Hoy, para muchos, el laicismo francés es una ideología contraria a los derechos humanos, una especie de deformidad moral próxima al racismo.
¿Cómo puede un país libre –se preguntan– pensar siquiera en prohibir el velo o el burkini (el traje de baño integral que llevan las mujeres en la playa)? ¿Cómo puede la República francesa –se preguntan– llamarse libre y seguir siendo libre cuando muchos de sus ciudadanos querrían arrebatar a las mujeres musulmanas, que obedecen pacíficamente a su religión, la libertad de elegir su propia ropa?
La radicalización que está teniendo lugar actualmente en Francia no es como la de la reciente migración de musulmanes a otros países europeos. Las cifras de musulmanes que han llegado a Francia desde que salió de Argelia en 1962 siempre han sido altas. Los franceses jamás han hecho distinciones entre los franceses de “la Galia” y los franceses del norte de África. La actual radicalización no es la de los que vinieron entonces, sino la de la generación más joven, la de los musulmanes franceses. Nacieron en Francia, hablan francés, se educaron en Francia, pero no están a gusto con los valores de Francia.
El fundamentalismo islámico ha sido importado en Francia desde fuera, por vías como Al Yazira y las guerras musulmanas en Oriente Medio. Ahora, por lo tanto, estos jóvenes ciudadanos franceses y musulmanes ansían la secesión del resto de la población, al igual que los estados confederados ansiaron la secesión de Estados Unidos, antes y durante la guerra civil estadounidense. Estos jóvenes franceses y musulmanes ya no quieren, al parecer, seguir viviendo en el mismo país. Por lo visto quieren un país separado, o un país distinto.
Durante más de 25 años, la República francesa ha tratado, tanto desde la derecha como desde la izquierda, desenredar el país del “problema textil musulmán” (hiyab, niqab, burka, burkini y demás). Cuando empezó el problema, ya en 1989, el director del Creil College expulsó a tres musulmanas por llevar el velo musulmán, el hiyab. Le siguió un acalorado debate: a favor del velo versus en contra del velo. Los argumentos eran los mismos: como de costumbre, la tolerancia, la libertad de elección y la libertad religiosa por un lado, y el laicismo y el respeto a las normas por el otro.
¿Normas? ¿Qué normas?
Algo fundamental de la historia de Francia es que, en la república, las escuelas públicas se construyeron para luchar contra el control de la Iglesia católica sobre el conjunto de la sociedad francesa. A finales del siglo XIX, y hasta la Primera Guerra Mundial, los profesores republicanos trabajaron duro para construir escuelas separadas del Papa y de la Iglesia. Se consideraba que Darwin explicaba mejor el origen de la raza humana que la Biblia atribuyéndole a Dios la creación del mundo en siete días. Para construir un país de ciudadanos libres: primero el conocimiento, y si insistes en creer, hazlo, pero hazlo por tu cuenta.
El velo islámico en la escuela, o el burkini en la playa, parece un intento de volver a “religionizar” Francia y romper el consenso a favor del laicismo. Durante cien años, el consenso ha sido aceptado por todos –católicos, judíos, protestantes– excepto por los musulmanes.
Ese consenso se puede resumir así: las creencias religiosas no pueden corresponder al ámbito público sin correr el riesgo de tiranía o guerra civil. Si los ciudadanos franceses quieren vivir democráticamente en paz, todos los asuntos conflictivos –en especial la fe, en un país de múltiples confesiones– deben permanecer en el ámbito estrictamente privado.
Durante casi 30 años, las organizaciones musulmanas de Francia han estado diciéndole a todo el mundo que no aceptan esta vieja norma sobre lo privado y lo público. Incluso en las escuelas públicas, hay constantes intentos de remodelar el currículum para que se adapten a la fe religiosa.
En 2002, un grupo de profesores publicó un libro, Les territories perdus de La République (Los territorios perdidos de la República), sobre la vida cotidiana en las aulas donde los musulmanes eran mayoría. El ambiente general, según el libro, era de violencia, sexismo, antisemitismo e islamismo. El libro provocó tal conmoción que fue boicoteado en todos los medios.
En junio de 2004, Jean-Pierre Obin, inspector general de Educación Nacional, le entregó un informe al ministro de Educación titulado: “Las señales y manifestaciones de creencias religiosas en las escuelas de la República”. El informe trataba sobre todo de la conducta de los estudiantes de secundaria musulmanes. En todas las escuelas donde los musulmanes eran mayoría, según el informe, los chicos se negaban a mezclarse con las chicas en las aulas y en los deportes. Los estudiantes musulmanes se negaban comprensiblemente a los menús que no fuesen halal en las cafeterías de la escuela, y no iban a clase cuando había festividades musulmanas, como la de Eid el Kebir o el Ramadán, y prácticamente todos los alumnos mostraban un virulento antisemitismo.
