Era 18 de julio de 1917 cuando la tripulación del barco militar estadounidense USS Yorktown se encontró en medio del océano Pacífico a tres mujeres y ocho niños, que les hacían señas desde una pequeña isla a más de 1.200 km de distancia del punto más cercano en tierra firme, Acapulco.
Eran los últimos habitantes de una comunidad que en su máximo esplendor debió de tener alrededor de medio centenar de personas.
Pero ¿cómo llegaron hasta allí y qué pasó para que se quedaran solos?
Para entender su odisea hay que conocer la increíble historia de esta isla tropical perdida en el medio de la nada, que alguna vez fue mexicana.
Para empezar, tiene al menos tres nombres distintos.
Uno, Médanos, el que le dieron los conquistadores españoles que primero la registraron en un mapa, allá por el siglo XVI.
Otro, Clipperton, el que prevaleció, que es el apellido de un famoso pirata inglés que dicen que la usaba como escondite y base de operaciones a principios del siglo XVIII.
Y un tercero,isla de la Pasión, el que le pusieron los exploradores franceses que la redescubrieron un Viernes Santo de principios del siglo XVIII, cuando la declararon como propia.
Pero muchos en México desconocen su existencia, la larga disputa internacional por su soberanía y la trágica historia de la que fue escenario.
Es un relato de esos que superan a la ficción, protagonizado por empresarios, náufragos, militares y mujeres bravas que sobrevivieron a la enfermedad y a la violencia, abandonadas durante años en medio del océano y a cargo de sus hijos.
Todo eso, antes de que finalmente Francia se quedara con la isla, en el siglo XX, por decisión de un rey italiano.
El último hombre de la isla
Poco antes de ser tomada esta foto, dos de las mujeres retratadas tuvieron sangre en las manos.
Hacía un tiempo que, para proteger a sus familias, Tirsa Rendón y Alicia Arnaud Rovira se habían decidido a acabar con la vida del único hombre que quedaba en la isla y que llevaba varios años atormentando a su pequeña y vulnerable comunidad con golpizas, violaciones y asesinatos, según contaron los sobrevivientes.
Quiso la casualidad que llevaran a cabo el plan el mismo día en que acabaron siendo rescatadas por el cañonero estadounidense, que, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, se había acercado a Clipperton durante una misión de reconocimiento buscando barcos alemanes.
Ramón Arnaud tendría unos 8 años cuando fue testigo de lo sucedido, un episodio traumático del que le habló con frecuencia a sus descendientes y que le describiría sesenta años después con todo lujo de detalles al famoso explorador y conservacionista francés Jacques Cousteau, cuando regresó a Clipperton en 1981 como invitado para participar en uno de sus documentales.
Desde el rescate no había vuelto a pisar la isla donde había nacido, en 1909, cuando México aún la consideraba suya.
Hacía un año que su padre, el joven capitán Ramón Arnaud, primer y último gobernador de Clipperton, se había instalado permanentemente allí, de recién casado, con su esposa Alicia.
Arnaud (padre) estaba al frente de una guarnición militar de una decena de hombres que, acompañados de sus familias, cumplían una encomienda ordenada por el mismísimo presidente Porfirio Díaz: proteger la soberanía de México sobre la isla, que a lo largo del siglo XIX había despertado el interés de franceses, británicos y estadounidenses.
Paraíso e infierno
Desde el aire Clipperton parece un paraíso de vivos colores.
Es un cinturón blanco de arena de coral que destaca sobre el azul del océano y encierra una laguna de agua esmeralda.
De cerca es otra cosa.
Los pájaros bobos dominan la isla cubriéndola con un manto de excremento, una peculiaridad que jugó un papel clave en la historia de Clipperton, porque atrajo el interés de las potencias y las compañías internacionales que a mediados del siglo XIX comerciaban con el guano, un preciado abono rico en fosfato derivado de esas heces animales.
Vivir allí debió de ser un infierno, «pero un infierno absoluto», dijo el investigador especializado en ecología marina Enrique Ballesteros, que se ha sumergido en aguas de todo el mundo, incluidas las de la laguna de Clipperton, cerradas al mar, malolientes y salobres, llenas de algas y bacterias pero desiertas de peces.
Este español participó en una expedición científica a la isla en 2016, como parte de una investigación del proyecto Pristine Seas, de National Geographic, en colaboración con la Universidad de la Polinesia Francesa.
