluso encontraron la iluminación adecuada para imitar su entorno natural.
Para Nigel y el resto del equipo fue un deleite cuando, en 2016, dos huevos fueron finalmente encubados, produciendo unos pequeñitos pichones redondos. Pero los bebés no prosperaron y sobrevivieron solo unos días. «Fue muy descorazonador», lamentó Nigel.
«Patético, ¿cierto?«
«Si alguien me hubiera preguntado las posibilidades de éxito al comienzo, habría dicho que no más de un 50%. Pero no hay pudor en fallar, solo por no intentarlo. El equipo [en Slimbridge] se ha esforzado más que nadie que conozca. Cada año se han acercado más y más al acierto«, dice Debbie Pain.
Dos años más tarde, en 2018, otro pequeño polluelo incubó. El equipo se turnaba para vigilarlo y alimentarlo. Tenía pocos meses cuando, asustado por un ruido una noche, voló hasta el costado del aviario, lesionándose y muriendo.
Los dos correlimos que hoy prosperan son el resultado de años y cientos de horas de dedicación y cuidados.
«Ocho años y solo dos aves. Patético, ¿no?», bromea Nigel.
«Poner a estas aves en cautiverio significaba que la extinción nunca sería una opción. Ese era el objetivo», añade Nigel.
Esto, añade, se debe a que significaba mucho más que una especie. Parte de la razón por la que estas aves fueron seleccionadas para tan particular atención se debe a que los correlimos cuchareta representan miles de kilómetros de costa irremplazables bajo amenaza.
La «ruta migratoria» por la que migran las cucharetas, desde las zonas de anidación del Ártico hasta los sitios de invernada en el sudeste asiático, abarca algunos de los humedales más amenazados de la Tierra.
«Hay caza, pérdida de hábitat, grandes disminuciones. Así que este es ahora un buque insignia para proteger esa ruta de vuelo«, explica Debbie Pain.
El carisma cuenta
El carisma y la ternura son cualidades que los conservacionistas deben tener en cuenta al decidir dónde enfocar su atención y recursos.
La WWT ha gastado cientos de miles de libras en la misión de rescate de esas aves. Y la organización benéfica ha podido destinar parte de ese dinero a una restauración más amplia de humedales y educación.
Gracias a la incorporación de dispositivos electrónicos en aves, las imágenes satelitales han identificado los lugares más importantes a lo largo de miles de kilómetros de costa. «Esto podría beneficiar a muchas otras plantes, animales y personas que dependan de esos humedales», explica Nigel.
Pero parte de la recaudación de fondos no solo se basó en la peligrosa situación de los correlimos sino también en la ternura de su apariencia.
Es poco probable que veas la rana cohete en un póster de campaña. Y no he podido encontrar una insignia que represente al tiburón nodriza de cola corta o luna tortuga de las rocas.
«Puedes recaudar con facilidad dinero para un tigre, mientras que es más complicado para una pequeña especie marrón de la que nadie ha escuchado hablar«, analiza Alex Zimmerman, un científico conservacionista de la Universidad de Oxford.
«El hecho es que los conservacionistas compiten por recursos limitados. Una especie conocida y querida convertida en icono significa que los proyectos podrán recaudar fondos y trabajar los recursos para proteger un hábitat», dice Zimmerman.
Esa es parte de la razón por la que rinocerontes, elefantes y orangutanes han protagonizado pósteres de misiones de rescate en India, África y el sudeste asiático.
«Valoramos algunas especies más que otras, quizás por razones culturales o porque unas son más bonitas o útiles que otras. Pero hay que tener en cuenta que arrojar dinero en estas campañas no implica necesariamente que se resuelva el problema. De lo contrario, tendríamos millones de tigres ahora mismo», argumenta Zimmerman.
Y no los hay. Según las últimas estimaciones, quedan alrededor de 3.890.
«No es una cuestión emocional»
Cuando existe el riesgo de una extinción inminente, como ocurría con los correlimos, invertir dinero en misiones de rescate puede marcar la diferencia entre la desaparición o la salvación. Por lo menos nos compra algo de tiempo», dice Pain.
Sin embargo, no a todas las especies al borde de la extinción se le asigna un equipo de rescate. Los científicos deben analizar si el balance entre coste y beneficio es el adecuado.
«Como científico, no se trata de una cuestión emocional, sino de cuánto se puede maximizar la acción con el dinero disponible», apunta Debbie.
