La gran frustración de Luis Alberto Tobar, un jubilado chileno de 73 años, es tener que acudir a sus hijos para poder pagar sus cuentas: el teléfono, la comida y parte de un tratamiento de cáncer de próstata.
«Si no fuera por la alegría que me dan esos bichitos que suenan por ahí, la mía sería una vida sin sentido», dice, en la sala de la casa de uno de sus hijos, mientras sus nietas gritan desde los cuartos y afuera suenan cacerolas de protesta.
Tobar y su esposa, Carmen Flores, decidieron pasar el estallido social que vive Chile hace casi una semana fuera de su casa, que está en el barrio La Florida, para evitar complicaciones en los trayectos.
Empleado por seis décadas de una empresa financiera y graduado de contador, Tobar —un hombre pausado, elocuente, melancólico— pasó de ganar US$1.500 a recibir menos de US$500 por su pensión hace 15 años.
«Para nosotros es irresponsable darnos un gusto», apunta, en referencia a los restaurantes, las vacaciones, los viajes.
Su esposa, Carmen, de 71 años, añade: «Me gustaría yo poderles dar algo a mis hijos, a mis nietos, y no que ellos se tengan que preguntar si nosotros tenemos plata para pagar la luz o la comida».
La familia Tobar-Flores tiene tres hijos que están en sus 40s, de los cuales uno tiene familia. Su historia es comparable a la de millones de chilenos de clase media cuyos padres se jubilaron.
«Trabajar 60 años fue gratificante porque les pude dar educación a mis hijos», asegura Tobar, sentado en un sofá donde el sol pega en su rostro magullado por el tratamiento del cáncer.
Su mayor orgullo es que sus hijos hoy no estén endeudados por la universidad, como millones de chilenos.
«Pero cuando llegas al final de la vida, y haces sumas y restas, te das cuenta que no tienes nada», añade. Su pensión —asegura— se va en pagar «el gas, el agua, la luz y un jardinero».
Pensiones, en el corazón de las protestas
Aunque las protestas en Chile iniciaron por un aumento en el pasaje de metro de Santiago, en el fondo de éstas hay una demanda de cambio en un sistema de pensiones que está en la base de lo que se conoce como el «modelo chileno», que fue un laboratorio del neoliberalismo en los años 80.
La principal medida del presidente Sebastián Piñera el martes para atender las quejas de los manifestantes fue aumentar las pensiones para poblaciones vulnerables.
El sistema pensional chileno depende de unos fondos privados, las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), que representan el 83% del Producto Interno Bruto, según cifras oficiales, una de las tasas más altas del mundo.
Ideadas por José Piñera, hermano mayor del presidente, las AFP son herencia del régimen militar de Augusto Pinochet, que en los años 80 impulsó la liberalización de la economía.
Con el tiempo, los gobiernos democráticos han ido complementado las AFP con un sistema público de reparto conocido como «pilar solidario». Es ahí donde Piñera anunció aumentos del 20%.
Carmen Flores, que nunca cotizó en las AFP porque dedicó su vida a cuidar a sus hijos, tiene una de esas pensiones: recibe US$140 que ahora serán US$165.
¿Pobres o clase media?
Otro de los grandes orgullos de Tobar es haber comprado su casa cuando era soltero en un barrio de clase media, La Florida.
«Fue el respaldo que tuve cuando toda la carga se vino encima», dice, en referencia a los momentos en que pagó las universidades y no tenía que pagar renta.
La casa representa para él la posibilidad de cumplir el sueño de ser clase media.
Pero hoy el crédito blando con el que la compró, apunta, sería imposible de obtener: «Te financian en muy malos términos dependiendo de tu contrato de trabajo, tu edad y tu condición familiar».
Por eso, argumenta, sus tres hijos arriendan.
La sociedad chilena es las más endeudada de América Latina. Según los expertos, el amplio acceso a créditos ha sido, al mismo tiempo, un propulsor de movilidad social y uno de estancamiento: la gente puede acceder a una vida mejor, pero se pasa el resto de la vida pagándola.
