De venados a pingüinos, de gusanos a tiburones… muchos animales son oscuros por arriba y claros por debajo. ¿Lo has notado?
Esa coloración tienen un nombre. O más bien varios: Contracoloración, contrasombreado, contrasombra o ley de Thayer.
El último nombre nos remite al artista estadounidense Abbott Handerson Thayer, la primera persona que estudió y luego describió e ilustró este patrón de coloración en su libro «Concealing coloration in the Animal Kingdom» (Coloración de camuflaje en el Reino Animal), publicado en 1909.
No fue el primero en notar esa característica claroscura, ya el zoólogo inglés Edward Bagnall Poulton lo había hecho, pero Thayer formuló una hipótesis que se ha mantenido desde entonces.
La contracoloración -plantea- es resultado de la evolución y le sirve al animal para camuflar su forma, para esconderse de los depredadores o, si son los depredadores, de sus presas.
Thayer usó un dibujo sencillo para ilustrar el efecto.
«Animales coloreados por la Naturaleza como en A, el cielo los ilumina como en B, y los dos efectos se cancelan mutuamente, como en C. El resultado es que su gradación de luz-y-sombra, con la que los objetos sólidos se manifiestan al ojo, se borra del todo…», explicó.
En otras palabras, ese truco reduce el contraste -que es la que resalta el volumen de las masas y las hace más fáciles de detectar- de manera que la forma parece más plana.
Como buen pintor, también lo mostró a color:
Con todo y sus dibujos, además del trabajo de otros que le siguieron, la teoría nunca ha sido probada experimentalmente.
Hasta ahora.
Con la ayuda de tubos de cartón pintados y unos pájaros del bosque aparentemente dispuestos a colaborar, investigadores de la Universidad de Bristol, Inglaterra, acaban de arrojar luz sobre este fenómeno.
«Queríamos probar esta hipótesis con muchos depredadores en un estudio de campo y como muchas orugas son contracoloradas -quizás efectivamente para camuflarse pero de pronto para protegerse de los rayos ultravioletas-, creamos orugas artificiales»
Las presas eran tubos de papel impreso con diferentes gradientes de sombra del mismo verde de las zarzas de los parques de Bristol, en las que las pusieron.
«Por suerte, los encargados de los parques tienden a tolerar nuestras excentricidades«.
Adentro tenían harina de gusano, para que los pájaros que las detectaran se las comieran a pesar de que eran cilindros de papel.
«Pusimos cientos de orugas. Una de las ventajas de este tipo de experimentos es que puedes hacerlos con muestras de gran tamaño», señala Cuthill.
Más tarde volvían a chequear cuáles habían «perdido su vida».
«Lo que conseguimos fue una medida de supervivencia de estas orugas artificiales, bajo luz natural, con todos los depredadores que naturalmente las cazan».
Y la diferencia fue notable.
Además de confirmar la centenaria hipótesis, «el descubrimiento clave fue que el gradiente de contracolor tiene que coincidir muy bien con las condiciones de luz para ser efectivo», dice el biólogo.
En ese sentido, en los días muy soleados, las orugas que tenían un contraste más pronunciado entre el verde oscuro y el claro tenían más chance de sobrevivir; en los días nublados, lo contrario.
Es un camuflaje que no juega con rayas o puntos, aunque sí con color. Entre más cercano éste sea al de su entorno, menos riesgo para el animal.
Pero lo novedoso ese otro factor: aquel que juega con luces y sombras para restar volumen y por ende presencia… aunque sólo sea en apariencia.
fuente:bbcmundo