La exposicion sobre auschwitz a traves de un sobreviviente

Luego de ver cada pedazo de historia, se detonaban una serie de imágenes en la mente de Roman Kent.

Afuera de la entrada del Museo del Legado Judío, cerca del parque Battery en Manhattan, había un vagón de carga estacionado. Se parecía al que lo había llevado a Auschwitz.

“Desperté y estaba rodeado de cien personas”, recordó. “Gracias a Dios estaba con mi familia, pero no podía moverme, y estuvimos todos juntos así durante cuatro días y tres noches. No había un balde para ir al baño. Pero el verdadero problema era que no había agua para beber”.

Dentro del museo, vio un caldero, como el que se usaba para preparar la sopa de nabo, poco sustanciosa, con la que se alimentaba una vez al día a los hambrientos, junto con un trozo de pan.

“Debías calcular cuándo formarte”, dijo. “Al final de la fila, te tocaban más vegetales en la sopa rebajada, pero te arriesgabas a que quizá ya no hubiera sopa”.

El 8 de mayo, el museo abrirá una exposición al público que, de manera inevitable, también abrirá heridas. Con el título Auschwitz, no hace mucho, no muy lejos (Auschwitz, Not Long Ago, Not Far Away), esta exhibición contará la historia del campo de exterminio y del Holocausto, con setecientos objetos, la mayoría tomados de Auschwitz, donde 1,1 millones de personas fueron asesinadas; un millón de ellas eran judías. La exposición itinerante, producida en su mayor parte por Musealia, una empresa comercial española, con la cooperación del Museo Estatal Auschwitz-Birkenau, se presentó primero en Madrid durante catorce meses en los cuales asistieron a verla más de 600.000 personas.

El 1 de mayo ya estaban organizados tres pisos de la exposición en el museo en Nueva York, junto con sus respectivos páneles aclaratorios y videoclips; así, se permitió que un reportero recorriera el lugar junto con Kent, sobreviviente del campo y presidente de la asociación American Gathering of Jewish Holocaust Survivors and Their Descendants.

Kent, de 90 años y salud delicada, se mostró apesadumbrado pero decidido mientras lo escoltaban por todas las galerías.

Hasta que estuvo frente a una decena de maletas maltratadas tomadas de los judíos que llegaban y estaban a punto de ser divididos entre los que trabajarían y los que morirían de inmediato; Kent recordó a los oficiales de la SS que le gritaban a su familia: “Mach schnell! Mach schnell!”.

“Apresúrense. Apresúrense”.

Las golpizas a los hombres. Las golpizas a las mujeres. Los perros que los mordían. Los caballos que pisaban a los prisioneros. Esa fue la última vez que vio a su madre, recordó, mientras dividían a los prisioneros. Durante un momento no fue capaz de pronunciar una sola palabra.

El museo espera que asistan muchos visitantes como Kent, personas que viven en la zona de la Ciudad de Nueva York que, en 2017, contaba con 50.000 sobrevivientes del Holocausto; muchos de ellos han muerto desde entonces y los que sobreviven tienen ochenta o noventa años.

Los funcionarios del museo dicen que el esfuerzo de la exposición de presentar las brutalidades del pasado es urgente en una época en la que cada vez hay más antisemitismo, una situación que se acentuó hace poco tras los violentos ataques en contra de personas judías en San Diego y Pittsburgh.

Elizabeth Edelstein, vicepresidenta de Educación del Museo del Legado Judío, dijo que la institución con regularidad habla con los sobrevivientes acerca de “qué aspectos de esta dolorosa historia sienten que deberían explorarse, de qué manera el contenido debería reflejar sus propias experiencias”. Ese tipo de conversaciones provocó que la institución incluyera relatos del “sinfín de maneras en que la gente ordinaria respondió al genocidio que se desarrollaba, incluyendo historias inspiradoras de resistencia, resiliencia, valor y altruismo”.

Junto con activistas como Elie Wiesel y Benjamin Meed, Kent pasó gran parte de su vida adulta llamando la atención sobre lo que les habían hecho a los judíos después del silencio relativo durante las décadas posteriores a la guerra. Varias veces ha vuelto a Auschwitz —que ahora es un museo— cerca de Cracovia, Polonia, y ha visto estos objetos en ese contexto doloroso.

Durante su visita al museo, mientras iba de galería en galería, Kent hizo una pausa para observar una sección donde había postes asegurados con alambre de púas —“La mayor parte del tiempo estaban electrificados”, comentó amargamente—, unas literas, uniformes rayados y los zapatos confiscados de mujeres y niños.

Incluso había un juego de ajedrez que hizo un prisionero en 1943. La caja para guardar las piezas alguna vez fue una lata de sardinas.

Kent dijo que él no tenía ese tipo de distracciones. “Estaba muy ocupado tratando de sobrevivir”, comentó.

En otra galería, le sorprendió una vez más la eficacia demoniaca que demostraron los alemanes al crear una línea de montaje para exterminar a los judíos. La galería contenía un cabezal de ducha proveniente de un edificio que los nazis marcaron como un edificio de “Desinfección”, utilizado para eliminar piojos; en realidad era una cámara de exterminio.

También estaba expuesto un envase oxidado de Zyklon B, un pesticida a base de cianuro adaptado para envenenar a humanos. Había un tobogán ingenioso donde los gránulos, que se convertían en gas, caían desde portillas en el techo para que pudieran ser recogidos por los Sonderkommandos, quienes portaban máscaras de gas —trabajadores, generalmente judíos, a los que obligaban a realizar esas labores— después de que las víctimas morían. Otros Sonderkommandos sacaban los cadáveres.

“¿Cómo es posible que las personas sean tan crueles?”, murmuró Kent.

En una vitrina se encontraban las escotillas de metal del horno de un crematorio donde los cuerpos se convertían en cenizas y después eran desechados en un río cercano. En un video, un Sonderkommando sobreviviente recordó haber escuchado cómo las mujeres que eran sometidas al gas susurraban una oración, “Shemá Israel”, mientras se rasgaban el cuello inútilmente con las uñas tratando de respirar.

A pesar del diseño detallado y preciso de la exposición del museo, Kent dijo que nada, ni siquiera una visita al sitio actualmente, puede transmitir las atrocidades que ocurrieron ahí.

“Ningún ser humano puede concebir lo que pasó en Auschwitz”, dijo Kent después del recorrido. “Está más allá de nuestro entendimiento”.

 

 

 

Fuente:nytimes.com

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