Mark Pilgrim, director ejecutivo del zoológico de Chester en Reino Unido, estima que la reincorporación en 2019 de cinco rinocerontes negros en peligro crítico en un parque nacional en Ruanda, un país donde los rinocerontes habían sido saqueados hasta la extinción, costó casi un cuarto de millón de libras (US$328.000).
Esa cantidad solo cubrió la reincorporación en sí misma: cajas de transporte, vuelos especiales y el recinto temporal en el Parque Nacional Akagera. Eso no incluye el costo de cuatro décadas de esfuerzos para conservar primero las crías en zoológicos europeos.
Por el contrario, algunas pequeñas criaturas poco conocidas pueden mantenerse y transportarse de forma mucho más barata.
Un proyecto del zoológico de Chester, por ejemplo, devolvió miles de caracoles terrestres a su hábitat natural en Bermudas por un costo estimado de US$13.000.
El doctor Paul Pearce-Kelly, conservacionista de invertebrados de la Sociedad Zoológica de Londres, señala que cualquier esfuerzo por salvar una especie vale la pena.
Pearce-Kelly dirigió una misión este año que reincorporó 15.000 pequeños caracoles arbóreos en la Polinesia Francesa, donde habían sido eliminados por una especie invasora.
Reconstruir el ecosistema natural de la Polinesia Francesa, según el conservacionista, ha tomado décadas en las que han tenido que ajustarse políticas, proteger paisajes y ofrecer trabajos a la población local en el proceso de conservación.
«Para tener éxito en cualquier parte del mundo, todos necesitan involucrarse, no solo un puñado de expertos. Tiene que ser un esfuerzo de la sociedad», según Pearce-Kelly.
«Las especies necesitan un héroe»
Muchos conservacionistas se pasan su carrera tratando de persuadir a personas para que luchen por la vida silvestre. Pero tristemente, nuestra dependencia del mundo natural puede parecer intangible hasta que no se llega a un punto crítico.
Una evidencia de ello es la propia crisis de los correlimos.
Por ejemplo, en el Golfo de Martaban en Birmania, un lugar donde estas especies pasan el invierno, la sobrexplotación de la pesca obligó a los locales a cazar aves. Entre ellas, los correlimos cuchareta, que fueron cazados y asesinados de forma indirecta.
Hace dos años, sin embargo, el reconocimiento internacional de esta crisis provocó que a esta área se le brindara protección internacional. Ahora las comunidades pesqueras locales están protegidas al igual que los humedales de las aves.
«Las especies necesitan un héroe», dice Mark Pilgrim, del zoológico de Chester, y añade: «La triste verdad es que no seremos capaces de salvar todo, así que tendremos que hacer cosas que marquen la diferencia tanto para las personas como para la fauna».
«Hay que considerar la ciencia, las prioridades humanas, las emociones y los fondos disponibles», subraya Zimmerman.
Todavía bajo riesgo
Mantener en control la cría de los correlimos cuchareta ha tenido un impacto inesperado en Rusia. Antes del rescate, la mayoría de los pocos polluelos nacidos en la naturaleza se perdían por culpa de los depredadores.
Cuando Nigel Jarrett y su equipo en WWT se dieron cuenta de que había la posibilidad de incubar los huevos de forma segura en Rusia, diseñaron una estrategia para darle a los pichones una «ventaja».
«Tomamos los huevos que de otra manera habrían sido comidos por los depredadores y los cuidamos en cautiverio en Rusia. Criamos a los bebés en corrales protegidos y los liberamos cuando eran menos vulnerables», dice Jarrett.
Debbie Pain insiste en que los correlimos no han sido oficialmente «salvados» todavía.
«Nadie puede decir con seguridad que no se extinguirán. Mucho puede pasar y el mundo cambia muy rápido», apunta.
Las amenazas humanas al mundo natural y el cambio climático están transformando cada hábitat en la Tierra de una forma difícil de predecir.
«Estamos apagando un fuego y, aunque ninguna especie debería extinguirse, algunas lo harán. Eso lo sabemos. Pero vale la pena luchar tanto como podamos. Si no lo hacemos, muchas especies se irán y el mundo perderá belleza y alegría», añade Pain.
2020 puede ser el año en que los países firmen un acuerdo para proteger el mundo natural, tanto para nuestro bien como el de otras especies.
Mientras, los conservacionistas continúan liderando las grandes, pequeñas, magníficas o invertebradas criaturas que de otra forma, sin darnos cuenta, se encaminarían a la extinción.
fuente:bbcmundo