450 misiles en 26 horas. Pasadas las 12 de la mañana hora israelí, Hamás y la Yihad Islámica siguen disparando misiles hacia Israel, y las FDI bombardean “objetivos terroristas” en la Franja de Gaza. Se trata de la mayor escalada de violencia desde la última guerra de 2014, y se ha costado la vida del primer civil israelí desde entonces: Moshe Agadi (58), padre de 4 de Ashkelon, que salió a darse un respiro y fumarse un pitillo entre alarma y alarma, y sufrió el impacto de metralla de un proyectil. En esta ocasión, la violencia se desató cuando un francotirador de la Yihad disparó a dos soldados israelíes que patrullaban la frontera, durante un nuevo viernes de enfrentamientos violentos.
En Noviembre, otro hombre murió en Ashkelon tras el impacto de un Qassam en su piso. Era un trabajador palestino de Hebrón que residía en la ciudad costera. Las salvas de misiles no diferencian nacionalidad o ideología. Todos sufren por igual el pánico, las corredizas y la eterna incertidumbre de “hasta donde llegará” el intercambio de fuego. Mientras, en televisiones y smartphones todos siguen al minuto las “alertas rojas”, el termómetro que mide la temperatura de la olla a presión. En Sderot y los kibbutzim fronterizos con la franja palestina, disponen de tan solo 15 segundos para alcanzar el refugio.
Hasta ahora van un israelí y seis palestinos muertos. Entre éstos últimos, una madre y su bebé. De nuevo, la “otra guerra” se pone en marcha: la de la propaganda. Hamás alegó que murieron tras un bombardeo israelí. “Una madre y su hija muertos mientras Israel endurece su respuesta por los misiles lanzados desde Gaza”, titulaba el británico “The Independent”. La embajada de Israel en el Reino Unido replicó poco después, tras el reporte de las FDI de que las muertes se produjeron por un cohete fallido lanzado por terroristas palestinos que estalló en suelo gazatí.
“Vergonzoso reporte, que compra la propaganda de Hamás. Funciona bien cuando priorizas sensacionalismo en lugar de hechos”, tuiteaba la legación diplomática. Más allá de discusiones en redes sociales o platós de televisión, decenas de miles de israelíes siguen corriendo a refugios, y dos millones de gazatíes, mayoritariamente civiles, siguen “secuestrados” y atemorizados por el belicismo de Hamás y la Yihad Islámica, a quienes poco importa la dramática situación humanitaria en Gaza.
Israel tiene la fuerza militar, pero perdió el control estratégico de la explosiva situación en el sur. Hace mucho que los tempos los marcan sus enemigos al otro lado de la frontera. “Continuaremos los ataques masivos contra objetivos terroristas en la Franja de Gaza y reforzaremos las divisiones terrestres y de artillería”, anunció el primer ministro Netanyahu, y añadió que los grupos terroristas están pagando un “alto precio”.
El futuro líder de la oposición, el ex general Benny Gantz, declaró que hay que responder “con toda la fuerza”, y remarcó la necesidad de recuperar “la capacidad de intimidación, que se perdió catastróficamente durante el último año”. No obstante, los analistas militares coinciden en que a Israel no le interesa lanzarse a una nueva guerra a gran escala. Tampoco hay sobre la mesa una vía diplomática realista para atajar el fuego.
Pero en este conflicto queda claro que no vence el que tiene más tanques o misiles: cada muerte, a un lado u otro de la frontera, beneficia la causa de Hamás. Las muertes de civiles palestinos son un motivo más para “continuar la resistencia contra la ocupación”. Cada muerto en Israel por un mísil, una prueba ante su opinión pública de que “la resistencia” funciona y atemoriza al enemigo.
Cada víctima israelí, ya sea de un civil o militar, es una dolorosa puñalada en el estómago para todo Israel, que apunto de festejar el 71º aniversario de la independencia, sigue viviendo bajo la incertidumbre de cuando estallará la próxima guerra, ya sea en el norte o en el sur, y cuál será el precio humano que pagará.
Además del pánico y la incertidumbre, también se extiende el síntoma del “día de la marmota”: una rutina que se repite con un guion calcado. Así lo transmitía el reportero del canal 13 Barak Ravid durante el directo de anoche desde la Kirya, la central del ejército israelí en Tel Aviv. Frente a la entrada al complejo militar, Ravid se lamentaba que “nos encontramos en el mismo ritual de hace diez años. Almog (compañero de las mañanas) dijo entre risas que los residentes del sur están acostumbrados”, comentó con la voz rota y rostro triste. Desde el sur de Israel, muchos residentes protestan que desde los despachos de políticos, platós televisivos y residencias del centro del país no sienten y empatizan con la insoportable situación.
Hoy, de nuevo, líderes de partidos “desembaracan” en las comunidades de Otef Aza –cercanía de Gaza- a mostrar solidaridad y lanzar sus consignas sobre la situación. En la reciente campaña electoral, ninguno de los principales contendientes ofreció una política clara al respecto. Los resultados, no obstante, indican que ante la incertidumbre, la mayoría apostó por mantener lo conocido: en Sderot, un 42,8% votó Likud. En Ashkelon, un 40%. En la radio Galei Tzahal, un residente de Nahal Oz, que no votó por Netanyahu, le recordó “que la mayoría te votó en el sur. Al menos dígnate a darnos unas palabras de apoyo. Está claro que no hay una política respecto a nosotros”.
Durante semanas, prevaleció un frágil y no oficial alto el fuego entre Israel y Hamás, pero la Yihad –financiada y armada por Irán-, apretó el gatillo. Como indicó el periodista Avi Issacharof, todo gira en torno al “show me the money” (muéstrame el dinero). Desde hace meses, Qatar envía maletas con millones de dólares al puro estilo Santa Claus para sostener los pagos a funcionarios de la ONU y trabajadores de ministerios públicos de Hamás. Según alegan, Israel está bloqueando un nuevo transfer, y ahora presionan lanzados cientos de misiles para que Netanyahu termine cediendo a la presión. Un parche tras otro que solo prolonga el eterno status quo.
Mientras termino el análisis, acaban de sonar las alarmas en Beer Sheva y Arad, ciudad poblada por árabes beduinos. Todos corren a los refugios en paradas de autobuses, escuelas o fábricas. Pasadas la 1, se registran tres nuevos heridos en una zona industrial de Ashkelon. Según la radio, gente que no llegó a refugiarse. La adrenalina se dispara y el pánico es total.
Pero una agricultora de Netiv Ha’asara, comunidad pegada a Gaza, aclara entre la desesperación: “debemos resistir y seguir viviendo en la frontera. De lo contrario, ellos entenderán que los misiles lograron el objetivo y nos vencieron”. Lleva 18 años viviendo bajo el fuego de los Qassam: en 2001 cayó el primero, cuando estaba embarazada de 9 meses a punto de dar a luz a su primera hija. Aurora