Y allí constató, junto a su equipo de investigadores, que la isla y las aguas que la rodean están llenas de vida, con una vegetación y fauna en constante evolución, que atrae la atención de los científicos.
Pero es un lugar inhóspito para los humanos.
Además de que está en la ruta de frecuentes temporales y huracanes, «hay un viento que no para y unas olas enormes que no te dejan acceder al mar», recuerda Ballesteros.
La isla está rodeada por una gran barrera coralina que hace extremadamente difícil y peligroso el acceso en barco.
Además de algunos grupos de palmeras, lo único que destaca sobre la línea totalmente plana de arena es una gran roca volcánica de unos 28 metros de alto.
Sobre esa roca, a principios del siglo XX los mexicanos pusieron a funcionar un faro.
Y en una cabaña aislada, a los pies de esa roca agujereada por cuevas y pasadizos, pasó días y noches Victoriano Álvarez, el guardián del faro, que acabó perdiendo la razón.
Pulso de grandes potencias
La determinación del capitán Arnaud y su guarnición, que acabaron dando la vida por proteger los intereses soberanos de México, no lograron impedir que al final Francia se quedara con Clipperton.
Los franceses, de hecho, ya se habían anexado unilateralmente en 1858 la que entonces llamaban isla de la Pasión, pero los mexicanos no se enteraron hasta casi 40 años después, en 1897.
En 1858 Francia envió en nombre del emperador Napoleón III a un teniente a tomar posesión formal del territorio que sus exploradores habían avistado por primera vez a principios del siglo.
La intención de los franceses era cederle después la explotación del guano a un empresario estadounidense que se había interesado por el atolón.
Cuando el teniente llegó a la isla levantó una acta administrativa que después registró ante el cónsul francés en Hawái, su siguiente destino, a más de 6.000 km de distancia. La noticia fue, además, publicada por el periódico The Polynesian, de Honolulú.
Pero después los franceses no volvieron a pasarse por Clipperton, en parte porque su proyecto inicial de explotación de guano no prosperó.
Quienes sí lo hicieron, en cambio, fueron los estadounidenses.
Levantaron, de hecho, su bandera sobre el atolón a finales del siglo XIX apoyándose en la llamada «Ley de las islas guaneras«, aprobada en 1856, que autorizaba a sus ciudadanos a tomar posesión y explotar cualquier isla con depósitos de guano que estuviera deshabitada y no estuviera bajo la jurisdicción de otro país.
Cuando finalmente todo esto salió a la luz, se volvió una disputa internacional que implicaba a cuatro naciones.
Sucedió por casualidad: un artículo en el diario Herald de Nueva York, en agosto de 1897, informaba que acababa de regresar un barco cargado de guano de Clipperton y apuntaba a que la bandera británica estaba a punto de remplazar allí a la estadounidense porque una compañía inglesa iba a tomar las riendas de la explotación.
Durante las siguientes semanas varios periódicos mexicanos se hicieron eco de la sorprendente noticia y creció tanto la presión que ese mismo año el presidente Porfirio Díaz envió un cañonero al atolón para ver qué estaba pasando y defender la soberanía mexicana.
Allí encontraron, efectivamente, una bandera estadounidense y varios trabajadores de la compañía Oceanic Phosphate Company, a quienes informaron que la isla era mexicana y tomaron posesión del territorio.
Lo que no sabían entonces es que la verdadera amenaza a su soberanía no vendría de Estados Unidos, sino de Francia.
México empezó a instalar una pequeña colonia en Clipperton, que más tarde estaría liderada por el capitán Arnaud.
Pero tanto insistió Francia diplomáticamente en que el atolón era suyo, que en 1909 el gobierno de México, seguro de su posición, accedió a someter la disputa a un arbitraje internacional.
La decisión, que sería vinculante, quedaba así en las manos de un árbitro neutral, que acordaron que fuera el rey de Italia, Víctor Manuel III.
«Una cadena de malas decisiones»
«No debimos haberla dejado perder», dijo Laura Ortiz, apasionada de la historia de Clipperton y profesora de Derecho Internacional en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Como la gran mayoría de los mexicanos, no aprendió nada sobre el atolón en la escuela, sino que escuchó la historia «llena de fantasía y medio noveleada» cuando estudiaba Derecho en la universidad.
Para Ortiz, detrás de la pérdida de Clipperton sobre todo está el «desinterés histórico» del gobierno de México por la isla y por el territorio insular en general. Y también «una cadena de malas decisiones».
