HA OLVIDADO ALEMANIA LAS LECCIONES DE LOS NAZIS

La cultura de recordación del país se está desmoronando.

PAUL HOCKENOS

La reunificación de Alemania, en 1990, fue un momento de orgullo exaltado para la república federal de posguerra. Después de décadas de advertencia que un país unido reviviría los horrores del siglo XX, sus vecinos y aliados, muchos de ellos antiguos enemigos del campo de batalla, llegaron para aceptarlo e incluso a darle la bienvenida. Eso es en gran parte porque, durante esas mismas décadas, Alemania Occidental había emprendido una “Vergangenheitsbewältigung” auto administrada, un bocado de una palabra alemana que se traduce algo así como “la superación del pasado,” y se refiere al esfuerzo colectivo del país por luchar con las causas y legados de la era nazi.

Fue un proceso doloroso y vacilante, pero ayudó a transformar a Alemania de estado paria al líder moral de la Europa continental. En los últimos años, sin embargo, los logros de la época de la posguerra han quedado bajo escrutinio. “Nuestra cultura de recordación se está desmoronando,” dijo hace poco Heiko Maas, el ministro del exterior de Alemania.

La evidencia más perjudicial es el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania, el cual aumentó en el Bundestag en el 2017; en partes de Alemania oriental es el partido más popular. El AfD está montando un aumento sorprendente del antisemitismo y xenofobia alemanes. El 40% de los alemanes dice que está bien culpar a los judíos por las políticas de Israel en el Medio Oriente. En mi vecindario en Berlín, y otros a lo largo del país, las personas que llevan kipá son acosadas en la calle. Y a raíz de la crisis de los refugiados de 2015-16, muchos alemanes — incluidos ciudadanos tradicionales y de clase media — abrazaron las premisas de la extrema derecha. En los sondeos, cada vez más dicen que desean un líder autoritario y desconfían de la democracia liberal.

El AfD da cobertura a expresiones expandidas de intolerancia y odio. En el Bundestag, los miembros del partido hablan acerca de los extranjeros, el Holocausto y los musulmanes en una forma que una década atrás habría provocado un escándalo hecho y derecho — pero eso hoy es algo común. Ellos menoscaban la importancia de la era nazi, y degradan los esfuerzos para reconciliarse con el pasado, como el recordatorio del Holocausto en Berlín. Los programas populares de televisión y libros más vendidos establecidos en la era nazi tratan a los alemanes como víctimas, no perpetradores. Al mismo tiempo, el 40% de los alemanes jóvenes dicen que saben muy poco o nada acerca del Holocausto.

“Estábamos tan seguros que aprenderíamos nuestra lección, y lo que no está permitido no puede suceder. Pensábamos que el antisemitismo serio era el pasado,” dijo Andreas Eberhardt, director de Recordación, Responsabilidad y Futuro, una fundación radicada en Berlín ocupada con la recordación histórica. “Pero ahora estamos repensando las cosas.”

¿Qué salió mal?

No cabe duda de que los esfuerzos de Alemania por superar su pasado fueron sinceros y en gran medida eficaces. Pero también llegaron con sus propios puntos ciegos.

Uno fue la presunción de que el tratamiento del pasado de Alemania fue tan minucioso como muchos creían. Nuevos datos muestran que en los años inmediatos de posguerra fueron llevados ante la justicia muchos menos nazis de lo que se pensó previamente. De hecho, tal como acusaron los estudiantes de la década del 60, exnazis ocupaban muchas posiciones de autoridad — como docentes, jueces, profesionales de medios de comunicación e incluso políticos — durante muchas décadas después de la guerra, transmitiendo de esta forma sus valores.

