Carla Izildinha Gomes compró el año pasado su primer arma de fuego: una pistola Imbel .380. Y ya piensa en la siguiente.
«Tengo una pistola, entonces ahora quiero comprar un revólver», dice esta brasileña de 40 años que vive en el interior del estado de São Paulo, «Quiero un .38 con caño corto».
Explica que tener un arma era un «sueño» de defensa personal de su padre, un camionero autónomo ya fallecido, y ella que trabaja en la sección de ventas de una empresa lo concretó por las facilidades que le dio el gobierno del presidente Jair Bolsonaro.
Desde que asumió el cargo en enero de 2019, el ultraderechista Bolsonaro lanzó decenas de decretos para permitir el acceso de la población a las armas, que han proliferado en el país.
El número de brasileños que al igual que Gomes se han registrado como cazadores, tiradores deportivos y coleccionistas de armas (CACs por sus siglas en portugués) creció casi cinco veces (474%) en cuatro años, hasta llegar a 673.818 en junio, según datos del Ejército obtenidos por ONGs.
Y el arsenal que esos CACs poseen se ha triplicado hasta superar 1 millón de armas, desde pequeñas pistolas a fusiles con alto poder de fuego.
Los expertos señalan que, debido a la falta de datos centralizados, es difícil establecer con exactitud la cantidad de armas que hay en manos de civiles en Brasil, pero algunos calculan que superan los 4 millones si se incluyen las irregulares.
Esto inquieta a muchos, no sólo por los efectos que puede tener en la seguridad pública de un país con altos índices de violencia.
El fenómeno también ha encendido alarmas por la proximidad de las elecciones de octubre, con una fuerte polarización entre Bolsonaro y el expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva, a tal punto que la justicia limitó en esta campaña la compra de armas por el «riesgo de violencia política».
«Ejército de civiles armados»
Bolsonaro, un excapitán del Ejército que suele gesticular con sus manos como si fueran pistolas, había prometido antes de ser presidente que facilitaría el acceso de los brasileños a distintos calibres.
«Un pueblo armado jamás será esclavizado», asegura con frecuencia Bolsonaro.
A lo largo de su gobierno ha emitido unos 40 decretos y normas con ese objetivo, sin pasar por el Congreso.
Los civiles en Brasil han comprado en promedio más de 1.300 armas nuevas por día, de acuerdo al Instituto Sou da Paz, una ONG especializada en temas de seguridad con sede en São Paulo.
Unos 994 millones de municiones se han vendido en el país durante el mandato de Bolsonaro.
«Hoy tenemos un verdadero ejército de civiles armados y esa situación es muy preocupante», dice Carolina Ricardo, directora ejecutiva de Sou da Paz,
Aunque en Brasil el porte de armas está permitido sólo a grupos específicos como militares, policías o agentes de seguridad, las nuevas normas habilitaron a cazadores, tiradores deportivos y coleccionistas a cargar las suyas sin limitaciones desde sus domicilios a los lugares de uso.
Según expertos, eso catapultó de hecho la circulación de armas en las calles y rutas del país.
Hoy un tirador deportivo en Brasil puede tener hasta 60 armas (casi cuatro veces más que antes del gobierno de Bolsonaro), la mitad de ellas de uso restringido como fusiles.
En algunas regiones de Brasil el aumento de armas registradas por particulares ha sido particularmente llamativo.
En la Amazonía crecieron 219% entre fines de 2018 y 2021, de acuerdo al Instituto Igarapé, otra ONG especializada en temas de seguridad pública.
Si bien Brasil es un importante productor y exportador de armas livianas y ligeras, con las nuevas reglas del gobierno las importaciones de armas del país aumentaron 33% en 2021 respecto al año previo y batieron un récord de US$51,9 millones.
En paralelo, el Ejército brasileño desistió de fiscalizar las armas importadas hasta el fin del gobierno de Bolsonaro el 1º de enero próximo.
Y la gran pregunta sobre las consecuencias de todo esto ha comenzado a cobrar fuerza.
«Riesgo de violencia política»
Durante el primer debate de candidatos presidenciales para estas elecciones en Brasil, el postulante de centroizquierda Ciro Gomes recordó que a Bolsonaro le robaron su arma durante un asalto en Río de Janeiro en 1995.