Más problemática era la manera en que los musulmanes en las escuelas de secundaria empezaron a poner reparos al currículum de la escuela, en función de lo que era halal(permitido) o haram(prohibido):
Con mucha frecuencia, había rechazo o se objetaba a determinados tipos de obras literarias. Los filósofos de la Ilustración, en especial Voltaire y Rousseau, y todas las obras filosóficas que sometían la religión a un análisis racional. “Rousseau va contra mi religión”, explicaba un alumno mientras abandonaba la clase antes de que acabara. Moliere, y en especial Tartufo –una sátira del fanatismo religioso– eran los blancos más populares: se negaban a estudiar, se negaban a interpretar, se negaban a escuchar y otras molestias cuando los actores estaban en el escenario. El mismo rechazo afectaba a las obras literarias que muchos consideraban licenciosas (por ejemplo, Cyrano de Bergerac), librepensadoras o a favor de la libertad de las mujeres (Madame Bovary, de Gustave Flaubert). También se niegan a estudiar a autores como Chrétien de Troyes porque creen que el objetivo de que se lo enseñen es promover el catolicismo. […] Se dan todos los indicios de que a los alumnos se les dice desde fuera que deben desconfiar de todo lo que el profesor pueda enseñarles, y desconfiar de cualquier comida que se les ofrezca en la cafetería de la escuela. Se les anima a seleccionar lo que quieren aprender en función de las categorías religiosas de halal y haram.
Cuando se intenta enseñarles historia, los problemas –tal vez no para todos, pero sí para muchos– son peores:
Por norma general, todo lo que tenga que ver con la historia del cristianismo y del judaísmo es objeto de disputa. Hay muchos ejemplos, algunos sorprendentes: negarse a aprender sobre la construcción de las catedrales, o abrir el libro de historia por una página donde se reproduce una iglesia bizantina. También se niegan a aprender sobre las religiones preislámicas en Egipto, o sobre el origen sumerio de la escritura. La historia sagrada se contrapone continuamente a la historia fáctica. La objeción se convierte en la norma, y puede llegar a la radicalización cuando el programa aborda asuntos delicados como las cruzadas, el genocidio contra los judíos (ellos niegan la realidad del Holocausto), las guerras árabes-israelíes y el problema palestino. En educación cívica, el laicismo se considera antirreligioso.
El informe Obin era tan aterrador para los políticos que lo sepultaron durante muchos meses y lo colgaron con la mayor discreción posible en la web del Ministerio de Educación. En una entrevista con la revista francesa l’Express en 2015, Jean-Pierre Obin dijo:
Muchos de los jóvenes están llevando a cabo una secesión de la nación francesa. Esta secesión se manifiesta en la ropa (el velo, o la prenda integral islámica), la exigencia de la comida halal y el absentismo por motivos religiosos. En determinadas escuelas, algunos estudiantes llevaron alfombras para la oración, o protestaron ruidosamente para tener una mezquita dentro de la escuela. […] Más de diez años después, podemos decir que la situación ha empeorado. Nuestro sistema educativo es incapaz de integrar a personas de orígenes distintos, y esta dificultad es mayor para las familias con bajos ingresos.
¿Cuál es la conexión entre el burkini en la playa y el islamismo en la escuela?
La diferencia parece ser que, aunque muchas mujeres que llevan el burkini puedan estar, naturalmente, disfrutando de la playa de acuerdo con los preceptos de su religión, muchas otras parecen ser militantes islamistas que quieren dejar la marca del islamismo en todos los niveles de la sociedad. El problema, como escribe la filósofa Catherine Kintzler en Marianne, es que:
El nivel de tolerancia está descendiendo dentro del país. La condena colectiva del burkini es tan rápida y unánime que se convierte en un problema de orden público. […] La opinión pública acepta cada vez menos una afiliación religiosa cerrada, el marcaje de cuerpos y territorios, el control de los valores, las campañas para que determinadas prácticas sean uniformes en nombre de la religión, lo que en realidad se trata de una política.
Hala Arafa, en un artículo en The Hill, describe el atuendo de las mujeres musulmanas como algo parecido a un instrumento de guerra:
… nadie les está negando el derecho a practicar su religión en privado. Sin embargo, no tienen derecho a invadir el espacio público y a imponer su ideología y su sistema de creencias representado en su ropa. […] Si el hiyab o el burkini tuviesen algo que ver con la modestia o la devoción, los fundamentalistas islámicos se habrían buscado playas privadas, en vez de insistir en imponerse en las públicas. Pero como ya hicieron antes, quieren convertirse en parte de la escena social aceptada y en parte de la nueva norma de la sociedad. […] Si el hiyab se convierte en un fenómeno público aceptado, la sociedad moderna no podrá enseñarle a las generaciones futuras que la ropa de una mujer no justifica una violación.
En el proceso de secesión musulmana, el burkini no es más que otra oportunidad para marcar los cuerpos y los territorios. Una sociedad francesa y musulmana que a menudo se siente como si siguiera perteneciendo a su país de origen, parece haber decidido que el juego del laicismo y de “vivir juntos” tiene que acabarse. Con los velos, los burkinis y las pistolas, varias organizaciones islamistas están intentando incrustar el mismo mensaje: Seguimos siendo por encima de todo musulmanes, y hemos decidido no prestar atención a la cultura de los países en los que vivimos.
El problema es que los políticos franceses –y de otros países– no quieren analizar estas cuestiones como corresponde. Siguen convencidos de que un “Islam de Francia”, supuestamente compatible con la sociedad francesa, sigue siendo una posibilidad. Los políticos no protestarán contra este intento de esculpir una vez más una religión sobre Francia: la gente que lo está haciendo también vota.
Fuente: Gatestone