Y si bien los alemanes se enfocaron de manera loable en el legado antisemita del país, pasaron por alto otros aspectos del racismo genocida de los nazis, como su antieslavismo, el genocidio de Roma y el encarcelamiento de homosexuales en los campos de concentración. Hasta hace poco, los alemanes prestaron escasa atención a la primera campaña genocida del país, en la África sudoccidental de la era colonial, la cual reforzó las bases racistas para la ideología nazi. Tal ajuste de cuentas moral selectivo dejó espacio para que el racismo se encone.

Tampoco Alemania erradicó alguna vez los prejuicios profundamente asentados hacia los extranjeros. Aun cuando trajo a millones de trabajadores invitados de Turquía en la década de 1960, se resistió durante mucho tiempo a integrarlos, por no hablar de abrir su cultura a incluir a alemanes no étnicos. Alemania se alabó por enfrentar su pasado nazi, pero practicó discriminación generalizada contra los inmigrantes. “El choque por la política de los refugiados del gobierno de Merkel,” argumentó el historiador alemán Norbert Frei, refiriéndose a las protestas y accesos xenófobos luego de la afluencia de refugiados del verano del 2015, “fue simplemente una ocasión bienvenida para revitalizar el pensamiento nacional-conservador y völkisch que había sido suprimido socialmente durante décadas pero nunca había desaparecido.”

Luego está la historia dividida de Alemania del Este y Occidental. Los alemanes orientales comunistas prosiguieron más rigurosamente en su purga de posguerra de nazis, y sus líderes proclamaron muy rápidamente que habían erradicado todos los vestigios de fascismo en su territorio. Ellos dijeron a los alemanes orientales que eran los vencedores antifascistas — culpables de nada — y que Alemania Occidental, un caldero de antiguos nazis, era apenas una versión disminuida del Tercer Reich. Y el Este, a pesar de su afluencia propia y más pequeña de trabajadores extranjeros (en su mayoría de países también comunistas como Vietnam), hizo un trabajo aun peor en promover la diversidad y la tolerancia étnica.

Irónicamente, la caída del Comunismo y los términos de la reunificación empeoraron todo esto. Incluso mientras Alemania estaba ganando elogios como una sociedad cosmopolita modelo, estaba luchando para incorporar a millones de ex ciudadanos de una dictadura caída. Treinta años después, la antigua Alemania del Este es un semillero de xenofobia y de la extrema derecha.

El paso del tiempo tampoco ayuda. Hoy, millones de alemanes ni siquiera habían nacido cuando cayó Alemania del Este; para ellos, la era nazi se siente como historia antigua. Ellos luchan para ver por qué deben identificar la barbarie de Hitler con sus vidas. Con la generación de la Segunda Guerra Mundial ida en su mayoría, las lecciones de la escuela sobre el Holocausto y el nazismo son enseñadas de segunda mano, el tono a menudo pedante y sus rutinas rituales.

Sumen a esta mezcla el trauma e indignidad que experimentaron muchos alemanes orientales cuando los occidentales asumieron el control de su cultura y economía, los efectos desorientadores de la globalización, y el resentimiento derivado de la discrepancia cada vez más amplia entre los ricos y los pobres en Alemania, y es difícilmente sorprendente que Alemania esté enfrentando lo que una vez se pensó era imposible: no un nuevo nazismo per se, sino más bien una proliferación de movimientos y grupos de extrema derecha, los últimos incluso encontrados en unidades de la policía y el ejército, y una nueva tolerancia para las ideas racistas y el vandalismo violento.

Nada de esto es para menoscabar el logro de posguerra de Alemania: Tan parcial como ha sido su procesamiento del pasado, dio forma a generaciones de ciudadanos educados, liberales, y autocríticos. Entre sus errores, sin embargo, estaba la presunción de que la historia podía ser “dominada” alguna vez y el proceso herido. Aprender de la historia, parece, es un ejercicio en democracia que nunca se puede detener.

 

 

*Paul Hockenos es autor de “Berlín Llamando: Una Historia de Anarquía, Música, el Muro, y el Nacimiento del Nuevo Berlín.”

 

 

Fuente: The New York Times

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