Las vacunas llegaron ya contra COVID-19

Con la inoculación a una señora de 90 años en el Reino Unido, se inició formalmente la campaña global de vacunación contra la enfermedad causada por el COVID-19. Otros países (Rusia y China, señaladamente) han reiterado que ellos iniciaron sus programas de vacunación de manera previa.

Es posible, pero el estilo que adoptaron –reservado y sigiloso– ha generado algunas dudas. Los británicos, en cambio, arrancaron pompa y usarán la circunstancia para tratar de justificar su Brexit. Lograron evadir algunos de los rigurosos criterios de la agencia europea que aprueba vacunas y medicamentos y, toda vez que se trata de una emergencia sanitaria, dieron luz verde a la vacuna de Pfizer.

Se inició con ello, oficialmente, lo que será sin lugar a dudas una hazaña jamás contada en la historia de la salud pública, y el comienzo de una nueva época en el contexto de la globalización.

Quizá no se aprecie en su justa dimensión, pero fue inédito, portentoso: haber desarrollado no una, sino varias vacunas contra un patógeno desconocido en menos de un año. Se dice fácil, pero habitualmente este proceso tarda 10 años. Fue posible gracias a una ciencia robusta, en el contexto de la cooperación internacional y con una inversión cuantiosa. Y lo que viene será igualmente extraordinario: decenas de millones de personas vacunadas cada mes durante los próximos dos años.

Ha iniciado ya una movilización sin precedentes: vuelos charters cruzan el atlántico entre Bruselas y Chicago con toneladas de hielo seco, para llevar a buen destino un solo producto salvavidas, una vacuna que requiere temperaturas del polo norte (-70º Celsius) para preservarse activa. La producción masiva a corto plazo, con controles de calidad rigurosos, es uno de los mayores retos que ha afrontado el mundo industrial postmoderno. La logística para su distribución oportuna y adecuada, será un sofisticado reto para los ejércitos de todos los países. Son estos, los mejor preparados para hacerlo. Ejércitos para la vida, bienvenidos.

Tocará a los gobiernos administrar los insumos, pero, sobre todo, la paciencia de sus ciudadanos. Ya no queda mucha. Todos estamos hartos. De la fatiga por pandemia hemos pasado al enojo por pandemia. Cuidado: la ilusión y el optimismo que generan las vacunas puede convertirse fácilmente en frustración y reclamo, generar aún más enojo, por el simple hecho de tener que esperar meses, acaso años, antes ser vacunados.

Hay que empezar por explicar bien las razones para vacunarse. Las campañas de desinformación sobre las vacunas ya empezaron y, después de diez meses de desgaste, la credibilidad de las autoridades, en prácticamente todo el mundo, ha caído. Muchos países han renovado cuadros para esta etapa.

Nuevos voceros, figuras frescas con autoridad moral. Han surgido nuevos pactos políticos y económicos. Ver la luz al final del túnel no significa que la salida esté cerca.

En los Estados Unidos, por ejemplo, cuyo programa de vacunación empieza hoy, la vacuna llegó con algunas semanas de retraso, dejando sin posibilidad de reelección al presidente saliente. Es el país que más invirtió en las fases de investigación y en la precompra de vacunas con diversas empresas.

No obstante, en el escenario más optimista, se estima que para finales de enero del año entrante no tendrán sino a más del 20 % de su población vacunada. Esto nos da una idea aproximada de los tiempos de espera. Y como mientras tanto, seguirá muriendo gente, anticipo que la presión social va a ser fuerte.

Otros desencantos también harán su parte. Las reacciones indeseables (aunque hay que insistir, la seguridad de las vacunas es alta) serán inevitables. Los casos de nuevas infecciones a pesar de haberse vacunado, acapararán la atención de los medios de comunicación y de las redes sociales.

Escucharemos historias extraordinarias, mitad ciertas y mitad confabuladas. Todo ello irá configurando la transición hacia la nueva normalidad.

Suscribo plenamente la idea de que sean las y los trabajadores de sector de la salud los primeros en recibir la vacuna, junto con los adultos mayores y los grupos más vulnerables. Y hay que tener claridad sobre cómo se va a proteger a los menores de edad, y conocer muy bien las características de cada una de las vacunas que estarán disponibles. Hay variaciones importantes entre ellas, lo cual puede contribuir a la confusión del público.

Ya sabemos que algunas (pero no todas) requieren más de una dosis, por ejemplo. Pero, otra vez, el factor fundamental será la confianza. Confianza en el producto, pero también en el prestador del servicio.

Ningún país estaba realmente preparado para afrontar la pandemia. De nada sirven las descalificaciones a posteriori. Será mejor aprender las lecciones con humildad y prepararnos para las que vengan. Se sabía que el riesgo era real. Lo sigue siendo. Tanto el número como la naturaleza de las epidemias en los últimos años indicaban que las probabilidades eran altas. Así que, en un sentido estricto, sorpresa no hubo.

Hubo imprevisión.

Con la llegada de las vacunas, que claramente no son panacea, hay que alistarnos para afrontar el siguiente embate. Se habla ya de un posible Tratado Internacional (auspiciado por la ONU) como mecanismo de cooperación multilateral en la materia. No es mala idea.

Finalmente, los Tratados alertan, comprometen a los países suscriptores, y pueden generar acciones colectivas con fines preventivos. Lo que queda claro es que tenemos que vigilar los riesgos con más eficacia. En particular la emergencia de enfermedades en animales que potencialmente son transmitidas a los humanos (zoonosis).

Se requiere también un intercambio de información más oportuno, veraz y obligatorio entre todos los países, y disponer de fondos para poder reaccionar con mayor rapidez y eficacia. Todos los sistemas de salud deben someterse a una revisión estricta, no para buscar culpables sino para corregir errores y enmendar carencias.

Es lo menos que se merecen los millones de muertos que dejará esta pandemia. La cifra final se estimará mejor dentro de algún tiempo.

Ya llegaron las vacunas y eso es una muy buena noticia. Mientras nos llega el turno, hay que seguirse cuidando. Y como va a tardar un poco, anticipemos mejor los tiempos para no desgastarnos más, entre la fatiga, el enfado y la frustración.

* El autor es Embajador de México ante la ONU

Fuente: El Universal.

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