«Yo he conocido gente que se suicida literalmente porque no tiene cómo pagar las deudas«, dice Flores, que insiste en la «irresponsabilidad» de «la cultura del plástico».
«Nosotros somos gente austera —añade—, nunca tuvimos grandes lujos, pero tenemos una casa grande, con jardín; no estamos en un rancho».
Con el tiempo, sin embargo, «mantener la casa se ha vuelto impagable, se ha empezado a deteriorar y se nos va parte de la pensión en pagar el jardinero que arregla lo que queda de jardín».
«Nosotros somos de clase media media, pero ahora volvimos a ser pobres«, concluye ella.
Discrepancia salario y pensión
De acuerdo a Alejandra Matus, autora «Mitos y verdades de las AFP», el caso de Tobar es el de millones: gente que contribuyó religiosamente al sistema de pensiones, pero recibe una suma mínima comparada a su salario.
«Es un sistema estructuralmente injusto —asegura la periodista—, porque su objetivo no es la protección social, sino la acumulación de capital y la rentabilidad».
Según ella, el hecho de que Tobar no sepa por qué recibe apenas un tercio de lo que ganó en promedio durante su carrera tiene una razón: «La fórmula no se sabe, es un secreto de las AFP«.
En la investigación de su libro, que fue un bestseller en Chile, Matus encontró que el «algoritmo» que usan las AFP para cotizar las pensiones hace que todos los jubilados reciban, al final, más o menos lo mismo, sin importar el tiempo que contribuyeron.
«Los más castigados son los que cotizan de forma constante y por mucho tiempo», mantiene.
Ese fue el caso de María Ojeda, una mujer de la ciudad norteña de Antofagasta que trabajó por más de 20 años como profesora de matemáticas y demandó a las AFP porque recibió de pensión un tercio de lo que creía merecer. El asunto, ampliamente cubierto por los medios, está por ser revisado en el Tribunal Constitucional.
Sin embargo, muchos chilenos ven las AFP como eficientes sistemas que permiten rentabilidad al tiempo que no generan déficit fiscal para el Estado, una problemática usual en países con sistemas de reparto.
«El problema de las pensiones en Chile no es el sistema de administración», dice Aldo Lema, economista y consultor.
«Es que por un lado las deficiencias del mercado laboral generan lagunas en la cotización de muchas personas y que por el otro la expectativa de vida aumentó y se necesita más dinero para cubrir a los jubilados».
La solución, dice Lema, «no es volver más público o menos privado el sistema; no es de blancos y negros (…) fortalecer los ‘pilares solidarios’ (como hizo Piñera) cumple con la necesidad urgente de proteger a los más vulnerable».
Trabajando jubilados
La vida de Tobar tiene sentido gracias a su familia, pero el jubilado cree que tener hijos hoy día en Chile es «una carga con la que, con razón, los jóvenes no se quieren responsabilizar».
Tan limitada es su pensión que la pareja decidió conseguir trabajo desde que se jubiló: Carmen fue cajera del metro durante unos años y ambos tuvieron una tienda en una escuela de cine.
Sus nietos hoy no son cuidados por niñeras, sino por Carmen misma, quien recibe un aporte de sus hijos en compensación como si fuera un empleo.
«Yo siento que los niños hoy en día en Chile están muy solos, porque los padres trabajan, trabajan y trabajan solo para poder comprar, comprar y comprar», señala la abuela.
La familia Tobar insiste en algo que repiten muchos chilenos: acá la gente se endeuda no solo para comprar un auto o una casa, sino para hacer mercado.
Felipe, uno de los hijos, interviene en la conversación: «Pasamos de ser un país pobre (en los años 50) a ser un país emergente (en los 80), pero ese crecimiento fue producto del plástico, del crédito, y por eso ahora todo está reventando, porque la gente no puede más, porque el desarrollo era mentira».
Por eso, para no cometer la «irresponsabilidad» de endeudarse los Tobar-Flores trabajaron después de jubilados.
Matus lo pone de esta manera: «Millones de chilenos trabajan toda la vida y cuando les llega el momento de descansar (la vejez), están en la miseria».
«Cuando menos produces y más dinero necesitas, más pobre eres».
fuente:bbcmundo