Siempre hay perspectivas nuevas que se pueden aprender con cada fiesta judía a lo largo del año y Janucá definitivamente no es la excepción. Estaba pensando sobre mi vida y mi pasado y de repente me sorprendí ante el hecho de ¿cómo un abogado de Chicago terminó siendo un rabino en Jerusalén? ¿Cómo fue que sucedió? y ¿Cómo fue que el mismo estado judío empezó a ocurrir? No en cuanto pasado histórico, hechos, personajes y fechas sino el simple hecho tan sorprendente de que un estado como ese pueda florecer contra todas las posibilidades.
Los rabinos del Talmud nos han enseñado que a la gente que le ocurren cosas maravillosas no necesariamente reconocen esos eventos como singulares o magníficos; es parte de la debilidad humana tener un entendimiento tan limitado. Tiene que existir una perspectiva relevante, un acto conmemorativo o una tradición para poder ver más allá de lo evidente; uno debe poder actuar como niño nuevamente para que lo sorprendente pueda ser aprehendido por la mente. Esa es la forma en la que debemos de ver a Janucá; como un evento histórico, como la conmemoración de ese evento y las tradiciones y costumbres que vuelven amado ese evento a todo Israel.
La tradición judía y los rabinos de la Mishná tomaron un evento que mucha gente vería como ordinario o natural y mostraron su naturaleza extraordinaria y maravillosa. La historia de Janucá es aquella de una nación pequeña y aparentemente débil venciendo a un ejército grande y fuerte de un imperio mundial.
Muestra el triunfo del monoteísmo y la tradición judía sobre la cultura y las prácticas paganas; de las luces del Templo sobre las antorchas del poder, de la fuerza y la vitalidad del pueblo de Israel sobre la de aquellos que los querían exterminar. Es maravilloso, sin embargo, uno debe estar dispuesto a verlo como maravilloso.
Los rabinos en su perspectiva santa del judaísmo y la historia elevaron lo mundano y lo aparentemente ordinario al reino de lo milagroso y lo eterno. Esa es la lección más importante que Janucá nos enseña, que somos un pueblo especial, que cada individuo vive de forma milagrosa con maravillas rodeando a cada uno de nosotros y aun así todo está cubierto del matiz de lo natural y lo ordinario.
Janucá es la festividad de los niños; quizás es porque ellos aún mantienen el sentido de la maravilla y la imaginación. Su mundo no está atado al realismo, y a veces pesimismo de los adultos. Todo en la vida sigue siendo nuevo, inesperado y digno de curiosidad y examinación. En Janucá debemos aprender a tener esa perspectiva.
Fuente: Rabbi Wein