Aunque la amenaza del terrorismo islamista se mantiene “latente” en Latinoamérica, el objetivo actual del jihadismo en la región pasa más por encontrar financiación a través del crimen organizado que por cometer atentados, según un análisis publicado por un instituto español.
“La silenciosa presencia de miembros/grupos afines a la Jihad Global en el caso de América Latina puede estar más fundamentada en la impunidad que estos encuentran en la región para financiar actividades terroristas” en otros países, afirma el estudio, divulgado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), dependiente del Ministerio de Defensa de ese país.
El extremismo islámico en América Latina, apunta el informe, “guarda una estrecha relación con las actividades de crimen organizado que se desarrollan en la región”.
Según el documento, que lleva por título “El radicalismo islámico en América Latina. De Hezbollah al Daesh”, uno de los grupos terroristas que más utiliza la región para conseguir fondos es la organización libanesa Hezbollah.
El clan Barakat, con base en Paraguay, y la organización Joumma, radicada en Colombia, son un ejemplo de cómo grupos criminales locales financian a Hezbollah a través del tráfico de drogas y del blanqueo de capitales, de acuerdo con el texto.
El documento publicado por el IEEE también recuerda que el Departamento de Estado de EE.UU. aún estaba “preocupado” en 2015 por la presencia de Hezbollah en la región, a pesar de que los años fuertes de la organización terrorista en Latinoamérica fueron 1992 y 1994, cuando cometieron dos atentados contra la comunidad judía en Argentina, en los que fueron asesinadas más de un centenar de personas.
El grupo terrorista que también está avanzando en América Latina, según el instituto español, es Daesh o Estado Islámico, también conocido como ISIS.
“Se estima que más de 100 individuos de la región han viajado a Siria e Irak, algunos en compañía de familiares, para afiliarse a las filas de la organización terrorista. Además, el subcontinente ha servido como apoyo ideológico y financiero para la organización”, explica el texto.
El avance de Daesh es “especialmente preocupante” en Trinidad y Tobago, desde donde viajaron a Siria e Irak cerca de 70 personas, y en Brasil, donde el grupo jihadista Ansar al-Khilafah Brazil declaró lealtad al ISIS en vísperas de los pasados Juegos Olímpicos.
Aunque América Latina “representa una región importante para el radicalismo islámico”, el único país que “podría padecer una amenaza real y directa” es Panamá por haberse adherido en 2015 a la coalición internacional liderada por EE.UU.
El Gobierno de Panamá dijo en noviembre de 2015 que su apoyo a la coalición internacional se centra en evitar que el terrorismo use el “sólido” sistema bancario panameño para financiarse, sin intervenir en eventuales acciones armadas puesto que el país centroamericano no tiene fuerzas militares.
El análisis publicado por el IEEE considera que la presencia de grupos extremistas en Latinoamérica perjudica principalmente a Estados Unidos, “el enemigo declarado de las organizaciones jihadistas”.
El informe también deja claro que “los servicios de inteligencia de la región tienen poca capacidad para enfrentar la amenaza del terrorismo jihadista”.
Argentina y Brasil son, según datos del centro español, los países con el mayor número de musulmanes, un millón de practicantes cada uno. También hay una importante comunidad en Surinam, Venezuela, México, Perú y Chile.
A diferencia de Europa y Estados Unidos, la comunidad musulmana en Latinoamérica “no sufre exclusión social, sino que goza en su mayoría de un estatus social medio”, indica el texto.
Los musulmanes llegaron a la región en el siglo XVI, aunque no fue hasta el siglo XIX cuando el islam se asentó definitivamente en Latinoamérica con la llegada masiva procedente de Líbano, Cisjordania y Siria. EFE y Aurora