La canción que se convirtió en el himno de Israel transitó por un camino bastante romántico, en el que varias ciudades se atribuyen ser su cuna.
Imber era en cierto modo un enigma a los ojos de sus contemporáneos, y sigue siéndolo en gran medida hasta el día de hoy. De hecho, el título de su poema, que en un principio constaba de nueve estrofas, refleja algunas de sus aventuras. Aun después de llegar al destino que le inspiró a escribir tantos poemas, apenas permaneció allí cinco años hasta volver a recorrer caminos y continuar con sus andanzas.
Naftali Herz Imber era propietario de una tienda en la vendía fósforos, talismanes y amuletos en el mercado de Estambul, decidió un día de 1882 vender el negocio para ir a encontrarse con Sir Laurence Oliphant, miembro del Parlamento británico y hombre de negocios con el objetivo de declararle que el pueblo judío no necesitaba los favores de Gran Bretaña para regresar a su patria ancestral. Pero quedó prendado de la Sra. Oliphant, tal como él mismo reconoció una vez. Eso hizo que el joven elaborara un nuevo plan: un viaje conjunto a Tierra Santa, el cual emprendieron ese mismo año, costeado en su totalidad por Oliphant, (para Imber habría sido imposible por su economía precariay así fue que los tres llegaron al puerto de Haifa.
Este extraño triángulo amoroso fue muy exiguo y no perduró tras su llegada a la Palestina otomana. Los Oliphants eran esencialmente sionistas protestantes y optaron por viajar y disfrutar de la tierra y sus lugares sagrados, mientras elaboraban un plan para devolver a los judíos a su tierra natal, que por supuesto, aceleraría la venida del Mesías.
Imber, por su parte y según los registros disponibles, continuó con su vida boehmia. Cada vez que una bella doncella llamaba su atención o conocía a alguien con suficiente vino a su disposición, el poeta pretendía haberse inspirado en ese mismo momento, y “componía” el legendario poema con la esencia del anhelo sionista ante sus ojos, Tikvatenu – “Nuestra esperanza”.
Lugares como Gedera, Yesod HaMa’ala, Mishmar HaYarden y Rishon LeZion, todas tienen sus huellas de su época en Tierra Santa. Todos ellos cuales afirman, sin excepción, que el poema que más tarde se convertiría en el el himno del movimiento sionista y del Estado de Israel fue escrito dentro de los límites de sus respectivos territorios.
Probablemente Imber comenzó a componer el poema que le daría fama mundial en la ciudad de Iași en Rumania, basado en una canción alemana, Der Deutsche Rhein (“El Rin alemán”), que abre cada estrofa con el palabras “Siempre y cuando”. Finalmente, completó la composición en Jerusalén en 1884.
Su versión final de Tikvatenu contaba con nueve estrofas. Posteriormente, se abrevió en dos y algunas palabras cambiaron para adaptarse al contexto contemporáneo de la tierra con el retorno de personas a su tierra ancestral.
El Dr. Y.L. Matmon-Cohen, fundador de la escuela secundaria Herzliya Hebrew Gymnasium, fue el autor de las últimas alteraciones. Cohen reemplazó las palabras “la esperanza antigua” (hatikvá hanoshaná) con las palabras “La esperanza de hace dos mil años” (hatikvá shnot alpaim) y sustituyó “Volver a la tierra de nuestros padres, la ciudad donde acampó David” con “Ser una nación libre en nuestra tierra, la tierra de Sión y Jerusalén” (lihiot am jofhsí beartzeinu, eretz Tzion Yerushalaim). Estos cambios sellaron la versión final de la canción, con su nuevo nombre, “HaTikvá”.
En 1886, un granjero llamado Samuel Cohen compuso una melodía para el himno de anhelo de Imber.
Tres años después, cuando los granjeros del asentamiento judío de Rishon LeZion se levantaron en rebelión contra los burócratas del barón Rothschild, elegieron “Tikvatenu” como su canción de protesta. En ese momento Imber estaba visitando Rishon LeZion, tuvo la suerte de escucharlos cantar, sentado en la mesa del comedor de uno de esos burócratas. Este evento marcó el comienzo del ascenso de la canción al corazón del panteón sionista.
Imber siguió viaje para continuar sus andanzas. Pronto se fue a Inglaterra, y de allí a Nueva York.
El último año de su vida, Imber ingresó en un hospital judío en Nueva York, donde conoció a una joven cantante: Jeanette Robinson-Murphy. A petición de ella, escribió las palabras originales de las dos primeras estrofas de su canción, que aún no se había consagrado como himno nacional, y lo hizo en un papel con membrete del hospital que tenía a mano en ese momento. En 1936, la Sra. Robinson-Murphy envió el manuscrito, el único de su tipo en el mundo que se sepa, par el eterno resguardo en la Biblioteca Nacional de Israel en Jerusalén.