Evo Morales ya pasaba momentos de debilidad desde el mediodía del domingo cuando le llegó una estocada que muchos interpretan como definitiva.
Con uniforme de campaña, el comandante de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, le dijo que los militares le recomendaban que abandone el cargo para «pacificar» el país.
«Sugerimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial, permitiendo la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad por el bien de nuestra Bolivia», indicó el general y de inmediato se comenzó a hablar de que la dimisión de Evo era inminente.
Horas antes, el mandatario se había visto obligado a dar la cara tras un lapidario informe de la auditoría de la Organización de Estados Americanos de las elecciones del pasado 20 de octubre y que llamaba a que se volvieran a celebrar ante las varias irregularidades detectadas.
Mi pedido al pueblo boliviano es garantizar la convivencia pacífica y acabar con la violencia para el bien de todas y todos. No podemos estar enfrentados entre hermanos bolivianos.
— Evo Morales Ayma (@evoespueblo) November 10, 2019
Nueva votación fue la oferta final de Morales tras el fallo de la auditoría de la OEA, con tres semanas de masivas protestas en su contra y con la policía amotinada y acuartelada negándose a seguir saliendo a reprimir a los manifestantes.
«El retiro del apoyo de las Fuerzas Armadas sentenció todo«, afirma el experto en asuntos militares boliviano Samuel Montaño.
En diálogo con BBC Mundo, Montaño añade que conoce «de muy buena fuente» que la crisis terminal que desembocó en la dimisión de Morales estaba contemplada ya por la institución castrense incluso antes de las elecciones del 20 de octubre, que fueron tildadas de fraudulentas».
«El escenario de una gran movilización había sido analizado antes y las Fuerzas Armadas sabían que esto podía llegar a un límite y el límite lo puso el Ejército», indica Montaño.
Los fantasmas del pasado
En sus casi 14 años como presidente, Morales acudió poco a sus militares para imponer el orden en Bolivia.
La más notoria de esas contadas ocasiones fue cuando dictó estado de excepción en el departamento de Pando (norte), tras un enfrentamiento que provocó al menos 14 muertes en septiembre de 2008.
En aquella oportunidad al menos tres ciudades de la región fueron militarizadas y se dictó un toque de queda como no se veía en mucho tiempo, sin embargo, ningún soldado llegó a disparar contra civiles jamás.
El motivo, explica Montaño, tiene mucho que ver con los antecedentes del pasado que se remontan a los dos últimos presidentes obligados a dimitir.
En 2003, Gonzalo Sánchez de Lozada renunció a la primera magistratura del país tras semanas de protestas y decenas de muertos por la represión policial y militar.
Su sucesor de ese entonces, el actual candidato principal de oposición, Carlos Mesa, también se vio obligado a dejar el cargo por la presión social, con la diferencia de no haber usado al Ejército para frenar la convulsión.
Los hechos de 2003 marcaron un antes y un después para las Fuerzas Armadas bolivianas.
Los generales de ese momento fueron condenados a penas de hasta 15 años que en la actualidad siguen pagando, en cambio Sánchez de Lozada ni ninguno de sus ministros pasó un día en la cárcel por los más de 70 muertos durante el llamado «octubre negro» de hace 16 años.
«El Ejército en cualquier parte del mundo sale a disparar y el contexto es muy distinto al de antes. El Ejército tiene sus límites y esta vez tuvieron la oportunidad de redimir su imagen de octubre de 2003 y tener una reacción diferente», indicó Montaño.
El experto añade que este elemento fue el decisivo para precipitar la salida de Morales.
«Esa fue la última estocada. Antes en la historia de Bolivia ya se vivió, con el fin de las dictaduras y los gobiernos de 2003 y 2005. Fueron los militares los que pusieron el alto definitivo en esas oportunidades y a partir de las últimas experiencias los mandos fueron más cautas y le marcaron un límite a Evo Morales», concluye.
Fin del idilio
Cuando Morales debutó en la presidencia de Bolivia, de la noche a la mañana pasó a reserva a tres generaciones (anuales) de militares para contar con un alto mando de su confianza.
Hugo Chávez, tal vez su principal consejero en esos primeros años, siempre le recomendó que no perdiera el control de su tropa.
Con el paso del tiempo, el presidente boliviano logró que la misma institución que derrotó y mató a Ernesto «Che» Guevara en 1967 gritara a voz en cuello el emblemático «patria o muerte» acuñado por el guerrillero argentino-cubano.
También persuadió a sus altos mandos militares a que se declararan «antiimperialistas y anticolonialistas».
Pero el idilio no vino solo con expresiones simbólicas, también se tradujo en numerosos puestos en el servicio diplomático boliviano para los uniformados y sus familiares.
El Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada del país retribuyeron aquello con incontables manifestaciones de lealtad.
Eso hasta la tarde de este domingo, que repitieron la historia y fueron el preludio de la caída de un nuevo presidente de Bolivia.
fuente:bbcmundo