SAN JOSÉ, COSTA RICA – El desempleo se ha vuelto la realidad no solo para muchos costarricenses, sino un fenómeno socioeconómico que afecta a muchos de los 8.321 nicaragüenses refugiados que registra hasta junio de este año la Dirección de Migración Extranjería de este país centroamericano.
«Tengo cuatro meses de estar sin trabajo, pero ahí vamos, gracias a mi Dios, que no me falla. Una señora me ha dado refugio, estoy ahí refugiado sin trabajo», contó Marvin Sáenz, refugiado nicaragüense de 54 años a la Voz de América en medio de una esporádica lluvia de junio.
La realidad de don Marvin es la misma del 87,1 % de los refugiados nicaragüenses en Costa Rica, los cuales se encontraban desempleados, según una encuesta de la organización no gubernamental (ONG), Fundación Arias para La Paz publicada en abril de 2020.
Una realidad que se ha recrudecido durante los tres meses de la pandemia del COVID-19 en Costa Rica y ha afectado a los nicaragüenses y sus oportunidades laborales.
«La verdad es que yo solamente me rio y juego con ellos (mis hijos), no hay otra razón, porqué no podés hacer nada más. No les voy a decir que por lo que yo hice (migrar a Costa Rica) estamos aquí, porqué estaría marcando definitivamente su crecimiento, su situación emocional. No es justo dañarlos a ellos cuando nosotros los grandes, los adultos estamos dañados¨, confiesa Flores a VOA, quien ha visto empeorada su situación de conseguir trabajo en medio de la pandemia del COVID-19.
Tanto ella como don Marvin han optado por las ayudas o paquetes de comida que ofrecen organizaciones humanitarias ante la falta de la generación de recursos.
«Muchos de ellos antes lograban uno o dos días de trabajo a la semana y ahora pues nada, tienen tal vez 45 o hasta 60 días de no tener ningún ingreso, entonces ellos piden lo básico: arroz, frijoles, aceite, azúcar¨, explica la estadounidense, Tania Amador, fundadora de Corner of Love, organización que a la igual muchos a los que hoy atiende tuvo que migrar sus operaciones humanitarias de Nicaragua a Costa Rica tras el inicio de la crisis del 2018.
La estadounidense dice que muchos de los nicaragüenses con lo que ha conversado se han mostrado desesperados, incluso con pensamientos suicidas por su difícil situación laboral agravada por la pandemia.
Precisamente para ayudar a este grupo de la población en Costa Rica, la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y su agencia socia, Fundación Mujer habilitarán a partir del 28 de junio la plataforma TodaAcciónCuenta.org., la cual tendrá un directorio de contactos de pequeños emprendimientos, tanto de personas refugiadas como costarricenses, que se han tenido que reinventar durante la pandemia para salir adelante.
Doña Chica, la refugiada nicaragüense que siembra solidaridad
A pesar de la dura stiuación que enfrentan muchos nicaragüenses en Costa Rica, existen rayos de esperanza no muy lejos de la frontera con Nicaragua.
Uno de ellos es el caso de Francisca Ramírez, una campesina nicaragüense que huyó de su país por oponerse a la construcción de un canal interoceánico que iba a construir una empresa china en el sur del país, el cual provocaría el desplazamiento de miles de personas, entre ellos muchos campesinos.
Pero la crisis sociopolítica de 2018 en esa nación, en la que los campesinos también se levantaron contra la violencia y represión del gobierno provocaron el éxodo de Ramírez a Costa Rica.
«Doña Chica», como prefieren que la llamen, se ha convertido en un ejemplo de solidaridad y empredimiento en medio de la adversidad, ya que junto a 25 hombres y 20 mujeres, muchos de ellos refugiados nicaragüenses decidieron arar y poner la tierra a producir sus propios alimentos y también para ayudar a los miembros de su nueva comunidad en Costa Rica.
«A raíz del desplazamiento y persecución en Nicaragua llegamos a Costa Rica sin nada y un grupo nos unirnos para rentar un terreno para trabajar la tierra», cuenta doña Chica, quien hoy junto a otros campesinos ven a la tierra que sembraron producir los frutos de su esfuerzo.
Aunque ACNUR la ha apoyado con la donación de insumos, Ramírez afirma que no ha sido un proceso fácil, pero no se rinde, ya que gracias al trabajo en los sembradíos 33 núcleos familiares compuestos por solicitantes de asilo y refugiados nicaragüenses han podido alimentarse de lo produce la tierra.
«Tenemos sembrado plátano, frijoles, yuca, tiquizque, chamol (fruta similar a la malanga). Las cosecha que más se nos dio fue el frijolito para un año, para compartir con familias de grupos de refugiados», relató esta mujer que añora volver a su país.
Espera que tras la pandemia lo que producen también lo puedan llevar en algún momento a un mercado para ayudarse y seguir produciendo alimentos.
«Los nicas somos solidararios, no discriminamos a nadie. Tratamos ayudar con lo que tenemos, que no es mucho a la comunidad», responde después de ayudar junto con su compañeros campesinos a una familia costarricense cuya casa recientemente sufrió severas afectaciones por los fuertes vientos del clima de la zona norte de país.
Esta campesina nacida en 1977 en La Fonseca, municipio de Nueva Guinea en la costa del caribe sur de Nicaragua dice que lo que más le duele es la discriminación.
«Es algo doloroso que la gente de tu propia patria cree que uno es vagabundo por que uno tuvo que irse del país. Hay una discriminación no solo en Costa Rica sino en el mundo hacia la gente desplazada. Ojalá haya consciencia de no discriminar a la gente que tiene migrar, nadie se va de su patria porque quiere», lamenta esta campesina que dice con orgullo: «Nuestra Nicaragua es muy lindo».
Ramírez es sincera y admite que hay mucha gente buena en Costa Rica, «que nos ha tendido la mano y nicaragüenses que tienen años en este país que nos han tendido también la mano. Hay gente de Nicaragua que sabemos que está luchando por una patria verdadera y eso también se los agradecemos».