Montañas ya no verdes, sino cafés. Bosques en blanco y negro. Y poblaciones enteras convertidas en escombros.
El paisaje en esta zona del centro-sur de Chile, una región costera donde pululan extendidos cultivos de pinos y eucaliptos, ha sido transformado por los incendios que este fin de semana completaron un mes de haber comenzado.
Acá ha habido terremotos colosales, tsunamis virulentos. Pero los vecinos coinciden en que «nunca habíamos visto algo así».
«Esto es como el infierno de Dante», dicen uno a uno, en una prueba de que en Chile conocen bien cómo es una escena de hecatombe.
Si acá no huele a azufre por estos días, al menos sí a quemado, a humo, a ceniza.
Cada día que pasa la situación parece más trágica, más dramática: ya van casi 500.000 hectáreas quemadas, un área tan grande como Santiago de Chile.
Han muerto 11 personas, casi 3.000 casas han sido quemadas y, para el sábado 28 en la noche, 127 incendios seguían activos.
Miles de bomberos, brigadistas y voluntarios locales e internacionales han llegado a la zona a proveer ayuda y combatir el fuego.
Al llamado SuperTanker, un avión gigante que trasporta 73.000 litros de agua, se añade otro similar este lunes, venido de Rusia.
Cada vez que viene a la zona a regar agua, la gente celebra como si fuera oro líquido.
Pero la sequía, el viento, el calor y lo que muchos acá ven como «una mano negra» continúan alentando el fuego.
«Algo raro»
Juan Rojas, un tímido agricultor de 56 años, cree que «la mala intención» de alguien está detrás de la destrucción de su casa.
Se refiere a uno de los métodos más usados por locales para impedir el andar del fuego: abrir una línea de ventilación cortando árboles y plantas.
Su familia y varios de los vecinos ayudaban con baldes de agua y arbustos de otra especie para enfriar el bosque.
Nada evitó que una rama prendida, impulsada por el viento, cayera sobre la casa.
Ahí ya no hubo quién salvara la bañera, el televisor, la moto o la camioneta que ahora son parte de esta escenografía apocalíptica.
Tres de las casas vecinas también quedaron calcinadas.
Desde el 1 de enero, 21 personas han sido detenidas como presuntos autores de incendios forestales, un fenómeno que difícilmente se genera solo.
«Hay elementos raros que no se coinciden con lo habitual», dijo este sábado la presidenta, Michel Bachelet, quien pide no descartar ninguna hipótesis.
Las teorías, que van desde el calentamiento global hasta una supuesta campaña de los indígenas mapuches contra las madereras, ruedan a diario por las redes sociales, a veces condimentadas con datos falsos.
En medio de la campaña hacia las presidenciales de noviembre, la oposición ha sido especialmente tajante en criticar al gobierno de «demorar» la logística de rescate y no haber previsto este complejo escenario.
Expertos han dicho que sin embargo, que si bien es cierto que las autoridades no tienen suficiente infraestructura para contener incendios agresivos, los gobiernos anteriores a Bachelet «tampoco hicieron nada».
Pero este debate político poco o nada se escucha en estas zonas humeantes donde a veces no se puede ver qué hay 100 metros al frente.
Los bosques no nativos
«Lo que yo sí te digo es que antes no había tantos árboles como éstos», añade Rojas, sentado en el tronco carbonizado de un eucalipto.
Una vigente ley aprobada durante el gobierno de facto de los años 70 y 80 fomentó y subsidió los cultivos de eucaliptos y pinos en Chile, dos especies polémicas pero eficientes para la producción de madera y celulosa, industrias que Chile lidera en la región.
Ambas especies tienen hojas ricas en aceites inflamables.
De hecho, Rojas no descarta que efectivamente el olor a químico que se siente tras los incendios venga del azufre, un componente que se emite en el proceso de pulpeo de la madera para producir celulosa.
Mientras la forma del eucalipto fomenta la entrada de vientos, el pino suelta un colchón de acículas tan preciso para prender fuego como el papel periódico.
«Estos bosque acabaron el trigo, la cebada, la arveja, la linaza que cultivábamos acá hace 30, 40 años», continúa Rojas.
Por esta zonas de vastos y uniformes bosques es difícil encontrar naturaleza nativa. Rara vez se ve un caballo o una vaca.
Según cifras de la Cámara Chilena Norteamericana de Comercio, en Chile hay casi 3 millones de hectáreas de bosques de pinos y eucaliptos, que no son nativos del país. La mayoría están en esta zona ahora incendiada.
«Están hace años»
Frente a Santa Olga, la localidad de la zona donde se quemaron 1.000 casas, hay una planta de Arauco, una de las empresas que produce madera y celulosa en la zona.
«Estos árboles están acá hace 30 años y hace 20 y 10 no había incendios como éstos», dice un funcionario de la empresa en la fábrica, que pidió no revelar su nombre.
«Pocas empresas han dado tanto empleo como nosotros acá, y ahora estamos ayudando a contener esto (…) Acá definitivamente está la mano de algún malicioso», asegura, mientras supervisa la respuesta a la incineración parcial de la plata.
Pequeñas y medianas empresas madereras han atribuido los incendios a «terrorismo» que supuestamente busca afectarlas. Pidieron al ejército «tomar acción» contra los daños que, dicen, han afectado a 7.000 trabajadores.
Varios analistas consultados coinciden con el empleado que los cultivos pueden fomentar el fuego, pero no lo generan.
La solución no puede pasar por no plantarlos, coinciden expertos, que proponen, entre otras cosas, cultivarlos de manera intercalada con naturaleza nativa.
Pero de este debate tampoco se comenta en la zona, por mucho que las fábricas de madera estén por todas partes.
«¿A dónde me voy a ir?»
Alberto Valenzuela, un jubilado de 75 años que reside en Santa Olga, solo quiere entender qué es lo que un joven de la capital le propone para reconstruir su casa.
Le hablan de materiales sustentables, novedosos, importados. Él hace cara de acertijo.
Miles de voluntarios de todo el país llegan acá por aventones o con camionetas llenas de enseres. Siempre con una bandera de Chile. Se van bañados en ceniza. Y traen ropa, comida, medicinas.
A Valenzuela, por ejemplo, le trajeron el inhalador que necesita para aliviar el asma, que con el humo y la ceniza se le ha disparado.
«El fuego solo me dejó la ropa que tengo puesta», dice. Porta una camisa roja con lápices y una libreta guardados en el bolsillo. Ha recibido desde interiores hasta desodorante nuevos.
Un voluntario le pregunta por qué no se va de la zona, que quedó en escombros y es vulnerable a los incendios.
Él responde: «Porque esta es mi casa. Ya no está, se quemó, pero es mi casa».
fuente:bbcmundo