Después de la muerte de su madre, Hayley Kemp fue abandonada en un hogar de niños por su padre, quien le había dicho que iban al dentista.
Tenía siete años.
Hayley, ahora de 55 años, tuvo una infancia caótica: en un momento dado, compartió una habitación con una trabajadora sexual después de que el Ayuntamiento de su ciudad la colocaran con ella.
Sin embargo, recuerda que su estadía en el hogar de niños en Plymouth, en el sur de Reino Unido, fue el período más feliz de su infancia, y explica a la BBC cómo sus experiencias la ayudaron más tarde a darle sentido a su vida.
«Mi madrastra solía golpearme y matarme de hambre»
Mi mamá tuvo cáncer de pulmón cuando tenía cinco años.
Uno de mis recuerdos es de ella fumando un cigarrillo Woodbine.
Yo era la menor de siete hijos y después de su muerte nos las arreglamos por un tiempo con mi padre soltero.
Luego papá empezó una relación con una mujer llamada Peggy, que se convirtió en nuestra madrastra y vino a vivir con nosotros y sus dos hijas.
Pero era cruel. No me permitía estar en la misma habitación que ella, ni hablar con ella y solía golpearnos y matarnos de hambre.
La situación era bastante obvia porque cuando íbamos a la escuela, los vecinos se acercaban a arreglarnos el pelo y darnos galletas, por lo que debíamos vernos bastante demacrados.
No sé si fue porque yo era la muñequita de la familia, pero ella me cogió una antipatía instantánea.
Un día decidió que tenía que irme, así que mi papá me llevó a un hogar de niños.
«Ni siquiera me abrazó«
Mi padre me dijo que íbamos al dentista en autobús. Yo no tenía idea de dónde estábamos porque solo tenía siete años.
Era el Hogar Infantil de Parklands. Solo pensé «este es un buen dentista».
Dos mujeres salieron y me dijeron que me sentara en una silla.
Luego papá dijo «espera mientras voy al baño».
Las dos mujeres me llevaron y eso fue todo. Ya estaba viviendo allí y él se había ido.
Ni siquiera me abrazó ni nada.
Simplemente creo que mi padre era un hombre bastante débil, porque renunció a sus hijos por alguien que obviamente tenía problemas graves de salud mental.
LLegar al cielo
Las mujeres fueron a un gran armario y eligieron ropa para mí.
Me pareció que había ido a un lugar encantador. Era como si estuviera de vacaciones.
Todos los trabajadores eran «tías» y «tíos» y había mucha comida y mucha diversión y muchos otros niños.
Sinceramente, pensé que había muerto y había ido al cielo.
Lo que me encantaba era que todos los sábados por la mañana nos llevaban al zoológico o al cine.
Los domingos íbamos a la escuela dominical y volvíamos y comíamos un asado.
Uno siempre escucha que los hogares de niños son lugares horribles, pero oye las historias de personas que la pasaron bien allí.
Para mí fue un verdadero refugio. Estaba a salvo.
«Dormí en una celda»
Estuve en Parklands durante siete u ocho meses, hasta que unos padres adoptivos que ya tenían una hija me llevaron a vivir con ellos.
Me resultó muy difícil pasar de vivir con montones de niños a tener una habitación para mí, así que me sentía bastante aislada y sola.
Ahora vivo en una casa compartida y no creo que sea una coincidencia.
Me gusta tener gente alrededor.
En mi adolescencia empecé a escaparme mucho de casa.
Me quedaba con mi hermana o mi hermano, que estaban casados y ya tenían sus propias familias.
Pasaba algunas noches en hogares para niños, pero no tenían espacio para mí, así que estaba una noche aquí y otra noche allá.
Luego me llevaron a una institución para delincuentes juveniles en Bristol, en el sur de Reino Unido, a pesar de que nunca había cometido ningún delito.
En aquella época se usaba la terapia electroconvulsiva, por lo que la situación fue muy difícil.
Dormíamos en una celda.
Estuve allí por un par de semanas hasta que los servicios sociales vinieron a buscarme.
Con las trabajadoras sexuales
Me pusieron en un hostal donde tuve que compartir una cama con una trabajadora sexual.
Realmente me caía bien.
Tenía solo 19 años, pero para mí, a los 15, parecía realmente mayor.
Se hacía llamar «Judy Teen», por una canción del cantante británico Steve Harley, líder de la banda Cockney Rebel.
Solía decirme «me voy a trabajar, Hayley», y cuando regresaba me llevaba a bares.
Pero nunca me alentaba a ser trabajadora sexual o algo así.
Una vez un tipo en un bar me amenazó y llegó la policía.
Los servicios sociales se dieron cuenta de que no debían haberme puesto allí, con esos hombres mayores que intentaban emborracharnos, así que me llevaron a Emma Place.
Llegué a conocer a todas las trabajadoras sexuales. Tuve la suerte de que me tomaran como su niñera.
Pero cuando veo a alguien adicto a las drogas o que es una trabajadora sexual, me pregunto cómo no terminé así.
Reencuentro
Tengo una hija de 37 años.
Cuando ella tenía 5 años, tuve una crisis nerviosa y los médicos pensaron que era porque había alcanzado la edad en que las cosas empezaron a ir mal en mi vida.
Terminé en una institución mental durante un par de meses.
Cuando tenía unos 30 años, alguien me dijo que mi padre quería vernos a todos sus hijos, así que fui a visitarlo.
Hablé con él y nos conocimos y tomamos una copa juntos.
Decidí que no tenía nada en común con él, que no me gustaba como persona y que no lo respetaba.
Había pasado tanto tiempo sin él, que realmente no sentía que fuera una influencia positiva en mi vida, así que decidí no volver a verlo.
Trabajo de voluntaria
Cuando tenía 40 años, trabajaba en el sector privado como gerente de control de calidad hasta que pensé: «No quiero hacer esto, no es lo que quiero hacer».
Lo dejé todo y me puse a trabajar voluntariamente con refugiados.
Cuando estaba en un hogar de acogida, unos refugiados de Uganda y Asia vivían cerca.
Les llevábamos mantas y ropa y recuerdo que pensaba que eran las personas más valientes que jamás había visto.
Creo que tengo empatía con las personas desplazadas porque no saben cuándo van a ver a su familia, no saben dónde terminarán.
Tuve suerte
Trabajo mucho con solicitantes de asilo y en campos de refugiados en Irak.
Cuando las personas crecen en un hogar estable y tienen amor incondicional, aprenden todas esas cosas que las personas dan por sentado.
Pero la infancia que tuve me ayudo a desarrollar una empatía con la gente que creo que no necesariamente tendría de otra manera.
También me dio resiliencia y fuerza, cosas que no puedes aprender, y saber que no importa lo malo que sea algo, no es permanente. Las cosas sí que mejoran.
Así que soy muy afortunada de haber tenido la infancia que tuve.
* El testimonio fue reproducido como le fue contado a Jonathan Morris.
fuente:bbcmundo