Corrían los duros tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Los que no cayeron en las garras de los genocidas nazis sobrevivieron, pero no sin muchos problemas. Los aliados recuperaban algunos territorios, y confinaban a los habitantes en campos de refugiados, donde las condiciones de supervivencia eran muy precarias. Los Yehudim, por supuesto, no fueron la excepción, y como la comida y la ropa eran casi inexistente, se las tenían que arreglar como podían.
Se acercaba la Festividad de Pésaj, y se necesitaba Matzá para todos los miembros de la comunidad. Hablar de harina fresca y limpia era referirse a un lujo ya olvidado, sin embargo el Admu”r de Skolner ZTz”L consiguió una cantidad. Hizo la cuenta de las familias que allí estaban, y calculó que de la harina que tenía sólo le iba a alcanzar para la elaboración de tres Matzot por familia. Era muy poco, pero por lo menos cada familia podría comer Matzá en la primera noche de Pésaj, y podría cumplir una Mitzvá de la Torá.
¡Tres Matzot por familia! ¿Y las familias que tenían muchos hijos? ¡Sólo tres Matzot, y ni una más! O lo hacía de esta manera, o no iba a alcanzar para nadie.
La gente empezó a llegar a la casa del Admu”r de Skolner. Unos tomaban las Matzot y se iban. Otros argumentaban que eran muchos en la casa, pero se iban indefectiblemente con las tres Matzot que estaban asignadas. Algunos se quejaban, pero de nada servía; el Rab se mantuvo en su posición y no cedió en absoluto.
Llegó a la casa del Admu”r de Skolner el hijo del Admu”r de Vishnitz.
– Dijo mi papá que nos dé seis Matzot – anunció.
– Dile a tu papá que lo lamento mucho, pero no puedo darle más que tres – le respondió el Rab.
El niño se fue a su casa, y al rato se lo vio nuevamente golpeando la puerta del Admu”r de Skolner.
– Mi papá dice que no va a aceptar que le dé menos de seis Matzot… – dijo el niño cuando el dueño de casa le abrió la puerta.
– Hijo: – le explicaba un poco nervioso el Admu”r de Skolener – Tu papá sabe muy bien que la cantidad de Matzot es muy limitada. No puedo darle a una familia más de tres. Luego, ¿qué van a decir de mí? ¿Que he favorecido a tu papá porque es el Rebbe de Vishnitz?
– Perdone usted, Rebbe, pero debo obedecer a mi padre, y él me ordenó que no me mueva de aquí hasta que no reciba las seis Matzot – insistió el niño.
– Es que… – el Admu”r de Skolner observó al niño quieto y en silencio, y se dio cuenta de que no le quedaba otra alternativa. El niño estaba resuelto a no irse de allí sino con las seis Matzot que le pidió su padre. Y era mejor dárselas a él que hacer venir al mismo Rebbe de Vishnitz – Espera aquí; ahora regreso – le dijo, luego de lo cual trajo las seis Matzot y se las entregó.
Pasaron los días y llegó la víspera de Pésaj. Suenan unos golpes en la puerta del Admu”r de Skolner y él mismo fue a abrir. Cuán grande fue su sorpresa cuando vio nada menos que al Admu”r de Vishnitz frente a él.
– ¡Honorable Rebbe! ¡Qué privilegio es tenerlo aquí con nosotros! Pase, por favor.
– No, no, gracias. Faltan unas pocas horas para que comience Pésaj y hay muchas cosas que hacer todavía. Sólo vengo a preguntarle si aún tiene Matzot…
– ¿Ma… Matzot? ¡Oh, no, Rebbe! Usted lo acaba de decir. A esta hora… No, ya se me terminaron desde ayer, y no me queda ni una.
– ¿No tiene ninguna? ¿Ni siquiera para ustedes para la noche del Séder?
– A decir verdad, no. Pero bueno, por lo menos estoy satisfecho de haber logrado que cada familia tenga su ración mínima de Matzá.
En ese instante el Admu”r de Vishnitz esbozó una sonrisa. Luego dijo:
– Yo sabía que usted se iba a quedar sin Matzot, y fue por eso que mandé a mi hijo que le pidiera seis. Nosotros ya tenemos las tres que necesitamos. Aquí le traigo las otras tres para ustedes.
Le entregó las tres Matzot al Admu”r de Skolner y se despidió con un: “Pésaj Kasher Vesaméaj”.
Fuente: Revista Jodesh Tob Elul