La primera, dice, fue la del presidente Porfirio Díaz, que gobernó México entre 1876 y 1911, por acceder a someter la disputa al arbitraje internacional, «porque la isla ya estaba colonizada por mexicanos», explica Ortiz.
Luego pasaron más de 20 años antes de que el rey italiano emitiera su laudo. En ese tiempo de desencadenó la Revolución mexicana y la Primera Guerra Mundial.
Cuando finalmente llegó el laudo a favor de Francia, el 28 de enero de 1931, ya México era otro país: ya había muerto Porfirio Díaz y estaba el México posrevolucionario en ciernes.
El fallo decía que la soberanía de Clipperton le pertenecía a Francia desde 1858.
En el arbitraje «no se tomaron en cuenta las pruebas de los mapas de los derroteros españoles, en cuyas rutas aparecía como isla de Médanos. Y sí se tomó en cuenta el avistamiento de los franceses que entre comillas la descubrieron y la registraron».
Y ahí viene, según Ortiz, otro error en la cadena: no haber apelado de manera inmediata la decisión del arbitraje ante la Corte Permanente de Justicia Internacional, la antecesora de la actual Corte Internacional de Justicia de la Haya, el principal órgano judicial de Naciones Unidas.
Otro error de México, continúa la profesora Ortiz, fue precipitarse a reformar la Constitución tras aceptar el fallo del arbitraje, eliminando a Clipperton del artículo 42, en el que figuraba expresamente, junto a otras islas mexicanas, como parte integrante del territorio nacional.
En México, «para todos los juristas y estudiosos del tema, el laudo arbitral fue injusto«, dice Ortiz.
Así lo consideraba también el ya fallecido abogado, escritor y político mexicano Miguel González Avelar, autor de «Clipperton, isla mexicana».
«Son tan absurdas las circunstancias que determinaron su exclusión de la soberanía mexicana, que no hay persona razonable que, al conocerlas, se conforme con el resultado», escribió en 1992.
Una decisión heroica que acabó en tragedia
Los primeros años del capitán Ramón Arnaud y Alicia Rovira en la isla, a principios del siglo pasado, transcurrieron con relativa calma.
Cada dos o tres meses llegaba de Acapulco un barco cargado de provisiones, medicinas y noticias.
Además de los miembros de su guarnición y sus familias, vivían en el atolón los últimos trabajadores de la compañía británica a la que México le acabó dando la concesión para explotar el guano, aunque pronto abandonarían la misión al comprobar que se trataba en realidad de una operación poco rentable.
Pero todo cambió a partir de 1910: el inicio de la Revolución mexicana en tierra firme interrumpió al principio el abastecimiento de la isla y lo dejó totalmente en el olvido después.
Lo que siguió entonces fue una trágica historia de supervivencia, que para los más afortunados duró siete años.
Antes de llegar a los momentos más críticos de escasez, enfermedad y muerte, el capitán Arnaud tuvo ocasión de marcharse de Clipperton a bordo de un barco estadounidense que llegó para rescatar a los sobrevivientes, al enterarse de que seguían vivos.
Pero el capitán decidió no abandonar su puesto a menos que sus superiores mexicanos así se lo ordenaran, y tanto la guarnición como sus respectivas familias rechazaron la oferta de volver a tierra firme para quedarse a su lado.
Para muchos fue un sacrificio heroico por la patria que las autoridades mexicanas del momento nunca valoraron.
Lo que Arnaud no se imaginaba era que en México, en plena revolución, ya nadie se quería hacer cargo de un pequeño y remoto destacamento militar fiel al gobierno anterior, ahora enemigo.
Con el tiempo los habitantes de Clipperton se quedaron en el olvido y después fueron dados por muertos.
En el atolón nunca llegaron a pasar hambre porque podían vivir del mar y de los pájaros bobos, pero la falta de vitamina C fue matando de escorbuto a la población.
Una decena de cocoteros, entonces la única vegetación de la isla, fue la salvación para los escasos sobrevivientes.
Mientras, los niños más pequeños de Clipperton crecían más o menos ajenos a las preocupaciones de los mayores.
Los tres hermanos pequeños de Ramón Arnaud apenas tenían memoria de las penurias que luego les contaron que vivieron.
Pero Ramón, que creció en la isla hasta los ocho años, recordaba «todos los detalles que te puedas imaginar. Los tenía todos clarísimos», dijo por videoconferencia su nieta Gabriela Arnaud, bisnieta del capitán Ramón y Alicia.