«Con esa arma, (el asaltante) debe haber asaltado muchas más personas», dijo Gomes. «Esa laxitud que pone fin a la regulación del Ejército sobre la detección de armas y municiones solo sirve para reforzar las milicias».
El presidente, en cambio, sostuvo en el mismo debate que durante su gobierno disminuyó la cantidad de muertes violentas en Brasil, incluidas las que se cometen con armas de fuego.
Si bien esto es cierto, los expertos señalan que esa caída comenzó antes de que Bolsonaro llegara al poder y responde a varias causas, desde nuevas políticas de seguridad en algunos estados del país hasta una menor conflictividad entre bandas criminales.
Carolina Ricardo señala que la proporción de homicidios cometidos con armas de fuego en Brasil (76%) es muy superior al promedio mundial, que están aumentando los femicidios y muertes con armas por motivos banales como peleas de tránsito, y parte del arsenal legal tiende a ir al mercado negro o al crimen organizado.
«Hay una consecuencia más, muy peculiar de este momento que estamos viviendo, que es un riesgo democrático», dice. «¿Es posible que tengamos un Capitolio en Brasil, con grupos armados apoyando al presidente?».
La pregunta alude a la posibilidad de que ocurra un ataque violento como el que lanzaron seguidores de Donald Trump contra el Congreso de Estados Unidos en enero de 2021 para intentar evitar la certificación del triunfo electoral del presidente Joe Biden.
Al igual que Trump, Bolsonaro ha buscado sembrar sospechas sobre la fiabilidad del sistema electoral de su país, sin mostrar pruebas, y ha repetido que aceptará el resultado de las elecciones «siempre que sean limpias».
Esto ha generado dudas sobre si el presidente brasileño aceptaría una eventual victoria de Lula, quien lo aventaja por hasta 17 puntos en encuestas de intención de voto para la primera vuelta del domingo.
En los últimos meses hubo episodios de violencia relacionada con las elecciones, incluidos dos asesinatos de simpatizantes de Lula a manos de partidarios de Bolsonaro, uno de ellos a balazos.
El ministro del Supremo Tribunal Federal brasileño Edson Fachin suspendió este mes los decretos de Bolsonaro que flexibilizan el acceso a armas y advirtió que «el riesgo de violencia política vuelve de extrema y excepcional urgencia» esa medida.
Una mayoría de ocho ministros más de la máxima corte de justicia de Brasil confirmaron la decisión de Fachin la semana pasada.
Bolsonaro aludió a esto en un acto de campaña el sábado y dijo a sus seguidores: «Después de las elecciones, resolveré la cuestión del decreto de las armas para ustedes».
También repitió su frase de que «el pueblo armado jamás será esclavizado» y agregó: «nadie robará nuestra libertad».
Lula, por su lado, ha descartado que se pueda «dejar a la sociedad armada del modo en que está» y el miércoles dijo que el discurso de Bolsonaro sobre el pueblo armado es «el mismo» que hacía el expresidente de Venezuela, Hugo Chávez.
«El pueblo no precisa arma, el pueblo precisa trabajo», sostuvo Lula, aunque aceptó que los hacendados puedan tenerlas.
Los votantes de Bolsonaro, en cambio, ven con recelo los intentos de frenar la expansión del arsenal en manos privadas.
«Esas personas corruptas están cada vez con más miedo de que la población realmente se subleve y vaya encima de ellos por un fraude electoral», dice Ricardo Rebelato, un empresario bolsonarista propietario de un club de tiro en el interior de São Paulo que duplicó sus socios desde 2019.
Si bien varios expertos afirman que el sistema de votación brasileño es seguro, las Fuerzas Armadas han planteado cuestionamientos a la justicia electoral sobre las urnas electrónicas y prevén hacer un seguimiento propio del escrutinio.
Rebelato cree que si el Ejército señalase irregularidades en la votación, debería «intervenir» y la población tendría que apoyarlo.
«Sí, una intervención militar, que es el sueño de los brasileños», dice «De los brasileños de Bolsonaro, que es mayoría para nosotros aquí».
fuente.bbcmundo