Mucho rusos miran con completo escepticismo los noticieros de televisión, pero continúan sintonizándolos. ¿Por qué?
Ya era oscuro cuando llegué al departamento de Svetlana Bogdanova, en el primer piso de un edificio de la era soviética en el centro de St. Petersburgo. El corredor comunal de entrada olía tal cual recordaba que olían las residencias en mis días de estudiante: a polvo tibio y pelambre de gato.
El apartamento era estrecho. Un corredor que conducía a una pequeña sala con un viejo televisor en el centro y un piano vertical en una esquina.
Svetlana sacó una pequeña caja de madera de una estantería con puertas de vidrio. Adentro había un trozo de pan.
«Mi abuelo guardó esto en 1942», me dijo. «Se lo legó a mi padre y me padre lo legó a nosotros».
Sacó el trozo de pan de la caja y lo colocó con cuidado en mi mano. Era la ración de un día en los oscuros días del Sitio de Leningrado (antiguo nombre de San Petersburgo), donde cientos de miles murieron, muchos de frío y hambre.
Lo olfateé. No olía a pan, un poco más como las páginas de un libro antiguo o, tal vez, como el interior de una iglesia ortodoxa impregnada de siglos de cera de vela e incienso.
La razón por la cual Svetlana me mostró esa reliquia de su familia fue porque, recientemente, las autoridades en San Petersburgo ordenaron planes para el racionamiento de pan en caso de una emergencia nacional.
La medida ha venido acompaña de informes de televisión cada vez más alarmistas sugiriendo que Rusia está bajo amenaza de Estados Unidos. Durante unos ejercicios nacionales recientes, los ciudadanos fueron instruidos a ubicar su refugio antinuclear más cercano.
«Yo ya no veo más televisión», me dijo Svetlana, señalando con desdén el aparato de los años 90 en la habitación. «Creen que nos atemorizamos fácilmente con nuestras memorias», indicó.
«Pienso que quieren recordarnos de lo mala que era la vida entonces y cómo puede volver a serlo. Así que pensamos: ‘Eh, tal vez las cosas van bien como están'».
Mensajes escondidos
La televisión es una herramienta poderosa aquí. Durante sus 16 años en el poder, Vladimir Putin ha consolidado su control sobre las cadenas de TV.
En un reciente sondeo, 88% de los rusos dijeron que los noticieros de TV son la principal fuente de información. Pero hay algo curioso aquí pues, al mismo tiempo, 31% contestaron que pensaban que estaban siendo completamente engañados por la información transmitida.
Eso significa que más o menos uno de cada cinco rusos opta por ver las noticias en la TV, aunque crea que las noticias son una mentira. ¿Cómo se explica?
Una respuesta la encontré en la otrora oficina central del Telégrafo Soviético, en la calle Tverskaya, en Moscú.
También recuerdo ese edificio de mis días estudiantiles, esperando a que un funcionario con mirada sospechosa conectara mi llamada al extranjero a través de la consola central a una pequeña cabina de madera.
Hoy en día, es la sede de los estudios de Tsargrad TV, una cadena de televisión religiosa cuyas transmisiones promueven la visión de la Iglesia rusa ortodoxa por todo el país y más allá de sus fronteras.
Conocí a su editor en jefe, Alexander Dugin, un hombre de barba larga y canosa, con traje de pana, que domina el inglés, francés y los conceptos de los movimientos filosóficos occidentales desde la Ilustración hasta el Posmodernismo.
«Todo es relativo» me dice. «En Rusia usamos el postmodernismo para para explicarle a Occidente que, si toda verdad es relativa, entonces nosotros tenemos una verdad rusa especial que ustedes necesitan aceptar».
Descifrar señales
La retorcida lógica orwelliana de Dugin es influyente en los círculos del Kremlin, más no necesariamente entre las masas.
Ekaterina Schulmann, una científica política me ofreció una interpretación diferente.
«La gente no está buscando las noticias propiamente dichas», explicó. «Están buscando cómo descifrar un sistema de señales -quién sale al aire hoy y quién estuvo ayer, cuál es el tono, la selección de palabras. Es importante entender todo esto porque te ayuda a sobrevivir si eres dependiente del estado».
Así que los rusos están súper sintonizados con lo que el Estado piensa. Hasta los niños.
Fui a visitar unos viejos amigos, una pareja que vive en un apartamento moderno de Moscú, aunque en otro edificio de la era soviética.
En lugar del olor a polvo tibio y pelambre de gato, fue recibido con el aroma de hamburguesas texanas a la barbacoa que habían comprado en un restaurante para llevar cercano.
Sentados a la mesa de la cocina comiendo nuestra cena, empezamos a conversar sobre cómo la anexión de Crimea había dividido familias. Mencionaron algo que su hijo de nueve años había dicho a su madre el otro día: «Papá, sabes que no está bien cuando dices cosas malas de Putin».
¿De dónde habría sacado eso? No fue en la escuela, pensaron. No era ese tipo de lugar. También se cuidan de lo que sus hijos pueden ver en televisión. Así que, ¿dónde?
No podían desentrañarlo exactamente. Parecería que el Kremlin está en el éter y su influencia penetra de maneras insondables.
fuente.bbcmundo