La Casa Blanca, tras el encuentro de Trump y Abdulah de Jordania, dijo que la construcción de nuevos asentamientos puede no ser útil para alcanzar la paz.
Una de las primeras visitas de jefes de Estado a Donald Trump fue la del rey Abdulah de Jordania, quien el miércoles 1 de febrero desayunó con el nuevo Presidente de Estados Unidos. Consolidar la alianza que ha existido por décadas entre Washington y la monarquía Hachemita de Jordania era la prioridad para el rey, pero, simultáneamente, Abdulah trató el delicado tema de la promesa de Trump de mudar su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, así como el de los riesgos implicados en la manga ancha con la que durante su campaña el magnate neoyorquino abordó la expansión de asentamientos israelíes en Cisjordania. De hecho, para la ultraderecha hoy dominante en el gobierno de Israel, la euforia por la elección de Trump fue inocultable, al interpretar que al fin contaban con luz verde para la continuación de su proyecto. Así que de inmediato el gobierno de Netanyahu aprobó la construcción de varios miles de viviendas para expandir los asentamientos, bajo la consideración de que habían desaparecido las presiones que en contra de ello existieron durante la administración del presidente Obama.
Sin embargo, el primer ministro israelí no contó con que el impredecible Trump podía cambiar su postura. El rey jordano fue al parecer bastante didáctico en su explicación a Trump tanto de los graves riesgos de mayor inestabilidad regional que surgirían con el traslado de la embajada a Jerusalén, como de la elemental noción de que el crecimiento de los asentamientos israelíes en Cisjordania conlleva la anulación de la fórmula de “dos estados para dos pueblos” que sigue teniendo consenso internacional, inclusive en el Washington actual. De tal suerte que al día siguiente del encuentro entre el rey y el mandatario norteamericano, el vocero de la Casa Blanca, Sean Spicer, declaró que “la construcción de nuevos asentamientos o la expansión de los hoy existentes más allá de sus actuales límites, pueden no ser útiles para alcanzar la paz”.
Por supuesto esta declaración causó un shock en el gobierno israelí que había calculado que con Trump todo iba a ser miel sobre hojuelas. Su desesperada reacción fue la de apurar la aprobación en el parlamento israelí, el lunes 6 por la noche, de una “ley de regularización de los asentamientos” que legaliza la instalación de nuevos enclaves en Cisjordania, aun si se llega a comprobar que se fundan sobre tierras palestinas privadas, las cuales en ese caso serían expropiadas. Esa medida extrema, que muy probablemente sea detenida por la Suprema Corte de Israel, constituye, sin embargo, una señal de la adicción que el actual gobierno de Netanyahu ha desarrollado hacia el proyecto de los asentamientos. En cierta forma las cartas se han abierto totalmente, con la consecuencia de que una buena parte del pueblo israelí y del mundo judío han tomado distancia de las políticas encabezadas por Netanyahu, políticas que se encaminan a una verdadera catástrofe que dañará no sólo a los palestinos, sino al propio Israel, el cual se arriesga no sólo a un creciente aislamiento internacional, sino también a perder su naturaleza esencial y los valores sobre los que se fundó al constituirse en 1948 como el Estado democrático para el pueblo judío, valores que fueron pieza clave para su configuración.
Subsecuentes declaraciones de Trump hace unos días apuntan a que incluso este aliado incondicional que Netanyahu y sus aliados de ultraderecha creían tener como apoyo fundamental para avanzar en sus objetivos, probablemente no es tal, con lo que quienes hoy gobiernan a Israel enfrentan un escenario nebuloso, el cual ofrece a las fuerzas internas de oposición la oportunidad de reorganizarse con eficacia e inteligencia a fin de obtener la fuerza política necesaria para modificar el rumbo que ha seguido el país en los últimos ocho años.
Fuente:excelsior.com.mx