Contaba una y otra vez todo lo que había pasado «con la misma naturalidad con la que lo había vivido», recuerda Gabriela, que ahora preside un proyecto llamado Clipperton Honor y Gloria, con el que quiere dar a conocer la historia familiar.
«Al principio yo, de niña, lo entendía todo casi como un cuento. Me contaba de una isla donde él había vivido, donde al principio todo estaba bien, donde el barco iba y venía, tenían una casa hermosa, su madre tocaba el piano, les daba clases a todos los niños de la isla… era una cosa muy linda, al principio, antes de que viniera toda la tragedia», cuenta Gabriela.
Pero con los años las cosas se complicaron cada vez más.
Casi tres años antes de ver cómo su madre y Tirsa le daban muerte a Victoriano Álvarez, Ramón había visto cómo su padre se ahogaba en las aguas turbulentas que rodean al atolón, tratando de alcanzar junto a sus últimos hombres, menos el guardián del faro, un barco que había avistado en el horizonte.
Para entonces, 1915, ya el capitán tenía claro que nadie de la armada mexicana iba a volver a buscarlos.
Así fue como murió el primero y último gobernador de Clipperton. Y así fue como Alicia Arnaud, Tirsa Rendón y Altagracia Quiroz acabaron solas en medio del Pacífico, a cargo de siete niños y una adolescente, y hostigadas por un hombre enloquecido y violento.
Tras su rescate en 1917 las mujeres tuvieron que dar explicaciones por la muerte del guardián del faro, pero según explica Gabriela Arnaud fueron exoneradas de culpa por haber actuado en defensa propia.
Con los relatos que su abuelo materno le contó, Gabriela Arnaud escribió un libro, «Clipperton, una historia de honor y gloria».
No es el único. Los trágicos acontecimientos inspiraron también una película, varios documentales, numerosos ensayos, obras de teatro y novelas como la de Laura Restrepo «La isla de la pasión».
Pero la historia del atolón no termina con el rescate de los sobrevivientes, ni con el laudo del rey italiano.
Clipperton hoy
Clipperton nunca volvió a tener una población permanente, pero durante la Segunda Guerra Mundial estuvo brevemente ocupada por Estados Unidos, que estableció allí una base meteorológica y un centro de observaciones.
En una carta de 1945 el entonces presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, que había visitado el atolón en varias ocasiones, le escribió a su secretario de Estado: «La propiedad y desarrollo de la isla de Clipperton son asuntos que considero de importancia para Estados Unidos por su ubicación estratégica con respecto al canal de Panamá«.
«Durante mucho tiempo México ha disputado el reclamo francés sobre esta isla y los argumentos mexicanos no son infundados. Sería ventajoso para nosotros que Estados Unidos, ante la ausencia de propiedad directa, buscara obtener derechos para una base sobre la isla de Clipperton con una concesión de largo plazo a través de la propiedad mexicana», continúa la carta, ahora un documento público accesible a través de la Oficina del Historiador del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Pero esa idea nunca prosperó. Hoy Clipperton es un territorio de ultramar francés.
Cada tanto una fragata se acerca al atolón para remplazar la bandera y repintar las letras R F, por Republique Française, inscritas sobre un monumento de cemento.
«Después de todos estos años el atolón per se no tiene ningún interés económico o estratégico, salvo por las aguas que rodean el islote», comenta la profesora Ortiz.
Gracias a Clipperton Francia tiene bajo su jurisdicción una Zona Económica Exclusiva de425.000 km², el equivalente al tamaño de Paraguay, en una de las áreas de pesca más ricas del mundo, en la que, irónicamente, le permite capturar atún a México por medio de un acuerdo de pesca.
Pero pocos en México recuerdan o cuestionan ya la pérdida de Clipperton.
«Durante varios años algunos legisladores dijeron que habría que reivindicar la soberanía territorial de Clipperton, pero no lograron que se afianzara esa idea», explica Ortiz.
Ahora, más que un reclamo soberano por la vía jurídica, lo máximo que los apasionados mexicanos por Clipperton aspiran a conseguir algún día es algún tipo de negociación con Francia que le permita a México coadministrar la isla.
Entretanto, el busto del capitán Arnaud adorna una plaza de la Calle Real de Orizaba, la ciudad veracruzana que lo vio nacer y a la que nunca pudo regresar de su misión.